Una asesina muy ordenada se enfrenta al primer trabajo en el que las cosas se salen de control. Un perdedor que vive con sus padres es extorsionado por la Policía para conseguir evidencia. Dos criminales muy torpes quieren vender una extraña droga oculta dentro de longanizas. Todos convergerán en una misteriosa fiesta llamada Panchopalooza, con un creador que no ha parado de ganarse enemigos. Y de eso (en parte) trata Panchopalooza, el primer largometraje de Mervel Films, que llega al cine después de un derrotero de casi una década.
La película nació “como una idea de festejo por los 20 años de Mervel, que fue hace casi nueve años. La idea era hacer esta peli para conmemorar eso y festejar”, cuenta a la diaria Diego Melo, codirector junto con Ernesto Rodríguez y coguionista junto con Rodríguez y Marcelo Di Paolo. “Si nos va muy mal, llegamos a los 25 años y vamos a estar de fiesta. Ahora estamos más cerca de los 30”.
“Nosotros veníamos de hacer cortos y mediometrajes, y yo siempre dije: ‘Mi banda de garage no es de rock, es de filmar’. Como para que la gente entienda. Siempre fuimos los mismos cuatro o cinco más un vecino, un amigo, un primo, el padre de alguno. Nada muy pro. Lo hacíamos para divertirnos. Pero acá queríamos ver si salía algo un poco más lindo. El otro día estábamos viendo los créditos y dije: ‘Puta madre, hay casi 100 personas metidas en esto’. Nunca me había pasado; se fue todo al carajo”, reflexiona Melo. “Y se fue literalmente al carajo, porque empezamos a trabajar en la película, los años pasaron y vimos que no era tan fácil”.
La trama llegó después de revisar cajones en donde habían quedado guiones surgidos en reuniones y caminatas. Cuando pensaron en una historia de más de una hora, abrieron esos cajones y empezaron a revisar. “En realidad, Panchopalooza son tres cortometrajes que habíamos escrito, a los que les encontramos la vuelta y los mezclamos para que esas historias fueran una, con una de ellas, que era la idea principal que teníamos, y las otras acompañando. Hoy la ves como una película sola, pero si vamos a la raíz, eran tres cortometrajes que no tenían nada que ver”, revela el realizador.
Sabían que estaban ante un proyecto ambicioso, que además costaría dinero. “Hasta ese momento trabajábamos con amigos y juntábamos algunos mangos. Con esto ya había que alquilar un equipo, conseguir transporte para la locación, comprar comida... Cuando te querés acordar, estás gastando un montón de guita, y en nosotros no estaba mucho esa idea”, cuenta Melo. “Había profesionales amigos, pero igual les estábamos pagando. Tuvimos jornadas de 12 horas; casi toda la película se hizo de noche, lo cual fue una locura porque nos queríamos matar. Al otro día estábamos con un jet lag brutal”.
“Fue frenético. En el primer día de rodaje creo que metimos un récord Guinness, fue una locura. Metimos 83 planos en una locación, en 12 horas. Después yo pensaba: ‘Pah, lo que va a ser editarlo, nos vamos a querer matar’. Cuando digo 83 planos, estamos hablando de planos con las tomas buenas y malas. Era una locura. Así arrancamos, así fue el primer día”, recuerda. La filmación fue casi toda en 2016, con algunas tomas en 2017, y Melo la recuerda como muy disfrutable. “Empezamos a confiar más en el cámara, en el asistente de dirección, en los actores. Antes la atención siempre estaba arriba nuestro; ahí empezamos a ver que las cosas andaban. Eso fue algo lindo, el grupo fue lindo. Me acuerdo de la foto del fin del rodaje y éramos todos hermanos, estábamos todos recontentos, fue precioso”.
Sin embargo, el principal problema vendría con la posproducción. “¿Viste esa clásica frase que no debe decirse en el cine, de ‘lo arreglamos en posproducción’? Yo soy posproductor por naturaleza, aprendí a hacer efectos especiales, me dediqué a eso. Y cuando teníamos problemas yo encontraba una solución en mi cabeza en posproducción. Cuando empezamos a anotar las cosas, era una lista enorme, pero como yo me iba a sentar a hacer la película, no pasaba nada. El tema fue que no tuve ese tiempo; me atacaron laburos, y estoy agradecido porque pasé un montón de momentos lindos”.
“Pusimos un posproductor, y el posproductor se quería pegar un tiro. Yo lo empecé a asistir bastante, nos dividimos algunas escenas, yo hacía las que el loco no entendía o no le interesaban. Tenía una mano increíble, me daba 25 bailes”, recuerda Melo sobre Waldemar Scafarelli. “Pero era un tipo solo, no podíamos pagar mucho más, y el tiempo se fue corriendo”.
Pasó la pandemia y aparecieron más problemas. Las escenas en vehículos en movimiento se filmaron en un estudio, pero el iluminador no entendió cómo iluminar el croma y fue inutilizable. “Tuvimos que rotoscopiar y pasarlo por arriba cuadro por cuadro, haciendo mascarillas a la antigua, tipo Star Wars. Ahora hay unas herramientas divinas con inteligencia artificial que hacen todo automático, pero en aquella época teníamos que hacerlo frame by frame. Fue muchísimo trabajo. Lo que tendría que haber sido simple se convirtió en una tortura”. El resultado de esa tortura podrá verse en la pantalla grande a partir de este jueves, en celebración del aniversario que corresponda.
Panchopalooza. 90 minutos. Del jueves al domingo 6 a las 21.00 en Sala B del Auditorio Nelly Goitiño (18 de Julio 930). Entradas a $ 250 en boletería y Tickantel. 2x1 para la diaria.