Subida a su moto de delivery, Yoaris recorre las noches de Montevideo apurada por una bocina insoportable que le marca el ritmo desde su teléfono celular y por el apuro de otros. La ciudad parece haber dejado atrás la pandemia, aunque subsisten las calles semivacías, algunos rostros con tapabocas y un tono triste y hostil que no necesita de colores grises para instalarse.

“Somos cadetes, luchadoras, guerreras”, se presenta la mujer de origen cubano frente a un colega motorizado en el comienzo de Un sueño errante, el segundo largometraje de la cineasta Sofía Betarte Zabala, responsable, entre otras cosas, de la dirección del documental Tracción a sangre (2018), que sigue a un grupo de recolectores de residuos, y de la fotografía de Gurisitos (José Pedro Charlo, 2023).

“Yoaris era una de las pocas trabajadoras mujeres, en una tarea ocupada en su mayoría por migrantes. El día en que la conocí me propuso hacer una película sobre su vida, así que ese primer encuentro terminó desembocando en un proceso creativo y emocional de la necesidad suya y mía de acompañarnos en el trayecto”, cuenta la directora sobre el germen de su segundo largometraje, en el que vuelve a profundizar sobre el mundo del trabajo como “factor estructurante de nuestra existencia”.

Su retrato del personaje protagónico tiene la virtud de la sobriedad y se mantiene hasta el final libre de pintoresquismos y accesorios narrativos efectistas, como aquellos que inclinan o sugieren emociones a partir de una memoria colectiva y/o cinéfila.

En este caso, la cámara puede meterse en la pantalla del teléfono de la trabajadora de ropas coloradas mientras agranda los mapas de la ciudad para ubicar un domicilio, o mientras recorre la galería de fotos entre las que se intercalan el registro de sus heridas y machucones laborales y las imágenes de su hija de 10 años con la que volverá a reencontrarse luego de tres años de distancia territorial. Con habilidad, la cineasta genera la ilusión de lo íntimo y se mantiene a una prudente distancia, agravando intencionalmente la soledad natural desde la que Yoaris parece avanzar en su aventura, como la mejor receta de supervivencia. “Yo no me pensaba ir de aquí, pero las cosas empezaron a ponerse mal. No pienso ser delivery toda la vida”, le dirá a su madre por teléfono cuando las cosas le vuelvan a salir mal.

Es cierto, Yoaris tiene una pareja –o un compañero, que no parece participar demasiado en las decisiones–, una hija, algunas vecinas, un mecánico y otras personas con las que entabla vínculos simpáticos y colaboradores. También sabemos que tiene organizadas sus mañanas y la vida en general de manera efectiva y autodidacta. Su relativa soledad se comprende, o se percibe, en su constante trabajo de elucubraciones, básicas del día a día y otras más profundas, con las que intenta resolver a tiempo su destino y el de su familia. En otras palabras, la vemos hacer todo lo posible por salir adelante, insertada en una ciudad para nada simpática y descubierta en sus bordes más feos, sin más esfuerzo que una mirada y una escucha atentas de la directora, mientras cuenta un montón de dólares sobre una manta con motivos de tigres, resuelve el arreglo de su moto y las comidas de su hija y aprende cómo concretar la gestión de un viaje a Estados Unidos por medio del servicio de coyotes en la frontera del país norteño.

La mujer rara vez pierde su buen humor, se maquilla y pinta las uñas, y por un momento parece resignarse a la costumbre local de la mierda de perros sobre las veredas y el bullying que su hija recibe todos los días en una escuela uruguaya. La película devuelve una imagen de una Montevideo ajena a las postales turísticas y a otros retazos de nostalgia chauvinista que, enfrentados a este espejo de pantalla, quedan muy mal parados.

La precariedad laboral de la protagonista no es la excusa de la historia, pero acaso se presenta como un rasgo común de muchos inmigrantes, para hablar o proponer otra cosa más trascendente. Con palabras dichas o evitadas, con gestos recurrentes y, especialmente, en sus muchas de sus pausas a la intemperie, Yoaris dice que quiere estar en otra parte, que no termina de encontrar su lugar en el mundo y que todavía está a tiempo de hacer algo.

La cineasta le imprime al deseo algo más suyo, a través de imágenes oníricas y de naturaleza salvaje tan amenazantes como las de esta ciudad, aunque mucho menos deprimentes.

Un sueño errante, de Sofía Betarte Zabala. Estrena el jueves 10 de julio en Cinemateca, sala B del Auditorio Nelly Goitiño (Montevideo) y Pequeño Teatro (Durazno).