Los últimos tres discos de estudio de Lisandro Aristimuño confluyen en su naturaleza camaleónica y a la vez confirman que su canción permanece fiel a una raíz folclórica y rionegrense.

En 2020, el cantante, músico, compositor y productor argentino lanzó Criptograma, tal vez el mejor disco de su extensa y nutrida carrera artística. En temas como “Levitar” y “Lido”, la impronta electrónica fluye entre los instrumentos analógicos y su interpretación vocal contundente sintoniza de maravillas con la precisión y la brevedad de las narraciones poéticas y musicales, en una síntesis perfecta de su eterna búsqueda sonora.

El ambiental EP8 (2021), grabado a dúo con su colega Fernando Kabusacki, funciona como un álbum pandémico con el que se puede bailar (“Noctámbulos”), ordenar la casa y la mente (“Moléculas”) o acompañar un viaje largo de carretera (“Paisaje”).

El rostro de los acantilados (2023) suena como un regreso al terreno conocido de su melancolía fría, aunque esta vez parece dejar de lado la afectación sensible de las canciones más difundidas de sus comienzos para adentrarse en el extrañamiento de un sujeto que acaba de recuperar la memoria y se cuenta todo lo que parece haber desaparecido a su alrededor: una mujer (“Tu mundo”), un partido de fútbol (“1986”) y un patio de juegos (“Sweet gloria”). La única excepción al talante climático del álbum podría ser la esperanzadora “No ves tal vez”, que incluye la participación del músico británico Jono McCleery.

Desde su casa en el barrio porteño de Parque Chas, “un lugarcito lindo de casas bajas”, Aristimuño conversa amablemente con la diaria, antes de su show del viernes en Montevideo, en Sala del Museo.

A propósito del sonido notablemente oscuro de El rostro de los acantilados, hablamos de su melomanía, su colección de vinilos, hasta llegar a su amor por la música del estadounidense Trent Reznor.

“A mí me gusta la oscuridad, no le temo”, dice. “Me siento más cómodo en la oscuridad que en la felicidad. Me parece que me involucro más con las cosas que me movilizan, como el desamor o la pérdida de alguien. Cosas que en realidad nos pasan a todos y las tenemos cerca. Por ahí algunos productores de espectáculos piensan que eso es menos vendible y te dicen ‘¡uh, qué triste este!’, y prefieren apostar a la música alegre, pero yo soy medio Tim Burton”, se ríe de sí mismo.

Afincado en Buenos Aires desde hace 20 años, el músico reconoce las marcas y la cercanía con su lugar de origen, la ciudad de Viedma, en la provincia argentina de Río Negro, a la que vuelve varias veces al año en visitas familiares y de amigos. “A la hora de escribir, Viedma sigue siendo un lugar muy inspirador”, señala.

“Me quedaron un montón de fotografías de mi infancia, y las sensaciones del viento, el río y el mar. De hecho, El rostro de los acantilados viene de una costumbre: muchas veces, cuando salíamos de paseo, en vez de mirar el agua del mar, me detenía en las formas que se formaban en los acantilados”, explica.

Entre el folclore y las máquinas

“Trabajar con máquinas me resulta muy cotidiano”, dice. “A veces, en vez de agarrar la guitarra, abro una compu y me pongo a programar y hacer loops, que después utilizo para crear un ambiente, sin ningún tipo de presión ni estructura. Desde que hago música, empieza como un juego sin saber muy bien si después va a terminar en una canción”.

En el invierno de 2024, Aristimuño lanzó el disco en vivo El rostro y la luna, con versiones distintas, algo más cálidas y orgánicas, de siete canciones de su disco anterior, y en el invierno de 2023 se animó a versionar en vivo el indiscutido Bocanada, de Gustavo Cerati. “Me temblaban las piernas”, admite sobre el momento en que la voz del teléfono deslizó la pesada invitación. “Fue hermoso lo que pasó esa noche, una de las cosas más lindas que me tocó hacer”, dice sobre su show en el Centro Cultural Kirchner, que le valió las mejores críticas, entre el público y sus colegas, incluidas las de la familia Cerati, y una anotación importante en la siempre exigente liga electrónica argentina, donde compite con Daniel Melero, Leandro Fresco y los Altocamet, entre muchos otros.

“Por suerte, yo tengo amigos músicos en todos los géneros”, apunta Aristimuño, y al tiempo que remarca su experiencia compartida con el folclorista argentino Raly Barrionuevo, se reconoce como folclorista: “Lo digo en el sentido de que mi música habla sobre el lugar del que vengo. Además, si estoy en España, por ejemplo, el que nunca me escuchó enseguida me hace saber que soy argentino, y me parece que eso también es folclore”, reflexiona. “A la hora de escribir me gusta hablar de los árboles, las flores, las hojas y los cielos. Todo eso está dentro de mi país”, concluye.

Lisandro Aristimuño. Viernes a las 20.00 en Sala del Museo (Rambla 25 de Agosto esquina Maciel). Entradas $ 2.080 en Redtickets. 2x1 para la diaria.