El aniversario número 40 del retorno de la democracia ha sobrevolado este año la agenda pública y la canción no es ajena al momento . Este viernes el espectáculo Canciones de la resistencia se sumará a las conmemoraciones para recordar “la importancia de la música, las canciones y la poesía en la recuperación de las libertades”.
La iniciativa es del músico -y productor- Eduardo Susviela y los encargados de pilotear la embarcación son Braulio López y Carlos Benavides, “protagonistas fundamentales de esos tiempos”. Pero no será la presentación lineal de dos solistas, sino que lo anuncian con entusiasmo como un espectáculo integral, con una cuidada puesta en escena y la participación, además de una banda estable, de otros artistas y del periodista Nelson Caula, encargado de repasar “algunas historias tragicómicas” con los dos baluartes. Al inmenso repertorio del olimareño y el tacuaremboense se sumarán “canciones que son íconos de nuestra música popular”, así que ya conviene ir haciendo la penca de las que no pueden faltar.
La velada sirve de excusa para conversar con Carlitos Benavides, el músico criado en el barrio Cuchilla de la Gloria de Tacuarembó, pero que, junto con la democracia, lleva cuatro décadas ininterrumpidas como vecino del barrio Palermo, con todo el candombe que eso significa.
Vivís en el corazón de Palermo. Imagino que los tambores son medio que omnipresentes.
Impresionante. Una de las cosas que nos conmovieron en la pandemia, al principio, es que no se escuchaban los tamboriles. Fue como cuando hay apagón y recién te das cuenta de que cambian las sombras y todo. Al no estar el son de los tamboriles, como que faltaba un matiz, como si se hubiera detenido el reloj.
Vos venís de otro lugar, no estaba esa sonoridad. ¿Cómo la incorporaste?
Empecé a practicar escuchando los tamboriles. Le ponía una esponja a la guitarra entre el puente y las cuerdas para que no sonaran fuerte, para que sonara lo percutivo. Entonces ahí empezaba a arpegiar de una manera, de otra. Buscaba al chico, al repique, al piano, lo que hacía cada uno. Encontrás cada cosa maravillosa. Probaba con todas las cuerdas, con una, con tres. “La ronda catonga” fue así. En un libro de la poesía negra latinoamericana que me prestó el Bocha [Washington Benavides] encontré a Ildelfonso Pereda Valdés, tacuaremboense, de la década del 40, y entonces quería hacer algo distinto, no con el ritmo que había aprendido de Los Olimareños, ese es el ritmo que se popularizó en el interior. Yo ya había escuchado Tótem, El Kinto y otros, maravillosos. Empecé a arpegiar el ritmo y suena parecido [al candombe], así que hice la canción. Cuando Alfredo [Zitarrosa] la escuchó, era así, arpegiada. Después él hizo esa versión maravillosa.
¿Cuánto hay en tu música de formación académica y cuánto de experiencia?
Te podría decir mitad y mitad. Porque en Tacuarembó estaba Domingo Alvarenga en el Conservatorio Municipal, profesor de guitarra, y por otro lado, el Cholo Cruz, Ricardo Rodríguez Cruz, que era peluquero, tocaba la guitarra y acompañaba a todo el mundo, hasta a los mosquitos que pasaban al lado de él, y a gente que iba desde Montevideo a cantar allá. Y otros: Severo Núñez, el Copetín Silva -mirá qué nombres-. Tenían un oído musical. Entonces yo congeniaba las dos fuentes, porque en aquellos tiempos si estudiabas música eras guitarrista, pero si tocabas así nomás eras guitarrero. Había una tirantez.
Y vos agarraste el camino del medio.
Porque tenía las dos escuelas. Veía a mi abuelo [Héctor Benavídez], que era un gran guitarrista, con 90 y pico de años se sabía no sé qué cantidad de piezas -que se las grabó Ayestarán-, ¡una memoria tenía! Y cuando él comenzaba a tocar, rejuvenecía. Yo era niño y pensaba: “se está divirtiendo” y quería ser como él. Dejaba la guitarra arriba de la cama, yo me acostaba al lado y le pasaba los dedos, y en aquella casa antigua tenía un sonido mágico aquello. Y bueno, me regalaron una guitarra y empecé a asolar a los vecinos con “Zamba de mi esperanza”, “Lloraré” de Los Chalchaleros y, cuando aparecieron los Beatles, pobrecitos, más todavía.
¿Había algún tipo de conflicto entre géneros? El rock, el folclore...
No. En mi caso fui más por lo popular porque a mi madre le gustaba mucho cantar. Cuando hacía los veinte mil oficios de una ama de casa, cantaba, y yo aprendí lo que ella cantaba. De pronto estaba jugando a la bolita y cantando “yo no le canto a la luna...”, que no tenía que ver con mi edad. Pero también escuchaba a mi hermano remedar a Elvis Presley; mi hermano estaba en el liceo y con los amigos andaban de jopeli_, imitándolo. Todas las músicas se metían. Mi hermano tocaba el acordeón y yo lo empecé a acompañar y a leer música en los libros de acordeón, ahí más o menos fui agarrando la mano. O sea que fue un aporte musical de varios lados. Y mi padre con Magaldi, Corsini, las canciones de la revolución española, todo metido ahí.
¿Tu tío, el Bocha, cuándo aparece?
Mirá, yo iba a la casa siendo niño, me sentaba en la puerta, abajo de la parra, y él estaba en su cuartito con los libros y con sus apuntes arriba de la cama, sentado en un banquito y escuchando música clásica. Sacaba de la biblioteca algo y me decía: “Mirá este libro”. Y sólo con el prólogo que me hacía ya quedaba entusiasmado con el libro. Cuentos de la selva, Anaconda, Salgari, Julio Verne. Y la música después con el folclore. Cuando él se casó con Nené, vivían a cinco cuadras de la casa de mis padres, lo íbamos a visitar de mañana, tendría 10 u 11 años. Entonces me decía: “Vení, Carlitos”. Me ponía los discos de Falú, de Yupanqui, Los Chalchaleros, Sampayo. Pasaba esas horas ahí. Eso fue una mezcolanza que tuvo para mí, sin desmerecer, más importancia que los estudios de una carrera universitaria.
Entiendo que, más allá del parentesco, fue un maestro.
Es que, más allá del parentesco, al Bocha yo lo consideraba un amigo mayor. Él iba a cazar perdices y yo iba con él. Nos quedábamos a almorzar en el medio del campo y empezaba a hablar de las golondrinas, los pájaros, “fijate el vuelo”. Volvía enriquecido, no sólo por el paisaje y la aventura, sino también por otras cosas que no sabía si me iban a servir de algo, pero después me sirvieron.
¿Te acordás cuándo empezaste a trabajar de manera formal con él?
Sí, en el 72. Tenía una carpeta de canciones y digo: “Me tengo que decidir”. Viste cuando pensás: “Si no hago esto me voy a lamentar toda la vida”. Estábamos en el estadio un viernes de noche y le dije: “Bocha, mañana voy a ir hasta tu casa y te voy a mostrar unas canciones”, “dale, andá que van a estar los gurises”, me dijo. Los gurises eran el Darno [Eduardo Darnauchans] y los otros dos Eduardos [Lago y Larbanois]. Fui y me canté todo. Aquellos cebaban mate. Y ahí me di cuenta de la armonía que había en aquel cuartito y que realmente, aunque lo mío no era algo wow, igual aportaban sus comentarios. El Bocha me dijo: “ahora a trabajar con nosotros”, y ahí empezó todo. Una de las primeras canciones que hicimos fue “Mazurca de los ranchos”, está en mi primer disco.
¿Ese vínculo se mantuvo siempre?
Sí. Llegamos al grado de hacer una canción en La Onda, “Chamarrita de la bailanta”. Una vuelta veníamos leyendo los dos y por ahí, por Paso de los Toros, sacó un lapicito y empezó a escribir en la parte de atrás del libro a partir de una melodía que yo había estado tocando en la casa. “De una bailanta con acordeón / até la luna con el sol / dejé un momento -no como dice Alfredo: ‘por una noche’- de ser peón / hombre volví y en eso estoy”. Ahí nos pusimos a cantar y cuando quiero acordar de los otros asientos nos miraban.
Hasta que llegó un momento que yo le tiraba una idea para una canción y él me decía: “Hacela vos y después yo te la corrijo”. A mí me daba no sé qué componer mis textos y grabarlos, porque estaba trabajando con él. Vos le tirabas algo y el poeta picaba. Ese día se ve que dijo: “No, revolvete vos”. Y así fue que empecé a incidir más en eso. Nunca me consideré un poeta igual, yo soy un constructor de canciones, un letrista. El poeta pesca en la profundidad, yo mojarreo en la orilla.
Este show con Braulio López de alguna manera pretende ser un homenaje a esos años. ¿Por qué “canciones de la resistencia”?
Cuando Eduardo me lo planteó, de entrada, me gustó la idea. Porque soy un producto de las enseñanzas de los sembradores fundamentales de la década del 60 del canto popular. Hablo de Alfredo, que dignificó la zamba uruguaya, Viglietti, que combina lo popular con lo clásico, Sampayo, también fue un maestro, Osiris Rodríguez Castillos, el Sabalero después. Y Braulio, qué te puedo decir. Un disquito que compró mi vieja de Los Olimareños con “A don José” y “De cojinillo”, ese disco parecía milanesa, vuelta y vuelta.
Por ahí te escuché decir que fue como una llave maestra.
Claro, porque al escucharlos, ellos le cantaban a lo que uno vivía en su pago, no había canciones así, porque lo que llegaba era todo sobre la provincia de Salta, Catamarca, Chile, etcétera. O si no, el folclore riograndense. Ellos nos dieron el porqué de ponerle música a todo eso.
Ahora, vos sos de la generación siguiente. De alguna manera fueron dos tipos de resistencia.
Nosotros nos aprendimos todas esas canciones, que, como decía Alfredo, no eran de protesta, sino de propuesta. Todo eso lo metimos en el saco de nuestras canciones. Lo que pasa es que en la década del 70 -en 1974 grabé mi primer disco- ya estábamos en dictadura y, como decía el Bocha, había que afinar la punta del lápiz para poder decir algo o simplemente para mostrar la injusticia de un patrón con su empleado. “Chamarrita de una bailanta” estaba prohibida. Entonces para decir algo había que ir hilando fino y resistir toda la propaganda, aquello de ensalzar la patria y los orientales, el bombardeo de las canciones que cantaban los que eran acólitos a la dictadura. Lo hicimos incluso nombrando y contando historias de fundadores de los partidos tradicionales, como Aparicio Saravia. Fijate que en “Milonga del cordobés” el Bocha dice: “Entre ávidos y logreros su lema fue Por la Patria; como siempre hay desertores, vos dijiste, es la cáscara que se va, el cerno queda e hiciste punta en la marcha”. O en “Sobre si digo Punta del Diablo”: “Y digo Punta del Diablo, pueblo heroico, no aflojés, que el tiburón de tus sueños está temblando en la red”. La gente entendió eso.
¿En algún momento se autocensuraron?
Algunas canciones no las grabamos. Una que compusimos, que después la grabó Larbanois & Carrero. En ese momento, en el 77, la iba a grabar y el Bocha me dijo: “Esperá un poquito más”.
¿Cuál?
“Canción del amor profundo”. “Amor mío, si el día no amanece y el sol alumbra menos que un farol, dame la mano, amor, dame la mano”. Y como esta, unas cuantas.
Vos has dicho que ustedes sufrieron un insilio.
Porque a mí y al Bocha nos prohibieron en Tacuarembó. A Larbanois, al Darno. Nos tuvimos que venir para el sur. Es un insilio. Después nos prohibieron en Montevideo. Yo seguí saliendo al interior y dependía del hígado del que mandaba la pelota. Pero sucedió una cosa: podía seguir grabando y mis canciones se pasaban en la radio, sin embargo, estaba prohibido, estuve preso, tres años con libertad vigilada y cuando iba al interior tenía que llevar un salvoconducto para que me lo firmaran en la jefatura o en la región militar.
¿En algún momento sentiste miedo o pensaste en irte?
No sentía miedo, la preocupación de todos. Estaba más preocupado por mi compañera. Fijate que nosotros nos casamos el 26 de marzo -mirá qué fecha- del 76 y en abril me llevan encapuchado para el Fusna y ahí estuvimos un tiempo. Mi compañera y mi hermana me anduvieron buscando por todos lados. A ella se le dio vuelta el mundo. Porque no todo el mundo sabía lo que estaba pasando, sobre todo en el interior. Entonces, estaba más preocupado por ella que por mí. En primer lugar, conmigo estaba perdiendo un tiempo bárbaro, si bien yo era de izquierda, sabían lo que había votado, andaba con la Juventud [Comunista], era eso nomás, ellos pintaban un muro y yo iba a tocarles la guitarra mientras pintaban, como quien lleva un cosito ahora para pasar música.
¿Me podés adelantar algo del repertorio que vas a tocar el viernes?
En mi caso, fuimos eligiendo las aparentemente fundamentales. “Como un jazmín del país”, “Si digo Punta del Diablo”, “Chamarrita del buen sembrador”, dedicada a Sampayo, que me la prohibieron y la grabé después, va a ir una canción inédita que se llama “Al estilo de las viejas canciones”, que es justamente en homenaje a esa generación del 60.
Son canciones de la resistencia y también canciones que resistieron.
Es lo que yo digo, una resistencia cultural. Uno no se preparó para eso, lo fue haciendo. Al recordar los recitales, las canciones que la gente quería escuchar ya sabíamos cuáles eran, y eran canciones de esperanza, de resistencia. A ver, “A redoblar”, ya está todo dicho.
¿Qué te ha generado esta revisión?
En primer lugar, pienso que era necesario, por la lucha contra el desmemorio. Es un homenaje no sólo a los músicos, sino a todos aquellos que de una manera u otra resistieron en los momentos más crudos, en la clandestinidad, a aquellos que no los tenemos y los reclamamos. Para mí era imposible hacer esto, pero al empezar a ensayar, al comunicarme con Braulio y todos, ensayando y escuchando a los jóvenes, con qué ímpetu y profesionalismo lo hacen, pienso que contra eso nadie puede, contra esa resistencia, la creatividad y la creación de los artistas, no pueden.
¿Sentís la satisfacción del deber cumplido?
Deber cumplido y por cumplir.
Canciones de la resistencia. Braulio López y Carlos Benavides. Teatro El Galpón. Viernes 25 de julio a las 21.00. Entradas desde $ 1.470 en Redtickets.