Hace un poco más de diez años, cuando la televisión por cable todavía pisaba fuerte, uno de esos canales de rejuntes emitía Mil maneras de morir. Cada emisión comenzaba con esta advertencia: “Las historias que se muestran en este programa se basan en muertes reales y son muy gráficas”, y luego mostraba a personas que dejaban de existir a raíz de accidentes, errores de cálculo y otras cuestiones del azar.
Jamás me convencí tanto de la fragilidad de nuestros cuerpos y de nuestras existencias en general. Si estamos vivos, es porque hemos tenido suerte.
A esa altura ya se habían estrenado varias películas de la saga Destino final, cuya primera entrega es del 2000 y surgió como una potencial idea para un episodio de Los archivos X. El guionista Jeffrey Reddick finalmente decidió desarrollarla como película, y aquí estamos, seis capítulos después.
Aquella primera historia marcaría el rumbo de la saga: todo comienza con un horripilante accidente de avión, que en realidad resulta ser un sueño premonitorio. Las acciones del soñador logran que un puñado de jóvenes se salve del accidente, que efectivamente ocurre, pero la Muerte (con mayúscula) irá personalmente a buscar a aquellos que escaparon de sus manos. Y ahí entra el concepto que hizo tan popular a la saga: las máquinas de Rube Goldberg.
Seguramente hayan visto mil veces tal clase de invenciones, en especial en dibujos animados de Tom y Jerry o El Coyote y el Correcaminos. Se trata de aparatos complejos, que a partir de numerosas piezas encadenadas logran un objetivo relativamente sencillo. Popularizadas por el dibujante Rube Goldberg, en la versión cartoon ponían en movimiento sofisticadas trampas, que podían incluir un ventilador que impulsaba un barco con un taco que golpeaba bolas de pool... todo eso hasta llegar a una jaula que caía sobre el ratón (o el correcaminos) y que generalmente funcionaba mal.
Destino final, para quienes nunca vieron una de sus películas, es una combinación de las máquinas de Goldberg con Mil maneras de morir. Después del desastre de la primera escena, que suele ser el plato fuerte (¿alguien puede olvidarse de aquel camión con troncos?), los sobrevivientes son despachados uno a uno por acciones de la Muerte, que provoca accidentes mediante sucesiones complejas de hechos aparentemente inocuos.
Tan ridículas son algunas de estas muertes (y sus creadores lo tienen muy claro), que la saga tiene un gran componente de comedia, que queda nuevamente de manifiesto en Destino final: lazos de sangre, entrega que acaba de llegar a las salas de cine. Uno no puede evitar asquearse con lo gráfico, pero de verdad surge la risa y no solamente de los nervios.
En esta ocasión, el primer gran accidente ocurre en los años 60, en la apertura de un restaurante elevado al mejor estilo de la Space Needle que se ha vuelto un símbolo de Seattle. Seguimos a una joven pareja mientras la cámara nos va mostrando un montón de cosas que pueden salir mal. Desde la manufactura, antes que las máquinas de Goldberg lo que tenemos es una sucesión de armas de Chéjov, como para que los nervios se nos vayan crispando antes de que todo se vaya al cuerno.
Esa primera escena es sangrienta, gráfica, y resulta ser el sueño de una estudiante de la actualidad, Stefani Reyes (Kaitlyn Santa Juana dándolo todo como scream queen). Resulta que está experimentando la premonición de su abuela Iris (Gabrielle Rose), quien salvó numerosas vidas al advertir lo que ocurriría en el mencionado restaurante. Desde entonces, la Muerte ha ido “goldbergueando” a cada uno de los sobrevivientes, pero fueron tantos que le ha llevado un buen rato. Y como algunos tuvieron descendientes que no estaban destinados a existir, la huesuda se encargó de cada uno de ellos.
Los directores Zach Lipovsky y Adam Stein, que se hicieron conocidos en 2018 con Freaks, toman la receta que viene entreteniendo desde hace 25 años y combinan un montón de elementos nuevos (nuevas armas de Chéjov) para mantener la atención de punta a punta. Incluso cuando la protagonista utiliza la sabiduría de su abuela para anticiparse a la Muerte, el guion guarda dos o tres cartas en la manga para jugar la siguiente mano. Una mano sangrienta que acaba de ser arrancada de su brazo, por supuesto.
Para quienes ya sean amantes de la saga, Destino final: lazos de sangre tiene la aparición final de William Bludworth, aquel experto que ayudaba a su manera a quienes estaban escapando de la Muerte. Interpretado por Tony Todd, el mismo que nos aterrorizó en Candyman y que falleciera en noviembre del año pasado, su aparición funciona como despedida, ya que el actor ya estaba enfermo y cambió sus líneas para romper de alguna manera la cuarta pared.
Los 110 minutos combinan escenas de mínimo desarrollo de los personajes con aquellas que anticipan el desastre y (lo que todos esperamos) las escenas de muerte y destrucción. Quizás sobre el final, cuando estamos más involucrados en los pocos sobrevivientes, la película nos reserva un accidente más clásico, menos cartoon, pero a esa altura ya estaremos deseando volver a nuestros hogares y chequear que ningún cuchillo esté haciendo equilibrio sobre la mesada, que ningún líquido inflamable esté por volcarse en el suelo y que la alfombrita de la ducha tenga las sopapas en buen estado.
Destino final: lazos de sangre. 110 minutos. En cines.