Tanto en las comedias como en las películas de terror, parte del éxito consiste en provocar una respuesta física en el espectador. En las primeras será la risa o la carcajada (la sonrisa si es de Judd Apatow), mientras que en las otras hay una variedad de posibilidades: el saltito de susto, la mueca de asco, los ojos bien abiertos o incluso la cara que se gira para evitar seguir viendo lo que ocurre en la pantalla.

Todo eso puede encontrarse en Haz que regrese (Bring Her Back), la segunda película de los australianos Danny y Michael Philippou, que en 2023 habían debutado por todo lo alto (o todo lo bajo) con Háblame o Talk to Me, aquella de la mano embalsamada que permitía contactar con espíritus. En aquella oportunidad parte del gancho estaba en mezclar los ingredientes paranormales con la estética tiktokera y con adolescentes que se volvían adictos a esta clase de experiencias.

Esta nueva historia es bastante más tradicional. Tanto, que quien vaya al cine sin haber visto una sola imagen (y sin leer esta crítica) podría pensar que se trata de una película de suspenso con las dos patas firmemente puestas en nuestra realidad. La muerte de un hombre obliga a su hijo de 17 años y su hermanastra casi ciega a vivir con una mujer extraña, que ya había acogido a un niño que no habla.

Las primeras sensaciones físicas son de incomodidad. Más allá de la muerte que cataliza las acciones, se suceden estímulos extraños, que incluyen a la trabajadora social que escribe en la computadora mientras sus pulseras golpean el escritorio. La cosa se agudiza cuando a los jovencitos los recibe Laura (Sally Hawkins, que siempre hace todo bien) y empieza a desarrollar una relación muy particular con ellos: destrata a Andy (Billy Barratt) y se acerca bastante a Piper (Sora Wong, en un gran debut).

Ese comienzo quizás sea un poco lento, pero la constante manipulación de Laura hace que uno no pueda despegar los ojos de la pantalla; ya llegará el efecto contrario. Hay momentos en los que uno parece estar ante un cuento de Horacio Quiroga, no solamente por la presencia de gallinas o del pobre Ollie (Jonah Wren Phillips), el niño que no habla, que termina siendo el imán de todo lo asqueroso, violento e inmundo del guion.

El viraje no llega como una sorpresa; de hecho, la película comienza con imágenes casi snuff que anticipan el descenso hacia el horror sobrenatural. Así, habrá un par de escenas tan gráficas que son de esas que te acompañan a casa después de la función como si uno estuviera dentro de It follows. El mérito de los Philippou, que junto con su equipo saben trabajar para que la historia se entienda y se vea con claridad, está en encontrar variantes de sustos tradicionales (en gran parte relacionados con lesiones autoinfligidas) y de temáticas clásicas del subgénero.

En ese último sentido es que la película sufre por comparación, ya que algunos tópicos la convierten, de manera completamente casual, en una versión de segundas marcas de La hora de la desaparición (Weapons), con la diferencia de que la película de Zach Cregger es un relojito ajustadísimo que revela unas reglas muy sencillas, mientras que aquí Danny Phillippou y el coguionista Bill Hinzman se despachan con un ritual que es un poco más complejo y que necesita, literalmente, que la protagonista se detenga a leer las instrucciones.

Más allá de este detalle, la relación entre los cuatro protagonistas permite que cada uno de ellos tenga la oportunidad de lucirse: la lucha por controlar la ira del adolescente, la inocencia de su hermana, la traumadísima mujer dueña de casa y el niño que nos asqueará lo suficiente como para justificar la ida al cine, siempre y cuando nos guste esa clase de sensaciones.

La curva de disfrute de Háblame había sido descendente: el comienzo centennial terminaba dando paso a algo muy genérico y el final no lograba que uno se sintiera sacudido cuando se prendían las luces de la sala. En este caso, si bien el ritmo cae un poco cuando terminan de ordenarse las cartas sobre la mesa (y tiene un momento medio “Martha” como en Batman vs. Superman: el origen de la justicia), la tensión regresa con fuerza, y esos instantes finales, que son donde muchas veces se juega el partido de la recomendación, funcionan muy bien.

Haz que regrese comienza como una pequeña piedra en el zapato que dificulta la caminata, hasta que revela un perro salvaje que nos corre para atacarnos, y esa piedrita comienza a dañar la piel de la planta del pie hasta hacernos sangrar dentro del calzado. Después no digan que no les avisé.

Haz que regrese. 104 minutos. En salas de cine.