En el capítulo final hay que decir que Peñarol le ganó 2-1 a Nacional y se consagró bicampeón del fútbol uruguayo. Un capítulo difícil, que empezó desfavorable cuando Matías Zunino hizo el gol para los tricolores, pero que terminó festivo gracias a las conversiones de Fabricio Formiliano y Cristian Cebolla Rodríguez. Pero como el fútbol es una novela, hay que mirar más lejos para redondear el porqué del título carbonero: en algún momento del año estuvo diez puntos atrás de Nacional en la tabla acumulada, venía seco tras no ganar ninguno de los dos torneos iniciales del año y hasta el Clausura casi se le escapa, en una parte final del campeonato en la que alternaban sufrimientos entre los dos primeros. Pero Peñarol se levantó, supo qué hacer en los momentos de match point, aprovechó algún tropiezo del bolso y, con más ambición de fútbol, dio vuelta la historia para que terminara con final feliz a su favor. Fue el mejor del año por la estocada del final.
Las historias piden ser contadas. Cuando Nacional fue más, durante el primer tiempo y buena parte del segundo, uno de los responsables de mantener el cero fue el arquero Kevin Dawson. Es necesario destacarlo porque el coloniense fue y es uno de los pilares de este Peñarol campeón. En la final del Centenario, Dawson le tapó una a los 3 minutos de juego a Christian Oliva, cerca de los 35 le achicó a Zunino y le ganó en el salto cuando el volante tricolor, si lo pasaba, se iba sólo al arco. Pero eso fue ayer. Antes, durante toda la temporada, Dawson demostró un nivel que tiende a la excelencia en el fútbol uruguayo.
El otro hombre determinante ayer y siempre fue el Cebolla. Capitán y alma del equipo, en casi todos los partidos que Peñarol ganó fue figura (y, como para reafirmar la idea, cuando faltó el carbonero lo extrañó un montón). Ayer, como si fuera una cuestión de fe, fue la rebeldía para ir al frente cuando Nacional ganaba 1-0. Contó con su peón de lujo, Walter Gargano, y entre los dos levantaron a Peñarol. No fue como esas veces de fútbol atildado, de movimientos certeros o de jugadas lujosas. No, fue todo lo contrario: empuje, tesón, rebeldía. Ambos (y la pelota detenida) fueron los responsables de la levantada. El empate, que le aseguró ir al tiempo extra, vino de un tiro libre. Primero ganó Carlos Rodríguez (en posición adelantada), la pelota superó a Esteban Conde, pegó en un palo, recorrió toda la línea hasta pegar en el otro y ahí la encontró Formiliano para tocarla suave. Siempre es clave el oportunismo.
Quién si no el Cebolla iba a ser el encargado de patear el penal en el alargue. Alfonso Espino volteó a Gabriel Fernández y Cristian Rodríguez sabía que esa pelota era de él. Le pegó como acostumbra: muy fuerte y a media altura, esta vez un poco cruzado hacia la izquierda de Conde, quien voló para ahí pero ni la vio (que es un decir, porque sí la vio pero nada pudo hacer).
Hay historias que vuelven a narrar lo sucedido: este diario de lunes vuelve a decir que Peñarol es bicampeón uruguayo después de 21 años. Una cuestión de fe.
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