La pelota cae y da vueltas. Pablo García la ve llegar y se acomoda para recibir. El control es fundamental. Se prepara en los bastones, estira la zurda, la que usaba para subir al bondi, y la baja. Enseguida se le vienen arriba: debe decidir rápido y ejecutar, pero se pone a correr y estira el juego mientras la entrenadora le grita: “¡Pase, pase!”. Sube y baja en carrera. La potencia de brazos banca bien y arranca en velocidad entre el aire y el césped. No pueden con él. Se le van al choque y lo desacomodan. Mientras cae –él y su marcador–, alcanza a puntearla y mete un pase que no llega a destino. Rápidamente ambos jugadores se paran. Cazan los bastones que volaron, se afirman en la pierna y arriba. Arranca la contra.

Saca Néstor Souto, toca con Andrés Etulain y nace una esperanza. Los seis del otro equipo están firmes, organizados, por lo que tiene que ser todo calculado. Manda el pase en largo y el control de Wilman Carneiro es perfecto, con el pecho. La baja, toca rápido con Tomás Mattos y llegan a posición de gol. Al golero no le da el tiempo, porque le pibe se afirma en los bastones canadienses y saca un zurdazo que le parte la red. Golón.

Así entrena la selección uruguaya de fútbol para amputados en el Regimiento de Caballería Blandengues de Artigas bajo las órdenes de Leticia Rodríguez, ex futbolista y actual entrenadora de las divisiones formativas de Central Español. El plantel está conformado por 14 futbolistas de entre 16 y 63 años, dos son mujeres. Cada jugador trae consigo una historia de vida, un camino que lo trajo a jugar y a patear la guinda en este lugar. Algunos sufrieron una amputación cuando eran muy pequeños, y todos sus recuerdos son con una pierna ortopédica y un proceso del que les fue todo más familiar. Otros tuvieron que acomodarse de grandes y luchar contra lo que se venía, entre otras cosas la discriminación. Caminar, correr, jugar al fútbol, cosas que les eran naturales, tuvieron que comenzar a hacerlas de otra forma, incluso a acostumbrarse a patear con la zurda. Las historias de la selección convergen en Montevideo desde Salto, Paysandú, Colonia, Cerro Largo, Soriano, Maldonado y Artigas. Algunos viajan especialmente para entrenar, para estar a la par del grupo; otros se acomodan con su trabajo y sus actividades. Franco Medero, el más chico de todos, vive en Colonia Valdense y coordina horarios con el liceo para poder estar. A los nueve años se le amputó su pierna derecha y siempre se las arregló para jugar con sus amigos después de que eso ocurriera (antes jugaba en Nacional de Nueva Helvecia). Esta oportunidad le permite hacerlo de manera oficial.

Entre pares

En los entrenamientos reina el humor. Los jugadores atienden con responsabilidad a la entrenadora pero no dejan de hacer bromas. “Los mancos” y “los rengos” son apodos que los futbolistas suelen tirarse para sentirse cobijados. Eso se ve en la cancha, en cada acción de juego o propuesta que presenta la entrenadora. Hace tres meses comenzó el camino que tendrá como frutilla de la torta la participación en el Mundial de México. Primero entrenaron en el Velódromo, concentración incluida, en doble horario, dos días a la semana. “El cambio más notorio fue su cohesión y cambio de mentalidad. Pasaron de ser un grupo de aficionados con el desafío común de jugar al fútbol a llegar a un anhelado Mundial. Creo firmemente que son un verdadero equipo comprometido con su responsabilidad como integrantes de una selección nacional. Más allá de los resultados, la alegría, el sacrificio y el respeto que han aprendido por el deporte me enorgullece”, comenta la DT.

Florencia Núñez tiene 19 años y estudia Derecho. Hace apenas unos meses que se incorporó al grupo de la selección, por invitación de uno de los jugadores, que era compañero de vóleibol (jugó en Plaza 2, Nacional y Huracán Buceo), y le agarró la onda enseguida. Incluso renunció a su trabajo porque no le acomodaban el horario para los entrenamientos: “No me quería perder la experiencia por nada del mundo”, sostiene. Su historia viene desde pequeñita. Le salió un bulto en un dedo del pie y el diagnóstico, tras varios estudios, arrojó lo menos esperado para una niña de un año y medio: sarcoma de Ewing. “Por un lado, tuve suerte, porque crecí con eso y no tuve que acostumbrarme, como les pasó a otros acá. Siempre usé prótesis; tenía una bien chiquita cundo era niña. Cuando era chica jugaba al fútbol, pero me daba vergüenza porque la sociedad sin querer genera un poco de rechazo”, comenta.

En la cancha se la ve totalmente integrada y activa. Es una de las pocas diestras del equipo. Es aplicada y hace lo que le pide la DT: jugar con toques, no retener la pelota y hacerla circular. En el breve lapso transcurrido desde que se integró al grupo se siente totalmente cobijada y a gusto. Debió acostumbrarse a jugar sin la prótesis y al uso de los bastones, pero lo lleva bien. “Tenía miedo de salir a la calle y mostrarme sin la prótesis, incluso subir una foto a las redes. La primera vez que subí una fue acá: eso es lo que se transmite. Es un gran grupo. El deporte, a pesar de no ser visible, busca la inclusión y saca a los amputados de un mundo cerrado. Cuando estás en la cancha es un poco raro; me tuve que acostumbrar a los bastones, a correr con ellos. Tenés que hacer mucha fuerza de brazos, equilibrio y mucho contacto, incluso hay que aguantar los golpes de las muletas”, cuenta. Es una de las que más hacen bromas y sonríes, pero reconoce que es fundamental la comunicación dentro de la cancha para que todo fluya. “Desde que entré me trataron como una más, a pesar de ser mujer. Todos me motivan a seguir creciendo. Cada uno tiene una historia de vida diferente, pero el fútbol nos une. El Mundial es un sueño y vamos con muchas expectativas”, dice.

El caso de Wilman Carneiro va por otro lado. Quizá suene el apellido: hay un Gonzalo Carneiro ex Defensor Sporting que juega en San Pablo, con quien Wilman tiene un parentesco lejano, pero por ahora sólo lo sigue por redes sociales. Es el más nuevo en el grupo; hace un mes se enteró del equipo por Facebook y escribió para sumarse. Vino desde su ciudad, Artigas, entrenó y cayó muy bien. Jugó al fútbol en el Peñarol artiguense desde baby hasta los 18 años. Después empezó a trabajar e ingresó al Ejército, donde todo cambió. En una visita de rutina, en 2012, a la isla Gorriti, donde fue con un compañero a hacer una limpieza de mantenimiento, se cayó y su pierna derecha se quebró en dos partes. Estuvo internado y, luego de varios estudios, descubrieron que tenía un tumor maligno, por lo que fue necesario amputarle una pierna. Volvió a trabajar en la cocina del Ejército, pero ya nada fue lo mismo. De un día para el otro, a pesar de que hacía todas las tareas que se le encomendaban, le dieron de baja y se quedó sin trabajo. “No me dijeron por qué. Ahora me estoy moviendo por algo, pero está difícil conseguir trabajo si sos deficiente. Estaría bueno que nos amparara una ley. Estar casi toda tu vida con las dos piernas y que te la saquen es difícil. Quizá no te dificulta tanto, pero el cambio es absoluto. A nivel social en Artigas no sufrí discriminación, pero la gente te mira distinto”, cuenta.

Desde que está amputado se maneja con bastones, por lo que eso no fue un impedimento. Es rápido, y se nota que jugó al fútbol, aunque dice que debió acomodarse a pegarle con la zurda, que no la usaba tanto. Asegura que le costó “porque tenía menos fuerza y la forma de pegarle no es la misma, pero no fue imposible”. “La clave está en la fuerza de brazos; después, se trata de darle para adelante. El control y el pase rápido y firme es fundamental. La entrenadora nos pide que estemos enfocados siempre, que ayudemos a los compañeros; eso es lo principal”, explica. Hacer las siete horas que separan a Artigas de Montevideo vale la pena. Su vida cambió desde que está en el equipo y comparte lo que siempre le gustó: ir atrás de la guinda. En casa lo esperan su novia y su hijo de siete años, pero acá tiene un grupo de amigos que “te apoyan, que están contigo, que son buenos por dentro y por fuera”.

La frutilla de la torta

Este es el primer Mundial en el que participa Uruguay, sumado a la experiencia del Sudamericano de Rosario, en el que el equipo no fue tan bien preparado y sufrió las consecuencias en lo deportivo. La invitación le llegó a la presidenta de la Asociación de Fútbol de Amputados de Uruguay, Elena Batovsky, porque son miembros de la Federación Mundial de Fútbol de Amputados. El campeonato del mundo se disputará entre hoy y el 5 de noviembre en México, en las ciudades de Guadalajara y San Juan. Uruguay está en el grupo A junto con los locales, Inglaterra e Irlanda. El debut es frente a los ingleses el 28 de octubre a las 16.00.

El grupo B está conformado por Argentina, Italia, Francia y Ghana; el C, por Polonia, Japón, Colombia y Costa Rica; el D, por Angola, Haití, Ucrania y España; el E, por Rusia, Brasil, El Salvador y Nigeria; y el F, por Turquía, Estados Unidos, Kenia e Irán. Los dos primeros de cada grupo avanzarán de fase en busca del título, pero el resto de los equipos sigue jugando para ordenarse en la tabla general.

El plantel celeste está integrado por los arqueros Matías Izquierdo y Néstor Souto, el golero alterno Facundo Ale y los jugadores de cancha Andrés Etulain, Franco Medero, Elena Batovsky, Luciano Varela, Pablo García, Ezequiel Vitalis, Florencia Núñez, Wilman Carneiro, Cristian Butín, Tomás Mattos y Daniel Fernández. La entrenadora es Leticia Rodríguez y el cuerpo técnico se completa con la ayudante Lorena Morán, la kinesióloga Alexandra Coto, el médico Luis Pacheco y el delegado Nicolás Pacheco.

Modo de juego

El fútbol para amputados es una modalidad que se practica desde hace poco tiempo en Uruguay. Se juega en una cancha de 60x40 metros y los arcos son de 2,2 metros de alto por cinco de largo. Se debe sacar de los laterales con el pie, no hay posición adelantada y los futbolistas se apoyan sobre bastones canadienses; estos no pueden participar en el juego, salvo toques involuntarios. El único caso en el que se permite jugar con una prótesis es el de un futbolista que tiene las dos piernas amputadas. Cada juego se divide en dos tiempos de 25 minutos, con un entretiempo de diez minutos y un tiempo muerto de dos minutos para cada equipo. Hay seis jugadores en cancha y un golero, que no puede salir del área si no es expulsado y su equipo tiene un penal a favor. Hay dos goleros por equipo, que tienen las dos piernas pero deben ser amputados de un brazo. En caso de que se necesite un tercer golero, ocupa ese puesto un jugador de campo, previamente asignado, que puede ingresar al campo de juego con una pierna ortopédica y debe esconder un brazo por delante de su remera para poder atajar. Las sustituciones son ilimitadas.