La franquicia de Parque Jurásico, que lleva siete películas estrenadas desde 1993, contiene ideas que con el correr de los años se volvieron comentarios metaficcionales sobre sí misma. Con la llegada de cada secuela, incluso desde la que el propio Spielberg nos trajo en 1997, ya había gente citando al matemático Ian Malcolm (Jeff Goldblum) en la primera entrega: “Estaban tan preocupados por si podrían o no hacerlo, que no se detuvieron a pensar si debían hacerlo”. Hablaba de los científicos, pero se aplicaba a la industria de Hollywood.
Pasó el tiempo y con la llegada de las películas de Mundo Jurásico se instaló la idea de un mundo (justamente) en el que el mentado parque de diversiones con criaturas extintas finalmente se ponía en funcionamiento, cumpliendo el sueño de John Hammond (Richard Attenborough) y de millones de espectadores que habíamos visto fracasar aquel primer intento. Al poco tiempo nos enterábamos de que las audiencias dentro de ese mundo se habían cansado de ver siempre lo mismo. ¡De ver dinosaurios! Así que los responsables del parque hacían nuevos experimentos genéticos que no tardaban en salirse de control. Era la cuarta película y había que innovar.
Desde entonces vimos a los dinosaurios seguir a la motito de Owen Grady (Chris Pratt) y eventualmente modificar la cotidianeidad de la especie humana, como esos osos que vemos en los videos cuando deambulan por los jardines. Diez años después del inicio de la segunda trilogía (el tiempo pasa) se nos presenta un nuevo panorama desolador: la gente se cansó de los dinosaurios. En lo que quizás sea el mejor momento de la película, vemos un embotellamiento causado por un gigantesco saurópodo, que para peor fue graffiteado por algún vándalo. Él se quiere morir y las personas quieren esquivarlo para continuar con sus vidas. ¿Habrá alguna forma de recomponer esta relación?
Jurassic World: Renace (Jurassic World Rebirth), dirigida por Gareth Edwards con guion de David Koepp, el mismo de las dos primeras, es parcialmente exitosa en eso de reconciliarnos con los dinosaurios. Lo hace volviendo a la premisa de la primera trilogía: un grupo de personas deambulando por una isla en la que los bichos deambulan a piacere. Pero también lo hace desdibujando las fronteras entre las películas de Parque Jurásico y las películas de monstruos, que mucho se han beneficiado de las islas desiertas.
Ya en la primera escena se nota el intento de monstruizar a los dinosaurios. Leí por ahí que a Edwards le encanta atrapar a gente detrás de una puerta frente a un enemigo mortal, y lo hace con una escena que tiene trazas de Destino final y una bestia que nos recuerda al universo de Alien. No en vano tenemos a corporaciones despiadadas (valga la redundancia) tratando de sacarle el jugo a criaturas que tarde o temprano se salen de control.
Después de eso, la historia se mete en terrenos más obvios, por necesarios que sean para el desarrollo de la acción. Conocemos al empresario farmacéutico (Rupert Friend), a la mercenaria (Scarlett Johansson) y al paleontólogo de turno (Jonathan Bailey). Más tarde se les sumará el otro mercenario (Mahershala Ali) y algunos secundarios descartables.
A la hora de justificar el viaje, el guionista Koepp deja bien tensa nuestra incredulidad: para desarrollar un nuevo medicamento cardiológico necesitan muestras de sangre de, atención, la especie prehistórica más grande de la tierra, la del agua y la del aire. Porque tienen corazones grandes, o algo así. Es lo que se dice un McGuffin de manual, pero también nos pone ante una encrucijada: seguir o no seguir creyendo en la historia. Elegí creer, como casi siempre que estoy en una sala de cine. Pero estuvieron cerca.
El accidente del comienzo, con el aliensaurio, ocurrió 17 años atrás en otra isla tropical que no conocíamos hasta ahora. Y como ese clima es el único que mantiene a los dinosaurios con vida, hasta allí marcha el variopinto equipo, todos con la nada secreta razón de hacer unos pesos.
En una decisión que marcará el resto de la película, la historia introduce a cuatro personajes más: una familia latina que sufre un accidente en altamar y se suma a los mercenarios. Porque la receta de Parque Jurásico siempre debe incluir a uno o dos menores de edad cuya supervivencia nos ponga nerviosos. El problema lógico es que esto aumenta la cantidad de personajes y, por más que las circunstancias dividan sus caminos de manera muy conveniente, no habrá tiempo para el desarrollo de casi ninguno de ellos.
Así continuará el resto de los 133 minutos, con conversaciones poco profundas y escenas de acción muy efectivas, pero que no innovan en lo más mínimo con respecto a lo visto en seis películas anteriores. Si hasta tuvieron que reflotar (guiño) una escena presente en la novela original de Michael Crichton, claro que con los nuevos personajes.
El motor de la trama serán las tres extracciones de sangre y la necesaria huida de la isla. En el medio habrá más acción, más música de John Williams y el dinosaurio (modificado genéticamente) más feo de todos los vistos en el cine. El mérito, de nuevo, está en las escenas de acción, pero no estoy seguro de que eso será suficiente para que la humanidad vuelva a amigarse con los dinosaurios. Más allá de lo que diga la taquilla, por supuesto.
Jurassic World: Renace. 133 minutos. En cines.