Hay un reino bajo el agua / un sauce me lo contó / Donde el pejerrey escucha / y canta el bagre cantor / En la taipa de un azude / yo vi un gurí pescador / que confundiendo a las piavas / les cantaba esta canción.
Osiris Rodríguez Castillos fue poeta, músico, compositor, artesano, dibujante y luthier, aunque solía decir que su principal oficio era “presenciar la vida”. Nació el 21 de julio de 1925 en Montevideo, pero a los tres años la familia se mudó a Sarandí del Yi, etapa que lo marcó significativamente desde el punto de vista humano y artístico. “Toda mi escuela es asombrarme: ver las cosas por primera vez. Yo podría verlas 100 veces y cada vez podría escribir sobre ellas algo distinto. Creo que he encontrado la manera de hacerlo defendiendo al gurí que llevo adentro. Un gurí que quedó siempre en las orillas del Yi, donde me crie”, reflexionaba en 1962.
También vivió en Carmelo y anduvo largo tiempo a la deriva, enredado entre aventuras y contrabandos, etapa en la que alimentó un portfolio de historias y paisajes que luego inspirarían algunos de sus textos. Aprendió piano y guitarra y comenzó su periplo artístico como poeta. En 1953 ganó un concurso en Minas con el “Romance al Gral. Lavalleja” y un par de año más tarde publicó Grillo nochero, su primer y emblemático poemario. Asiduo participante del circuito tradicionalista y de las fonoplateas radiales, ya era una figura reconocida en 1962, cuando editó Poemas y canciones orientales, su primer álbum.
Si bien no fue un músico ni un autor prolífico, quizás debido a una casi obsesiva autocrítica que lo llevaba a pulir una y otra vez su obra –la novena edición de Grillo nochero incluye revisiones, 40 años después de la publicación original–, sus cinco elepés contienen piezas fundamentales de nuestro cancionero de raíz folclórica y son hasta el día de hoy referencia de quienes se adentran en este oficio. En total grabó 23 canciones y 19 poemas con fondo musical.
En aquella fermental década de 1960, Rodríguez Castillos quedó de alguna manera solapado por el movimiento conocido como canto popular, que nucleó a figuras de la talla de Los Olimareños, Alfredo Zitarrosa y el Sabalero, entre otros. Fue prohibido por la dictadura por su adhesión al Frente Amplio, pero con la testarudez que lo caracterizaba no se exilió hasta 1981, cuando recaló en España. En la península ibérica probó suerte con la música y la artesanía, otra de sus grandes pasiones, y se sumergió en uno de los proyectos de su vida: el diseño –que llegó a patentar– de la Osiris, una guitarra que, según decía, potenciaba su polifonía y su capacidad sonora y con la cual buscaba emular el sonido dulce del laúd.
Según su biógrafo Guillermo Pellegrino, “fue también un hombre complejo, de trato difícil en ocasiones, cuyo carácter conquistó amistades inmortales y rencores sin fecha de vencimiento. Solidario y noble con las primeras y duro hasta la crueldad con los segundos. Hijo y padre de conductas poco comunes, tuvo además varios amores, ninguno con final feliz. Y de un par de ellos salió con profundos tajos en el alma, que sangraron en verso”.
Otra vez tardíamente emprendió el desexilio en 1992. Intentó retomar el rumbo musical acompañándose de jóvenes colegas en la guitarra, pero a las dificultades que todo el espectro cultural comenzó a sentir luego de pasados los años primaverales de la reapertura democrática se sumaron el cuesta arriba de los años y su áspera personalidad. Deambuló por proyectos políticos y laborales, compartió casas y pensiones, llegó a hacer algunas presentaciones donde siempre se describía entusiasmado y lleno de planes. Murió arropado por la soledad el 10 de octubre de 1996, como subrayando una vieja reflexión sobre el arte y la fama: “Yo soy poeta en el momento en que escribo. Cuando dejo de escribir, en el momento en que tomo mate, soy un paisano más”.
A cualquier otro músico le hubiera alcanzado con escribir “Gurí pescador”, “De Corrales a Tranqueras”, “La galponera” o “Camino de los quileros” para ostentar un espacio de privilegio en la memoria popular de su comunidad. Sin embargo, Osiris Rodríguez Castillos sigue siendo un mito velado, un referente indiscutible y fundacional para sus colegas, un músico reconocido entre los habitués de la primera fila del canto criollo, pero apenas una referencia para las butacas más alejadas del escenario. Un artista que mereció un gran público y obtuvo un gran olvido.
Pica, pica… tararira
En los últimos años, tras el siempre efectivo esponsoreo de la muerte, comenzaron a brotar diferentes iniciativas, en la mayoría de los casos independientes entre sí, que buscan difundir y revalorizar la obra del artista con nombre de dios griego. Reediciones de discos, tributos, libros, películas, versiones de sus canciones de todo tipo y también festivales, como el caso de Tararira del Uruguay y sus Cantares, que el 24 y 25 de julio llevará adelante su segunda edición y este año recuerda más que nunca a quien “inspira este rescate de músicas y canciones”.
“Este ciclo es un cruce de géneros y generaciones de música popular uruguaya, que toma su nombre del icónico y musical latiguillo ‘tararira, tararira’ de la emblemática canción ‘Gurí pescador’ del maestro Osiris. Es un homenaje a la canción de autor, a la canción de raíz, a 100 años de su nacimiento”, dice Isabel de la Fuente, poeta, actriz, gestora cultural y una de las referentes del festival, que este año recala en la sala Hugo Balzo del Sodre en doble jornada y con cuatro variadas propuestas musicales: Rubén Olivera, Camila Sapin, Maine Hermo y Walter Bordoni.
El evento apuesta a una paleta amplia de sensibilidades musicales, “conformando un programa que se afianza desde la cercanía y desde la diversidad: puntos de encuentro y puntos de fuga que, entendemos, son los que enriquecen y valorizan nuestra música, nuestra cultura uruguaya”, subraya De la Fuente.
En la misma línea acota Rubén Olivera: “A esta altura todo el mundo acepta, y también los mismos músicos de las distintas vertientes, que en la música popular puede ser tan criollo una polka checoslovaca, tan acriollada como un rock acriollado. Así que pienso que haciendo el repertorio de cada uno ya uno está homenajeando a sus ancestros o precursores”.
En este sentido, el encargado de abrir la noche del jueves 24 presentará un set que se apoyará en lo más campero de su catálogo, además de repasar parte de su último disco, el destacado Una mirada, de 2023. Por otra parte, “se me ocurrió adaptar algunas de las guitarras tan características de Osiris antes de las canciones”.
El autor de “Interiores” compartirá la noche con Camila Sapin y su show, que propone “variadas texturas sonoras, visuales y emotivas”, con su pop que “se tiñe de rock, trap, soul y candombe y funk”. A la ex Closet la acompañan Pedro Alemany (guitarra), Mica Sapin (secuencias y coros), Martín Ibarburu (batería), Martina Serra (coros) y Fernando Pomo Vera (bajo).
“Mi vínculo con Osiris Rodríguez Castillos es de larga data; aunque mi música no sea mayormente de proyección folclórica, los discos y recitales de Osiris están entre las músicas que suelo escuchar. Algunas veces aprovecho para hacer una versión del ‘Vals de la reja’”, comenta Maine Hermo, la trovadora montevideana encargada de abrir la segunda noche.
“Dado que la otra gran pata de mi vida es la literatura, el acercamiento a Osiris se dio naturalmente desde esa otra dimensión, en tanto que lo considero una de las voces poéticas más auténticas de la canción uruguaya. Quien visita mi casa sabe que ‘Pájaros de piedra’ está escrita a lo largo de la pared de mi pasillo principal, en un lambriz que no supe si sacar o pintar”, dice la artista y profesora.
Con la compañía de Laura Rodríguez Coelho en bajo y Lucía Fernández Míguez en batería, recorrerá parte de sus dos álbumes de estudio, pero también prepara el mojarrero para pescar alguna obra del homenajeado; para ello contará con la sonoridad de Federico Silva en guitarra y bandoneón.
Walter Bordoni reconoce al autor de “Romance del malevo” como uno de los padres fundadores del canto oriental, junto con Aníbal Sampayo y Rubén Lena, pero asegura que se zambulló en su obra a través de otras voces, como Alfredo Zitarrosa, Los Olimareños o Jorge Cafrune, entre otras cosas porque en los años 80 sus grabaciones originales eran menos difundidas y tampoco se conseguían los discos con facilidad. “Mi vínculo con Osiris reconozco que es más que nada como oyente, dado que como compositor no voy demasiado por el lado de la raíz folclórica. Mi coartada para llegar a la milonga viene del palo urbano, sobre todo por el lado de Dino y sus ‘milongas degeneradas’, al decir del Bocha Benavides”.
El viernes cerrará la jornada, repasando el repertorio de sus cuatro discos editados en los últimos 15 años y en formato solista, “tocando algunos temas en guitarra y el resto en piano”, lo que considera un desafío porque no es común disfrutarlo en este formato intimista.
Como el Yi, el cancionero popular es un torrente que atraviesa diferentes pueblos y geografías y que nunca se detiene, es una constante, y, como sabía Heráclito, también siempre es un nuevo río. El siglo de Osiris nos invita a sentarnos en su ribera y disfrutar el paisaje, mientras nos dejamos atrapar una vez más por el arrullo de aquel tarareo: “Pica, pica, tararira / Plata viva del juncal / Mientras no se corta el hilo / Junto al agua me hallarás”.
Tararira del Uruguay y sus Cantares. Jueves 24 y viernes 25 a las 21.00 en el Auditorio Nacional del Sodre, sala Hugo Balzo. Entradas $ 750 en Tickantel.