En la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) son cerca de 1.000. En la Organización del Fútbol del Interior (OFI), que estructura al fútbol del interior, se estima que andan por las 4.200. Y en la Organización Nacional de Fútbol Infantil (ONFI), a una base segura de 3.500 se le suman varios cientos de difícil cálculo. Son las mujeres que juegan al fútbol organizadamente. El aumento es sostenido y a todos los niveles. Parece sensato pensar que Uruguay pasó la barrera de las 10.000 futbolistas entre niñas, jóvenes y adultas. Porque a las federadas, las que tienen foto carné y ficha médica en las principales entidades que impulsan la competencia, hay que agregarles las que lo practican en clubes recreativos, escuelas, colegios, liceos, calles y campitos.

Algo de eso se ve en la película de la niñez de Valentina Prego, que a sus 33 años le pone escenografía noventosa a recuerdos de manchado, cordón y partidos de barrio. Aquellas andanzas no gestaron una futbolista federada, pero apuesto a que incidieron en la posterior vocación de organizar eventos deportivos y culturales. “Descubrí que había un montón de mujeres que jugaban fútbol, y fue como un mundo nuevo”, dice la hoy presidenta del Consejo de Fútbol Femenino de la AUF. En su cabeza conviven la competencia local y las selecciones nacionales, apretaditas en el espacio que deja un desafío histórico: el encare del Mundial sub 17 que entre el 13 de noviembre y el 1º de diciembre se jugará en Montevideo, Colonia y Maldonado. Valentina integra el Comité Organizador y es una de las pocas uruguayas que, cuando escucha que 2018 es año de Mundial, no piensa en Rusia.

Comienzos y avances

El organismo de la AUF que guía la actividad de mujeres nació en 1996, cuando la FIFA bajó el lineazo y varios dirigentes expertos en mandar a lavar platos ya no pudieron resistirse a abrir la puerta. “Estamos en el corazón del machismo”, dice, sin vueltas, Jorge Burgell. El actual vicepresidente de la Mesa Ejecutiva de ONFI fue uno de los pioneros de 1996. Acompañó como asesor técnico a Matilde Reisch, la primera presidenta de la nueva rama de la asociación. La cuestión cultural está en la base de un rezago centenario. Recuérdese que la AUF se fundó en 1900 y, de pique, comenzó a organizar torneos masculinos. El vínculo con los mundiales guarda cierto correlato. A los hombres, la primera participación de esa naturaleza les llegó a los 24 años de historia. Ni más ni menos que en los Juegos Olímpicos de París, que en la barriada de Colombes dispusieron de un estadio en el que se definió buena parte de nuestra identidad. El desafío de ser anfitriones llegó seis años después, en 1930. Una historia largamente contada y cantada. A las mujeres celestes, la primera Copa del Mundo las tomó con 16 años de acumulación. Fue en 2012, cuando la sub 17 batió todas las marcas propias en el Sudamericano clasificatorio y llegó al Mundial de Azerbaiyán. Faltaban exactamente seis años para la segunda oportunidad, que desde noviembre las tendrá como locatarias.

El reto se encara con niveles de preparación inéditos. Los esfuerzos naturales por potenciar al máximo a la selección dueña de casa se enmarcan en una apuesta más general por conquistar la estabilidad en el trabajo de las tres selecciones de mujeres. “No es un proceso permanente, pero sí se busca que sea continuo”, dice Prego. Vale para la sub 17, la sub 20 y la mayor. Desde el miércoles 4, la principal categoría disputa la Copa América en Chile bajo la conducción de Ariel Longo, que en lo poco que va de este año ya dirigió a las dos juveniles en sus respectivos sudamericanos. Es que la AUF optó por el discutible criterio de asignarle cuatro cargos: la coordinación del proceso y la dirección de cada categoría. La superposición de actividades se combate con tres entrenadoras asistentes. En el equipo estable de las selecciones predominan las mujeres. Además de las asistentes, hay una profesora, dos doctoras, dos fisioterapeutas y una utilera. Pero el liderazgo y la ejecución quedaron en manos de un hombre. No es la primera vez ni será la última, porque el fútbol femenino desde su nacimiento reparte roles. Un poco, por el rezago y la cuestión cultural. Otro poco, por una apertura de cabeza inconcebible en el mundo del fútbol masculino.

Varios saltos de calidad

Distinto fue el criterio allá por 2012, cuando Graciela Rebollo dirigió a una sub 17 que quebró la historia. Vicecampeón continental, aquel equipo estaba integrado por varias de las veinteañeras que le dan base a la actual selección mayor. Algunas de ellas, como Yamila Badell, Pamela González y Carolina Birizamberri, lo hacen en condición de repatriadas. El amateurismo local las lleva a explotar sus potencialidades en España y Argentina, donde el mercado paga sumas incomparables con las que reciben los hombres pero suficientes para vivir e inalcanzables para Uruguay. Son las caras más visibles de un salto de calidad que no se dio porque sí. Que se sepa: aquella camada de 2012 se nutrió de las primeras generaciones de niñas que pasaron por el fútbol infantil. ONFI hizo el clic en 2005, cuando les abrió las canchas de baby fútbol a las mujeres. Y hace pocos meses dobló la apuesta: “No hay más equipos de varones”, sentencia Burgell. En realidad, se refiere a que ya no existe una categoría exclusivamente masculina. El fútbol infantil se reparte en dos ramas, la mixta y la femenina. Aún son muchísimos los planteles conformados sólo por niños, pero aumenta la proporción de niñas que se entreveran para aprovechar la chance de competir en igualdad, que termina con la pubertad. También crece el número de quienes eligen la vía exclusivamente femenina, un paraguas necesario ante los filtros invisibles que subsisten en varios clubes y los miedos a la integración, hijos de una cultura presente hasta en el Complejo Uruguay Celeste: entre risas, Burgell cuenta que en la casa de la AUF “se cuida” que los planteles de hombres y mujeres tengan distintos horarios y espacios. ¿Nadie pensó en el potencial motivacional y en el enriquecimiento que podrían surgir del cruce de agendas?

En todo el país

“En la participación de las niñas tenemos más avance en el interior que en Montevideo”, comenta Burgell. La reacción positiva de los clubes de fútbol infantil no capitalinos genera una cadena que también llega a las selecciones nacionales, en las que empiezan a aparecer chiquilinas dispuestas a saltar las barreras del centralismo. El eslabón del medio es OFI, que proporciona la estructura de equipos y torneos abiertos a las jugadoras del interior y experimenta un crecimiento que hace tres años motivó la elaboración de una Agenda de Desarrollo en la materia.

Hoy, unos 120 clubes de 15 ligas tienen fútbol femenino. La idea es que la actividad llegue a las 61 ligas, aprovechando a las cerca de 580 instituciones que aún no dieron el paso. Marta Costoya, la secretaria ejecutiva de OFI, cuenta que hace un lustro comenzaron “a desarrollar el semillero” con la organización de un Campeonato Nacional sub 16. La planta creció tanto que tuvieron que abrir una competencia regional previa y clasificatoria, como también pasa en mayores. La dirigente valora el rol del fútbol femenino en comunidades a menudo chicas, en las que escasean las actividades ajenas a la rutina laboral y familiar. Y se entusiasma al describir un impulso que vende rifas y llena tribunas. Ese mundo que Prego un día descubrió en los barrios de Montevideo, donde toda la vida hubo mujeres futboleras. “Lo que nunca faltaron son niñas que quisieran jugar”, acota Burgell. Era hora de que llegaran las oportunidades.