La coproducción uruguayo-argentina Un mundo recobrado comienza anunciando un dilema. Si cuenta la historia desde un recuerdo de la infancia, el relato será idealizado, sin matices. Si lo hace desde la mirada de la mujer adulta, las contradicciones de la historia podrían apagar el brillo del recuerdo. De esta manera, Laura Bondarevsky abre paso a la reconstrucción de Yenia Dumnova, una mujer que creció durante la Segunda Guerra Mundial en la Unión Soviética, vivió luego el golpe de Estado en Uruguay, el de Chile y el exilio en Europa. Allí Yenia conocería a la directora de esta película, quien pronto la adoptó como su abuela.
Bondarevsky opta por desplegar una serie de dispositivos narrativos: el uso de archivo, la ficcionalización, entrevistas y la puesta en escena de su voz y su cuerpo en dos actrices. Laura Paredes, quien constituye la voz en off que hila toda la historia, y Verónica Gerez, quien encarna a Laura mientras investiga sobre su “abuela por elección”, Yenia.
Es clara la tendencia ensayística en los documentales de la región desde hace ya algunos años. Como en El silencio es un cuerpo que cae, de Agustina Comedi, La casa de Malaquías Concha o La maternidad como campo de batalla, de Florencia Wehbe, los relatos tienden a construirse mirando el pasado con una perspectiva microhistórica.
En este caso, Yenia, una mujer poderosa y valiente –durante la dictadura militar en Uruguay ayudó a esconder en su casa a perseguidos políticos y fue la creadora de la gráfica de la famosa mano roja con la que El Galpón promovió su versión de Libertad, libertad en 1971– que encarnó en su cuerpo los cambios profundos a nivel político de dos continentes. El auge del estalinismo y las dictaduras latinoamericanas, contados a través de la experiencia de su abuela, es el gran relato político que la directora recupera en su voz.
Hace ya tiempo que el futuro no aparece en los relatos documentales; tal vez sea síntoma de la poca esperanza en que llegue efectivamente. Pero tampoco les basta a los realizadores –ni al público– un relato objetivo, despersonalizado, centrado en una figura destacada por su valor patrimonial.
La primera persona y el rescate de las pequeñas historias del olvido marcan una forma de ver el mundo que obliga a repensar la manera en que miramos los hechos políticos y, sobre todo, cómo los discutimos. Esta forma de politizar la superabundancia del “yo” que rige hoy en nuestra reflexión amplía el panorama para entender de dónde venimos, que las ideas también se sienten y, sobre todo, que es imposible trazar nuevos caminos sin reconstruir los que ya están hechos.
Estos personajes, generalmente ausentes o fallecidos, son el puntapié para que los realizadores desplieguen su visión del mundo y para que el ejercicio de la reconstrucción de la herencia y la identidad sea, paralelamente, un juego de lenguaje cinematográfico. Si bien se trata de la historia de Yenia, resuenan las preocupaciones que emergen de la lectura íntima que la directora hace sobre lo que estamos viendo. El cómo se va haciendo la película marca el tono con el que nos habla la voz en off.
Finalmente, está claro: es un relato de amor atravesado por el recuerdo de una autodenominada nieta y su abuela Yenia, quien le enseñó cómo pelear por un mundo mejor. Eso es justamente lo que la directora logra en esta película.
Un mundo recobrado. Estrena el jueves en Cinemateca y en la sala B del Auditorio Nelly Goitiño del Sodre. 70 minutos.