Las dos orillas del río grande como mar, expectantes. Primer episodio de El eternauta. Noche de truco. Dos grandes personajes, un actor argentino y el otro uruguayo, uno por orilla. Un gran esfuerzo de la familia Oesterheld por rescatar la saga de las editoriales y lograr los derechos de autor, y por el cual parte de los acuerdos esenciales para negociar con Netflix fue que tenía que ser filmada en la capital porteña y en español, ya que así se ambientaba en la historieta gráfica original.
Este “apocalipsis con acento rioplatense”, como se la ha definido en los medios, se puede traducir en el lenguaje que nos es común a la gran mayoría de los que habitamos esta zona geográfica, que tiene ciertas características que la vuelven una variedad diferente frente a otras zonas de Hispanoamérica. Es así que los personajes utilizan el voseo como su forma preferente, o las formas del futuro perifrástico (“vas a quedar congelado”), así como dentro del léxico más coloquial se pueden escuchar muchos “boludos”, “pelotudos”, algunos “carajos” y bastantes “che”, o expresiones como “el líquido elemento” (para referirse al whisky que tomarán) o “caradura” (como persona atrevida), entre otras.
Si prestamos atención, los personajes se dirigen entre ellos utilizando las formas preferentes para el Río de la Plata. El voseo aparece exclusivamente en el presente del modo indicativo y en el imperativo. Es decir: “Vos sabés”, “vos andás” y “mirá”, “ponete”. Cabría esperar formas voseantes en el imperativo negativo, ya que son las previstas para los hablantes porteños (escasamente registradas en nuestro país), pero no se utilizan. ¿Decisión del guionista? Un relevamiento de estas formas nos lleva a clasificarlas dentro del paradigma tuteante en ejemplos como “no te dejes mentir”, “no me apures” o “no me presiones, carajo”. Tampoco se escuchan las formas voseantes en el pasado perfecto simple terminadas en “s”, otro rasgo que se le podría adjudicar al uso porteño, dando paso a “¿dejaste las ventanas abiertas?”, “le quemaste la cabeza al Ruso”, aunque no aparece ni un solo pronombre “tú”.
Copyright uruguayo
Suena Gilda, se vislumbra el puerto de Buenos Aires. Piquete en las calles, cacerolazos, desvíos. Un grupo de amigos que se conocen desde hace 30 años se congrega en lo del Tano para jugar al truco una noche como tantas. Esta vez, en la adaptación de Stagnaro, en 2003. El anfitrión y dueño de casa es nuestro uruguayo César Troncoso, que encarna al Tano, Alfredo Favalli, el mejor amigo de Juan Salvo (Ricardo Darín). La partida se pone buena, y en cierto momento el cuñado del Ruso, que había sido invitado de rebote, increpa a Darín preguntándole: “¿Qué juegan, con flor?”. Quizás a los espectadores argentinos no les haya parecido raro cuando Darín le responde enojado con un “los de afuera son de palo, ¿sabías eso?”, pero los espectadores uruguayos hubiésemos esperado que eso lo dijera Troncoso. ¿Otra decisión del guionista? Muchos en Uruguay fueron corriendo a chequear si la expresión, atribuida a Obdulio Varela en Maracaná, estaba en la historieta, pero, efectivamente, fue introducida en esta versión para la pantalla.
Se agrega el hecho de que los que juegan al truco vieron otras cosas que lo diferencian según el país de origen: que la muestra, que lo aburrido que es, que el envido y que al fin esto no sería truco. Cada espectador percibe cosas diferentes y, así como sucede en el arte, vamos completando con nuestras biografías e identidades propias lo que vemos y leemos. El cine no deja de ser, como la literatura, una producción con fuertes conexiones con la cultura y la sociedad.
El tema de las diferencias entre las dos orillas ha sido recurrente en cuanto a quién es el dueño o precursor de hábitos, costumbres, inventos que hoy por hoy se utilizan a la par. Cuando hace pocas semanas el automovilista Franco Colapinto dijo algo así como que “en Uruguay no se inventan cosas, se llevan lo que inventamos nosotros, y si alguien inventó algo en Uruguay lo trae a Argentina y al final termina siendo argentino”, tal vez estaba vaticinando este episodio en el que, de algún modo, se reapropia el discurso del capitán de la selección campeona en 1950, pronunciado en una situación –la previa de una final del mundo como visitantes– aparentemente adversa: “Acá estamos para jugar este partido. Si entramos vencidos, mejor no salir a la cancha. Somos 11 contra 11. No miren arriba, no piensen en toda esa gente. Los de afuera son de palo”.
En todo caso, esto comienza con una nevada inesperada y mortal en el Gran Buenos Aires, un héroe y su escudero. Una casa que luego del escenario de la partida de truco se prepara para enfrentar al enemigo. Pareja rioplatense de dos actores que soñamos hacerlos propios. Más en común que diferente.