A telón abierto, con las sogas de maniobra a la vista, y el funcionariado en permanente movimiento dedicado a resolver el inagotable fluir de artistas y sus artefactos. Así transcurrieron las tres horas de la Musicasión 6 el jueves 24 de abril en la sala principal del teatro El Galpón que estuvo, desde las 21 horas, llena hasta la manija.
“Yo entro al escenario con una valija. De ahí adentro empiezo a sacar los músicos, los micrófonos, las luces, y cuando está todo pronto, apagamos la luz y nos vamos”, le había contado Horacio Corto Buscaglia a Urbano Moraes, en el tiempo en que vivían juntos, sobre el plan original de la Musicasión 5.
“Me gustaría encontrarme mucho más con la gente, con los amigos, con la gente que yo quiero, relacionarme, hablar de la vida, porque para mí la música es eso”. En eso pensaba Urbano, cuando, con aquella referencia última y el espíritu de la musicasiones de 1969, se puso a organizar el siguiente episodio de esta saga cultural relativamente conocida, relativamente olvidada.
Martín Buscaglia.
Foto: Rodrigo Viera Amaral
Tras bambalinas, el sueño de Urbano se concretaba, idealmente, con Ruben Rada ensayando la melodía de “Príncipe azul” junto a un coro de niñas dirigido por Carmen Pi, que abriría el espectáculo de esta noche. También, con pasillos en donde el legendario guitarrista Julio Cobelli intercambiaba chistes e impresiones del oficio con sus colegas más jóvenes de Latasónica, y un camarín en el que compartían nervios Jorge Esmoris, Diane Denoir, el Flaco Raúl Castro y los hermanos Ibarburu.
Del otro lado esperaba el asunto más complejo: organizar a 50 artistas en esa escena, de los más disímiles en géneros y disciplinas. Urbano había sugerido no hablar demasiado, básicamente, para que el asunto no terminase muy tarde al otro día. El apunte, como otras decisiones de puesta en escena, jugó a favor del estimulante espectáculo y, quizás también, de la aparición de efectos secundarios.
60 años de historia
Hay quienes, cerca de la muerte, pueden observar un resumen panorámico de toda su vida en pocos segundos; hay otros que adjudican a las sensaciones de déjà vu, algo más que una inusual activación neuronal, como una señal mágica o un recuerdo significativo.
Fernando Cabrera.
Foto: Rodrigo Viera Amaral
En la pantalla aparece el escritor y actor Julio César Castro, Juceca, en el relato de un par de guapos que hace estallar de risa a los presentes. De golpe, sólo faltan el pop y el maní con chocolate de un cine cercano. Las ropas de los presentes conservan sus colores en la gama del azul y el marrón, y sólo algunas cabelleras grises recuerdan que han pasado 60 años enteros de historia de Uruguay.
La sensación, aunque por momentos grata, resulta rarísima. Lo que revive con el recuerdo, mezclado con ingredientes vivos del presente (respiraciones, gestualidades, una cierta complicidad), provoca el despertar de otros recuerdos, situaciones, y especialmente, otras sensaciones olvidadas, no cualquiera.
Escuchamos la voz de Horacio Buscaglia, o a Eduardo Mateo haciendo de las suyas, en la previa de una presentación junto a Fernando Cabrera, y entonces parecen ponerse en funcionamiento versiones de Uruguay, no tan lejanas, pero absolutamente ajenas para las formas de vida a las que nos hemos acostumbrado.
El Corto Buscaglia y Mateo, organizadores de las musicasiones originales, se acostumbraron a convivir en un terreno tan popular como marginal. Así llegué también al recuerdo de su programa radial La nave de los locos, que conducía Buscaglia en los años 80, y a la improvisada conclusión de que esa brecha tan corta —entre popularidad y marginalidad— era todo un problema de aquella época, pero también una condición en la que floreció el arte y una expresión de la sociedad.
Ruben Rada.
Foto: Rodrigo Viera Amaral
En ese clima desacomodado —vuelvo al de la noche del jueves—, el humorista Marcel Keoroglian se la juega con una broma alusiva a la exministra Cecilia Cairo y recibe una inesperada aprobación de los presentes, mientras que Jorge Esmoris, vestido de borracho, confronta al público como en las mejores épocas del Club Goes. Se suma al jolgorio el notable guitarrista Sergio Fernández Cabrera, antes de su breve y mágica presentación musical.
Entran Martín y Paolo Buscaglia, hijos del Corto (fallecido en 2006) y se suman sus nietos para cantar “Chim pum fuera”, el clásico de Canciones Para No Dormir la Siesta, en el acuerdo del público más inequívoco y festivo de las tres horas. ¡En qué gran músico, sin dudas uno de los mejores de Uruguay, se ha convertido Martín Buscaglia!
Con la parsimonia de lo cotidiano aparece Cabrera y canta “Viveza” acompañado solamente de un pequeño instrumento rítmico —¿la famosa cajita de fósforos?— que cabe en la palma de su mano. En la espalda de su saco y en su trote lento, luego de la ovación, se dibuja otro Uruguay.
Diane Denoir, la heroína de bajo perfil de este cuento, la musa de Eduardo Mateo, vuelve a cantar “Y hoy te vi”, junto a su compañero Daniel Lobito Lagarde.
Jorge Esmoris.
Foto: Rodrigo Viera Amaral
Urbano se saca otros varios gustos. Hace “Pobre tipo”, “La casa de al lado”, de Fernando Cabrera, “1º de abril” y “Tambor tambora” de Jorghino Gularte, y juega brevemente con “Ni me puedes ver” de El Kinto. En un momento de esa secuencia se emociona visiblemente Nicolás Ibarburu, que se va de escena con un abrazo de su hermano Martín, a cargo de una de las baterías de la banda de Urbano, por la que también pasan Nelson Cedrez y Mateo Ottonello.
En otro momento, Urbano aparece entre la gente y comparte su anhelo de comunión mientras en la pantalla lo vemos sobre la arena de una playa, en la que también canta su —muy jipi—“Velas”.
“Otra vez acá arriba”, jode, siempre lúcido, Ruben Rada. Canta su versión de “Georgia on my mind”, de Ray Charles, y anuncia el final de su pelea con Urbano, que disfruta, a pocos metros, del íntimo momento musical de su viejo amigo y compañero de banda.
En otras novedades no menos importantes del paso del tiempo, los integrantes de la orquesta de tango La Mufa no usan trajes de etiqueta. Llevan, en cambio, buzos de jogging tan descuidados como los rulos de su bandoneonista Martín Pugín, aunque sus interpretaciones se defienden solas.
Diane Denoir.
Foto: Rodrigo Viera Amaral
Entre otros nuevos valores, sorprende la versatilidad y el riesgo de Otttonello, el virtuosismo de Paulina Viroga, que canta una del Clube da Esquina, y la búsqueda poética de la compañía de títeres Cachiporra.
El mensaje, para nada subyacente a este musicasión, podría quedar resumido en la performance de Carolina Besuievsky, con su cabeza atrapada en un largo listón rojo y el resto de su cuerpo luchando por una salida, o en las pocas palabras de representantes de la organización Madres y Familiares de Uruguayos Detenidos Desaparecidos, que invita a participar de la Marcha del Silencio del próximo 20 de mayo. Del público salió un “¿dónde están?”, y una mujer agregó: “Nunca más terrorismo de Estado”.
Así somos
En Uruguay, lo magnífico, como lo sucedido en El Galpón en este otoño de 2025, se diluye rápida y fácilmente en el aire de la penillanura de clima templado, pero tal vez no haya nada de malo en ello.
El ómnibus se detiene, rumbo a la Ciudad Vieja, en una parada que no le corresponde. Pasada las doce de la noche una mujer, de gruesos lentes y coqueto traje violeta, sube la escalera y se ubica en su lugar del coche semivacío. Cuando pasa a su lado el escritor y poeta Gustavo Wojciechowski, Macachín, le dice: “Brillante, me encantó su humor”. El hombre de barba blanca y bolsón adornado con insignias de sus preferencias políticas y culturales, que viene de expulsar con éxito una serie de rimas y reflexiones subidas de tono sobre el mítico escenario, responde al halago con educación y le pide a su espectadora un concepto más general de lo sucedido en la extensa función.
Foto: Rodrigo Viera Amaral
La posible charla se trunca en las siguientes dos palabras, un exceso de modales y mutua gratitud. Macachín marcha a sentarse a la última fila del transporte y la mujer, que ha cumplido con su deber cívico, contiene cualquier emoción del momento, con la vista de vuelta a su destino y una postura que sigue sin arrugar su vestido de fiesta. Así somos.