No debe haber festival de cine de proporción mediana para arriba que no contenga alguna película del coreano Hong Sang-soo. En menos de 30 años de carrera acumuló una filmografía con, por lo menos, 43 títulos estrenados, de los cuales 33 son largometrajes. Algunos casi nadie los vio, salvo en los festivales. Pero no importa: son películas baratísimas, y cada vez lo son más: en la medida en que se lo permite la tecnología, Hong trabaja con equipos más chicos y asume cada vez más funciones.

En Necesidades de una viajera escribió el guion, produjo, dirigió, fotografió, montó y compuso la música. Cuenta con un estilo personal muy claro y, en general, sabemos qué cosas esperar de una película suya. Ninguna de las que conozco carece de interés, y buena parte de ellas son encantadoras. Esta llamó especialmente la atención porque tiene como protagonista a una estrella internacional, la francesa Isabelle Huppert (es la tercera que hacen juntos). En el Festival de Berlín de 2024 ganó el Oso de Plata, una especie de segundo premio otorgado por el jurado oficial. Aquí se estrenó en el Festival de Cinemateca de este año.

¿Estamos actualizados? Ni ahí: a esta altura, mientras tenemos esta joyita en carteleras, la filmografía de Hong ya creció en tres películas más, además de tener una cuarta en vías de realización. De tan cuantiosa producción, esta es tan sólo la quinta película de Hong que se exhibe en el circuito comercial regular de Uruguay.

La acción sucede en una tarde. Como es habitual en el director, la mayor parte del metraje transcurre en extensas conversaciones, que en este caso se dan entre pares de personas (hay una sola de a tres). Esos diálogos están tomados, mayormente, en extensos planos fijos que muestran a todos los interlocutores. Cada tanto, sin motivo evidente, un leve zoom abre o cierra un poco el encuadre, y puede haber algún leve paneo. Son charlas casuales en las que siempre emerge algún aspecto curioso, y en algún caso puede haber cierta intensificación emocional, como es el caso, aquí, de la charla entre In-guk y su madre.

Una de las características encantadoras del cine de Hong es la increíble naturalidad que obtiene en esas conversaciones. No es un cine en el que suelan ocurrir cosas dramáticas; la clave está en la observación afectuosa de personalidades en acciones cotidianas, teniendo epifanías y acompañadas de algunos sutiles juegos formales. Muchas veces sus películas terminan en forma caprichosa, abierta. Necesidades de una viajera es de las pocas que tienen una estructura más convencional: hacia la mitad del metraje emerge un conflicto –la madre del joven In-guk se escandaliza al enterarse de que vive con Iris, una francesa mucho mayor de la que no se sabe casi nada–, quedamos pendientes de qué va a ocurrir (¿la conversación logró perturbar el vínculo entre In-guk e Iris?) y el final funciona como resolución.

Alguien en Letterboxd comentó que “Es como Días perfectos, pero más corta y menos solemne”. Es una excelente descripción. Tiene mucho en común con la película de Wim Wenders, en el sentido de que acompañamos un tramo breve en la vida cotidiana, en un país asiático, de un personaje medio zen que desempeña sus tareas y se deja llevar por la vida en una forma particularmente carente de ambiciones. Iris da unas clases de francés sui generis, basada en conversaciones y en tratar de generar un vínculo emocional fuerte con el idioma. Cuando una estudiante nueva le pregunta sobre la eficacia del procedimiento ella, cándidamente, contesta que no lo sabe, que lo acaba de inventar, pero que espera que funcione.

La cinematografía parca de Hong contribuye a poner de relieve elementos formales. Es fácil observar que tanto la primera conversación como la segunda tienen como puntos culminantes un texto inscripto en una piedra grande. Durante buena parte de la película, sobre su vestido floreado Iris viste un buzo liviano de un verde chillón, y son muchas las ocasiones en las que hay algo de un verde muy parecido dentro del encuadre, haciendo algún tipo de rima visual: la birome, la etiqueta de la botella de makgeolli, la pintura de la azotea, la vegetación del parque. Simple como siempre, Hong no deja mucho margen para que uno se sienta el as del análisis cinematográfico, porque en una ocasión pone su truco totalmente en evidencia: alguien le pregunta a Iris si es una coincidencia que su birome tenga el mismo color del buzo y ella contesta: “Me gusta el color”.

Dentro de la sencillez general, hay algunas cosas descolocadas, intrigantes. Entre las distintas conversaciones hay elementos que se repiten en forma flagrante. Siempre alguien se pone a tocar un instrumento como aficionado, las estudiantes contestan más o menos lo mismo a su pregunta sobre los sentimientos, en dos ocasiones leemos poemas de Yun Dong-ju (1917-1945) inscriptos en alguna superficie y alguien comenta sobre la vida breve del poeta y el hecho de que murió en una prisión japonesa. En ninguna de esas instancias Iris comenta algo de tipo “¡Qué coincidencia! ¡Justo hace un par de horas escuché hablar por primera vez de ese poeta!”. Por su personalidad, podemos asumir que se deja llevar por la conversación y no quiere cortar el discurso de la persona a la que está escuchando. De todos modos, son demasiadas coincidencias para una tarde y cuatro conversaciones, y la extrañeza resultante no tiene una solución fácil. ¿Una manera exagerada de mostrar que la vida tiene ese tipo de interconexiones? ¿O, más bien, por fuera de la “realidad”, se trata de un juego formal de variaciones, de distintas alternativas poéticas?

Ese tipo de juego tiene como consecuencia cierta puesta en cuestión de nuestro estatuto de realidad: esos mundos de Hong, que en algunos aspectos lucen tan naturales y verosímiles, tienen un grado más bajo de fiabilidad que la mayoría de las películas. Por un lado, sentimos que nos zambullimos en un mundo virtual muy rico y agradable de estar; por otro, somos traicionados con la evidencia de que se trata de una construcción cinematográfica caprichosa que no mantiene un compromiso sólido con la congruencia del mundo sugerido.

Un ejemplo es la escena en la que In-guk está buscando a Iris en el parque y la ve en un banquito tocando una flauta dulce de juguete. Ella tiene su ropa característica, con el sombrero de paja, vestido floreado y buzo verde: imposible confundirla. Sin embargo, es como que In-guk la reconoce tardíamente. ¿La escuchó compenetrada y la quiso respetar? ¿Es esa escena un flashback de cuando se conocieron? El hecho es que la acción se corta en ese momento e In-guk vuelve a encontrar a Iris, que ahora está acostada en una piedra, y todo continúa con normalidad, conduciéndonos hacia el desenlace. Es una película de gran delicadeza, sensibilidad e imaginación, y una preciosa ocasión de pasar un rato con algunos personajes muy queribles.

Necesidades de una viajera (Yeohaengjaui pil-yo). 90 minutos. En Cinemateca.