Había una vez

Eckels está nervioso. Nunca manejó el DeLorean volador y caminar por el sendero de metal antigravitatorio le dispara su fobia a las mariposas del parque Batlle. McFly lo espera sobre 18 de Julio con la comitiva del presbítero Larrañaga. Han quedado de encontrarse junto a la estatua de Cervantes, en la cabina de realidad virtual.

El último reporte llegó a las 11.00. Habían visualizado una nueva manada sobre los ejemplares del breviario nocturno del Monasterio de la Celestina. Las ratas se estaban atrincherando en grupos de a 100, cada uno disperso estratégicamente en las salas que abrieron hace medio siglo.

El plan era claro: McFly y Larrañaga debían atraerlas hacia el laberinto de narrativa transmedia, al lado de la sala de lectura digital. El mayor desafío eran las bóvedas de incunables y las cápsulas de materiales impresos, debían ser las primeras zonas en ser liberadas sin afección. Las luces estarían apagadas y los servidores en pausa para no sacrificar las conexiones eléctricas. Al final del laberinto, en la cabina de recomendaciones personalizadas, la jaula láser estaría dispuesta para atraparlas y Eckels las transportaría en el DeLorean hasta la Casa de Elefantes de Villa Dolores, 100 años atrás.

El ruido del trueno era la señal de arranque. Nada podría fallar.

La mariposa

La primera textualidad de nuestra cultura fue la del alfabeto griego, que incorporó al alfabeto original las vocales que facilitaron la escritura, así como un ajuste sintáctico que tuvo un fuerte impacto social en la producción de ideas y disciplinas del conocimiento. Esta primera textualidad estuvo determinada por la transición de la cultura oral a la escrita, que pasó a estar indisolublemente ligada durante más de 3.000 años a un soporte físico cerrado para su producción, difusión y conservación.

Si bien las diferentes innovaciones tecnológicas en los soportes, formatos y medios de difusión de los textos impresos generaron cambios profundos en la cultura escrita durante estos treinta siglos, no llegaron a revolucionar de forma global al sistema de la primera textualidad, ni siquiera con el invento de Gutenberg. Será el acceso público de internet en la década del 90 del siglo XX y los avances en las tecnologías de la información y la comunicación los que marcarán el inicio de la era digital y, con ella, el surgimiento de la segunda textualidad, o lo que Katherine Hayles denomina la etapa postprint, también llamada “cultura posimpresa”.

El efecto de esta segunda textualidad se observa en la modalidad técnica de la reproducción, circulación y difusión de los textos digitales, así como en la modificación perceptual que se introduce con los soportes digitales y los formatos multimodales (video, animación, audio y, ahora, la expansión de la IA generativa), y la consecuente alteración material global de las formas más básicas de la cultura impresa. Estos cambios implican una reconceptualización de la lectura en tanto actividad, habilidad y práctica social, un nacimiento que aún está en proceso de constante transformación.

La multimodalidad de la cultura posimpresa requiere vías y espacios específicos de circulación y acceso. Espacios donde la lectura no sea sólo solitaria y en silencio, sino también ruidosa y brillante, colectiva y dinámica. Espacios flexibles, abiertos y comunitarios, que propongan recorridos personalizados y construyan los caminos colectivos, que representen su actualidad y preserven textos impresos e incunables, que produzcan conocimiento y reflexionen sobre los futuros que el DeLorean aún no ha sobrevolado.

Volver al futuro

En la carta que propulsó el surgimiento de nuestra Biblioteca Nacional, Larrañaga proponía suplir con buenos libros la falta de maestros e instituciones que aquejaba a nuestra nación en construcción, allá por 1815. Sería una biblioteca pública para que concurrieran los jóvenes y todos aquellos que quisieran acceder al saber, afirmaba Larrañaga. En su respuesta ante la solicitud de un edificio, José Artigas le respondió: “Yo jamás dejaría de poner el sello de mi aprobación a cualquier obra que en su objetivo llevase esculpido el título de la pública felicidad”.

En una sociedad con una demanda creciente de tutorías IA, con uno de los mayores índices de la región de jóvenes que abandonan el sistema educativo y con un consumo cultural marcado por la multimodalidad textual, queda claro que necesitamos preguntarnos ¿quiénes quieren concurrir a las bibliotecas públicas en Uruguay?, ¿qué lugar tiene el saber impreso en nuestra sociedad posletrada?, ¿los buenos libros suplen a los maestros y a las instituciones?, ¿qué cambios necesita una Biblioteca Nacional para el siglo XXI, aparte de deshacerse de los ratones y las humedades, abrir las puertas y contar con abundante personal calificado?

Como dice Leticia Britos en Experiments on reflection, para pensar en futuros es necesaria la proflexión, que es la reflexión que proyecta futuros, así, en plural, porque no existe un solo futuro, sino un camino para la construcción de posibilidades. Posibilidades como un set de Lego desparramado sin instrucciones, un camino dialogado para lograr esculpir la pública felicidad que nos merecemos. Una Nueva Biblioteca Nacional que represente un cambio cultural colectivo. Una institución alineada con el presente, una transformación que nos devuelva el futuro.