Un hombre atraviesa una nada definida frontera entre Argentina y Uruguay. Se interna en territorio uruguayo sin que sepamos nada sobre él. En ese territorio del enigma (el mismo al que hace referencia explícita el afortunado título del film; nunca todo está atado y siempre puede surgir cualquier cosa del azar), Daniel Hendler se confabula consigo mismo, en su doble faceta de director y guionista, para dibujar una película que es transfronteriza en varios sentidos.

Cruza límites de modo literal en el arranque de la acción, cuando el personaje Santiago Pallares (Sergio Prina), en huida libre, cruza los lindes, y en medio de ese juego del escondite que desarrolla frente a dos policías –una situación de la que, de momento, nada se nos dice– termina por encontrar refugio en un freeshop. Ese no-lugar termina por cobrar una relevancia inesperada: allí conoce a una empleada, Rocío (Pilar Gamboa), una mujer que va a animar uno de los fundamentos –el sentimental– de su reinvención. Así que Un cabo suelto es una película que se instala en lo que comienza por ser un limbo y se va reconfigurando como una forma de renacer, de ser otro.

En ese crossover nunca enfático, la película admite elementos del wéstern, de la comedia con algún brillante elemento de absurdo o de irreal, y del thriller nunca atemorizante. Se apuntan maneras en realidad no tan alejadas del universo de los hermanos Coen y del finísimo humor de un Kaurismaki que hubiera pasado por el filtro rioplatense. Pero Un cabo suelto es obra de una atmósfera singularísima. Su música del ya mencionado azar posee la naturalidad de una improvisación y, al tiempo, la cadencia certera de un guion sutil y muy trabajado.

En ese filo finalmente cordial, Un cabo suelto va creciendo en cada uno de los encuentros de sus personajes, en las resoluciones de sus enredos felizmente entrecruzados por la escritura delicada de la historia, en la que lo que empieza por ser una entropía poco a poco encuentra una armonía de espacio y tiempo que nunca es hostil y en la que dan ganas de quedarse a vivir, tal vez para que una se halle en disposición de gozar del privilegio de la citada reinvención de un hombre que nunca estuvo allí.

Alberto Barbera, director de la mostra y Daniel Hendler.

Alberto Barbera, director de la mostra y Daniel Hendler.

Foto: Alejandra Trelles

Después de todo, los intentos de borrar las huellas de una vida pasada, la construcción de una identidad nueva son elementos basales tanto del wéstern como del cine noir o de la comedia de enredos. Como vaso comunicante entre esos géneros fluye Un cabo suelto por unos cauces libérrimos, negándose también la película –como su protagonista– a instalarse en una naturaleza definida. Y se respira, así, de modo orgánico, como una vida de bohemia donde nada está prefigurado. Aunque siempre habite ahí, en el epicentro de todas las intrahistorias y de todos los personajes, un cierto idealismo de una Arcadia tan necesaria en estos tiempos hoscos de la dialéctica del enemigo. Un cabo suelto es una suave, cálida, muy divertida conciliación. Por eso una desea que ese no-país, ese no-Estado expida algo así como unos certificados de estadía para quedarse a vivir en los pliegues y en los horizontes nunca ultimados de Un cabo suelto y su cartografía del humor y la humanidad aún posible.

Éxito en la sala

Pocas veces en este Festival de Venecia se ha sentido tan cálido el abrazo del público, el entusiasmo, tan cerrado el aplauso. Los organizadores del certamen tuvieron que rogar a los espectadores que desalojaran la sala, ya que luego de esos 95 minutos de fascinación con la historia y con la humanidad de sus personajes no querían irse sin seguir dialogando con Hendler, con el protagonista Sergio Prina y con la productora uruguaya Micaela Solé. Los tres respondieron las preguntas, que fueron desde el género del film hasta la diferencia en la forma de tomar mate de uruguayos y argentinos.

La première en la mostra de Venecia augura más éxitos en el recorrido que acaba de comenzar la película, que sigue en unos días en la sección Horizontes Latinos del Festival de San Sebastián, en donde ya obtuvo el año pasado el premio WIP Latam. Luego vendrán exhibiciones en los más importantes festivales internacionales como Biarritz, Río de Janeiro y muchos otros eventos europeos y estadounidenses. El film se estrenará en nuestro país en abril de 2026.