io in verda aquí sería la city q + aceptaria terminar lesionada fatal from q me carryng de confiteria in confiteria y capaz serian days insuperavles casi pese a mi lesión definitiva. Fiel a sus palabras, apenas llegada a Montevideo, Lucía Seles se arma un complejo itinerario de cafés y confiterías en donde sentarse a escribir lo que ella llama sus fragments, ocurrencias y máximas como esta, que ofician de tejido conjuntivo sobre el que arma sus obras y ordena su mundo.

Cuando aparece, observando con delectación los estucos, los ventanales y los cortinados, tan de señora, del Oro del Rhin, me comenta que encontró un tiempo para ir antes al Facal y así darle rienda suelta a su grafomanía por unas horas extras (a la lista se agregarán confiterías y bares tan variados como el Madison, El Gran Sportman, Las Cibeles y la desértica cafetería del hotel Klee). Montevideo es un lugar fatal para artistas extranjeros; después de todo fue donde se enfermó de muerte Fogwill y en donde casi la queda Hernán Casciari, y la idea de Lucía Seles, lesionada de gravedad, siendo acarreada de una confitería a otra en una camilla por Colonia o 18 de Julio, no sólo es una imagen a la altura de su obra, sino también es una continuación orgánica con su ética: el anhelo cuasi flagelante de ser sólo una mente y una mano que piensa y anota, negando por completo al cuerpo.

Hace ocho (08) meses que no nos vemos. Le pregunto si sigue con su práctica de almorzar sólo arroz, y me dice “por supuesto. Esas cosas no cambian. Es perder tiempo razonar qué voy a cocinar. Los 07 días de la semana es arroz al almuerzo. Justo el otro día fue el cumpleaños de mi hijita y almorcé otra cosa, pero entonces a la noche cené arroz”. (Un detalle de trivia que a mucha gente le hace explotar la cabeza: su hija es la conocida activista y exlegisladora Ofelia Fernández.

En un mundo armado así, ella es capataz de su obra insomne, fiscalizando lo que se come y las horas extras necesarias para seguir produciendo. “Esto es importante: completé ya 16 semanas seguidas de 56 horas de trabajo. Las 56 básicas más 20. O sea, voy 16 extra esta semana porque voy acumulando, pero ya me dije no pasar las 56”. Pienso cuántos de todos los que queremos y pretendemos ser artistas dedicamos ocho horas diarias, los siete días de la semana, a nuestro arte, y de golpe me viene un chucho de frío: casi ninguno de nosotros es artista, el arte es para nosotros apenas un hobby angustiante.

La santa orden selesiana

Esta nota iba a empezar por señalar cómo llegó Lucía Seles al lugar donde está, pero me di cuenta de que era primero necesario indicar cuál es ese lugar. En tan sólo dos años, con una obra desquiciadamente prolífica, pasó de ser una perla oculta dentro del circuito artístico argentino a una figura de culto, de perfil subterráneo pero internacional, con fans que incorporan parte de su léxico y que van a las presentaciones de sus películas tanto por el film en sí mismo como por la intro estelar que ella realiza, micrófono en mano.

En uno de sus más recientes fragments, Lucía parece dar cuenta de su insularidad y la especificidad de su público: “a mi me quieren too many los youngs q tienen ilusion y la peuple de + de 49 años q lost la ilusion definitiva y todos los demas me envidian x q no know q hacer”. Un día después de esta entrevista, entre los que aprovecharon la función especial de Cinemateca para esperarla en las escaleras y sacarse una foto con ella, el tumulto correspondía, en efecto, a jóvenes con ilusión y gente mayor a 49 que perdió definitivamente la ilusión. Pero hay algo diferente entre su primera visita a Uruguay, hace apenas un año y medio, y esta: mientras que en el festival pasado la gente fue a chequear qué era eso de lo que se hablaba tanto –en definitiva, si Lucía Seles era así de extraña o sólo una perfórmer–, en esta ocasión ya iban preparados para encontrarse con todo ese peculiar mundo.

Seles viene de ganar premios en Lisboa y Chile (aunque ella dice que no festeja segundos premios: “Con mi estética no se puede dudar: o me das el primer premio o decís ‘esta persona nos hace mal a todos’”) y hace poco menos de un mes la plataforma Mubi decidió subir su Pentalogía del odio desenfrenada, más comúnmente conocida como Pentalogía inconclusa del tenis. Por primera vez, un montón de gente no necesariamente portadora de la fiebre festivalera pudo ver de corrido los cinco films en los que Ewin, Luján, la tenista, el santiagueño y el contador entran en un tren fantasma de enamoramientos, desengaños y derivas psicogeográficos por los lugares más impensables del extrarradio porteño.

En mi otro artículo sobre Seles intenté definir su estilo como una mutación romántica y angustiada del cine de Hal Hartley, con personajes completamente transparentes en sus excentricidades que blanden de forma total y descarnada su mundo de creencias. Esta especie de comedia experimental, en donde las repeticiones, obsesiones, discusiones y razonamientos parecen llevar la trama como en un río lleno de meandros, siempre parece guiarse por una función taxonómica y acumulativa: señalar objetos, etiquetarlos y almacenarlos.

Pensamientos para serenarse y dormirse

Algo similar ocurre con Lucía y sus libretas. Abre la más nueva –una agenda telefónica más pequeña que la palma de mi mano– y noto en la primera página un índice –impreso en Arial 2 y plastificado en el papel– con una lista de objetos numerados. “Ah, esto es una cosa que pensé hace poco, que es ‘pensamientos para serenarse y dormirse’. Entonces dije, bueno, si me quiero serenar y dormir, pienso en frigoríficos, trucks –camiones–, cementerios, metalúrgicas, pensiones, pinos (los árboles), colectivos, complejos de edificios, cigarrillos normales, iglesias, confiterías internacionales y provinciales, hospitales, taxis, edificios con vistas a terminales de autobuses, casas velatorias y terminales de autobuses. Son cosas que me tranquilizan”.

Pienso cuál sería mi lista de cosas para tranquilizarme antes de ir a dormir: videos de hombres haciendo refugios en la nieve, la espuma de la cerveza Guinness, cubos de hielo transparentes, nidos de horneros, escudos de equipos de fútbol, cuadras sin baldosas sueltas, liquidámbares, cuadernos sin renglones, lápices mecánicos y sus respectivos grafos 0.5 2B, pero es una serie caprichosa que quizás dice algo de mí, pero no habla de un mundo específico, como sí lo hacen las listas de Lucía Seles.

El selesverso

Hay algo que derrapa y se reformula a la hora de entrevistarla. Uno puede ir con las preguntas armadas, pero nunca son contestadas de forma directa, y al final es más útil permanecer ahí y simplemente escuchar o anotar, porque todo es igual de importante, todo es arrastrado en un extraño delta moral y artístico en donde las corrientes se subdividen. Así, casi de forma inconsciente, conforme uno conoce a Lucía Seles, empieza a descubrir algunas claves de su gusto y juega con la posibilidad de anticipársele. Ocurre cuando salimos del Oro del Rhin y enfilamos hacia el bar Paysandú, y al bajar por Rondeau compruebo feliz cómo, tal como había previsto, Lucía se fascina con la sucesión de galpones y casas de electrónica y autorrepuestos.

Sin embargo, cada tanto aparece algo impensado que amplía su mundo y complejiza su estética, como cuando pasamos por el carrito Macanudo, en esa proa que baja hacia el Palacio Legislativo, y ahí, como alcanzada por un ballestazo de fascinación, me dice “por Dios, no puede ser más lindo este lugar. Mirá esas 03 mesas en fila, esas sillas son la cárcel más linda que vi. Parecen unas aerosillas muertas de felicidad”, y me pregunta si le puedo sacar una foto ahí, sentada, de perfil y mirando para abajo (“shoegazing”), en la misma posición con la que sale en todas y cada una de sus fotos.

Y a su vez, el mundo de Seles empieza a gotear sobre el nuestro y a enlazarlo a sus propias reglas y ritmos: en el bar Paysandú está Laura Nevole, la actriz que en esas cinco comedias eslabonadas hace de Marta, la amarga e implacable tenista, y pese a estar en el festival, no como actriz sino como jurado de una sección, me resulta raro verla de civil, alegre y simpática, al punto de que su cordialidad natural hacia mí en el almuerzo la siento como la calma que anticipa las tormentas del temperamento de su personaje. Pero antes de llegar a sentirme ridículo, escucho que en la mesa del bar la misma Lucía se refiere a Laura como “Marta”, o “tenista”, y pronto esta sensación de absurdo se me disipa (o se extiende hasta ya no poder verla).

El nombre del padre

La peculiaridad de esta nueva visita es que Seles presenta un film que escapa de la órbita de sus planetas ficcionales, tanto del de la pentalogía del tenis como de ese otro curioso spin-off que es el submundo de las dos confiterías Ritz de La Plata en las películas The Urgency of Death y The Bewilderment of Chile, optando por un formato cuasi documental. En Avenida Sáenz 1073, video dedicado a la enfermedad de mi padre, Lucía va con una antigua amiga de su madre a la casa de su niñez, ahora convertida en un gimnasio. Casi la totalidad de la película es la lenta procesión de las dos hacia el epicentro de estos recuerdos infantiles, pero lo fundamental no va tanto en posibles revelaciones proustianas como en lo que crece helicoidalmente alrededor del propósito inicial: por un lado, los fragments ya no quedan encerrados en sus rumias personales, sino que interrogan a su hermana, y por otro, la entrevista al dueño del establecimiento tiene todos los componentes humorísticos, casi accidentales, que suelen tener sus obras de ficción. Es, de nuevo, una prueba de que, aun haciendo un documental, las cosas van convirtiéndose selesianas por proximidad o contagio.

Sin embargo, detrás del espeso galvanizado absurdo se logra reconocer, por primera vez, algunas claves del drama autobiográfico de la directora. La historia de la casa se convierte en la historia velada de una familia, de una madre santificada por Lucía, de una hermana con la que nunca pudo conectar (sólo es una voz, y ahí, de golpe, en el último tramo, casi como contrabandeado, sucede un segundo en el que ella aparece, un segundo insospechado, impúdico) y, fundamentalmente, de un padre que se calcinó en el fuego de su simpatía y su locura.

Si The Urgency of Death cambiaba drásticamente de tono al final, con un plano secuencia inesperado pero demoledor en el que Lucía Seles decide correr a lo Antoine Doinel en Los 400 golpes y realizar una vuelta olímpica alrededor del cementerio de La Plata (en la que se alternan en sus fragments retazos dolorosos de los tiempos finales de la vida de su madre), en Avenida Sáenz pasa algo similar: traficado, ahí, tal como la cédula de la madre en el último plano de The Urgency of Death, todo lo jocoso se cristaliza en otra cosa con la fotografía de su padre. “Io aprendí too many de mi padre/ la simpatía la destrucción y el orgullo/ y que en la destrucción/ una tiene q ser too many dueña de eso/y si me preguntaran/ q es lo que mas recuerdo de él/tb seria eso/ su destrucción segurisima/ su simpatia y su orgullo”.

Cuando le pregunto por ese padre que aparece apenas esbozado en el documental, me dice: “Era la persona más feliz del mundo. No sabés lo feliz que era, lo gracioso. Pero en un momento se descubrió que tenía muchas deudas, y él dijo ‘ya está, hasta acá llegué’. Se enloqueció y no quiso nunca enderezar el rumbo y eso a mí me marcó too many desde el lugar del orgullo de un hombre que cuando te quieren cambiar las leyes decís ‘ya está, no, no, yo no voy a cambiar mis leyes y me excluyo, ya está’”.

Seles, su pasado, su presente y su obra empiezan a cuajar, como si todos los personajes, todos los sucesos, fuesen distintos trozos, fragments, de ese pasado hecho añicos: su padre “casi contador”, como el contador del establecimiento de tenis; la afición de Lucía por los galpones y los lugares industriales, tales como los que rodeaban esa avenida en donde construyeron un imposible hogar; y el enojo de la tenista y su voluntad insomne de velar por la dignidad perdida de un padre sobre el que recae un suceso trágico y abstracto, tal como pasó con Lucía y el suyo.

¿Para vos la relación con la nostalgia es peligrosa o es buena?

“No, es buena, pero a muerte. Si no, ¿con qué querés tener relación? No hay muchos elementos. La nostalgia es un depósito que incluye un montón de cosas. No sé cuántos depósitos hay. La nostalgia es como la mente. Para mí la mente es lo más hermoso que hay. El cuerpo es lo peor, es la basura más grande que existe, es una condena como un perro lesionado, pero la mente es lo más hermoso que hay. La mente es la actriz más linda del mundo”.