Alisson Núñez es jocketa. De padre chapista y madre ama de casa, el amor por los caballos no fue heredado, ya que no tiene familiares relacionados con el turf. En su momento fue la única jocketa en Maroñas; hoy también la acompañan la melense Sofía Rodríguez –la más ganadora en Maroñas– y la argentina nacida en Santa Cruz Luciana Fraser. Las tres son las únicas mujeres egresadas de la Escuela de Jockeys y Vareadores de Hípica Rioplatense del Uruguay. Para entrar en los hipódromos de Maroñas y Las Piedras es obligatorio pasar por la escuela que funciona desde 2014. “Arranqué a los ocho años haciendo equitación; a los 17 conocí el hipódromo, y cuando abrió la Escuela de Jockeys en 2014, hice el primer año: me gustó y quise aprender”, cuenta Alisson a la diaria con su mirada segura y su sonrisa tímida. Llueve a cántaros y hace mucho frío. La amazona le dice que no al ofrecimiento de un mate e inmediatamente le da un giro a la estufa a cuarzo que ilumina el living desbordado de calor. “De mañana entrenabas con los caballos; de tarde teníamos materias: gimnasia, la parte teórica de la equitación, la parte veterinaria del caballo, teníamos nutricionista, educación ciudadana y reglamento”, recuerda sobre la escuela.

Alisson tiene 22 años, vive en el Cerrito de la Victoria, en Montevideo, y tiene un hermano y una hermana: Feliciano, carpintero de 24 años y Paola, de 38. Sus padres, Ana y José Luis, son artiguenses pero hace más de 40 años que llegaron a la capital para instalarse en la calle San Martín. Alisson, la menor de los Núñez, se enteró de que podía ir a Maroñas por el padre de una amiga que era cuidador en el hipódromo. Le gustó la idea, pero en su cabeza el sueño ya había crecido: “Un primo de mi madre que vive en el campo tenía unos caballos, y yo cuando iba andaba, ahí me empezó a gustar”. A su familia le daba un poco de miedo que empezara con el turf pero apoyó su elección. “El día que corrí por primera vez en Maroñas había bastante prensa: hacía 30 años que una mujer uruguaya no corría ahí. Al tiempo, cuando fui a correr la segunda carrera, el caballo se me disparó hacia atrás, consideraron que no estaba lista y me quitaron el permiso. Demoré más o menos un mes en recuperarme del golpe y cuando volví me dijeron que tenía que repetir las clases prácticas en la escuela con un caballo mecánico”.

Con la fusta bajo el brazo

“Siempre te cuesta más que a un jockey. Yo siempre me moví bien, pero me costaba, no me dejaban correr. Creo que ser mujer podía tener que ver, pero ellos dicen que no. Se hace más difícil, pero ya estoy acostumbrada, me conocen todos”. El trabajo es doble. En la cancha se ven los pingos. “Incluso otras chicas que se anotan dicen que les cuesta un montón”, agrega Alisson, tímida, siempre tímida. “Dicen que las mujeres pesan menos, pero hay algunos hombres que pesan menos que yo, naturalmente no me ha costado. En Estados Unidos sí me costaba porque los caballos llevan menos peso que acá”. Estados Unidos, dijo. Alisson vivió en Charles Town, en el estado de West Virginia. “La motivación que tenía yo era poder irme a otro país en el que se gane mejor. Acá si no corrés el fin de semana no cobrás nada. Cuando recién arranqué corría una vez por semana, o cada 15 días. Es muy difícil, porque además tenés que pagarte una unipersonal para poder entrar al hipódromo”. Agrega: “Una gran diferencia con Estados Unidos, por ejemplo, es que en el hipódromo trabajan más mujeres que hombres, en todas las partes: peonas, entrenadoras, galopadoras, jocketas”. Poco más de un año después de su debut en Maroñas – y de su primer triunfo– ya corría en Charles Town. En 2016 ganó su primera carrera con Thebeatofthestreet. Toda una novedad para esta montevideana que sueña con conocer otros lugares y probar suerte –otra vez– fuera del país, aunque no tenga mucho tiempo para hacer actividades extralaborales: “En Estados Unidos galopaba de mañana, después íbamos a domar a unas fincas, cortábamos para descansar un rato y terminábamos la tarde yendo a rebajar y a correr”. En sus ratos libres aprende a tocar la guitarra y cuando puede viaja a Artigas a ver a su familia. Además, comparte su trabajo y su pasión con un emprendimiento propio que tiene como objetivo promover la salud mental y física y en algunos casos la rehabilitación de niños y niñas: “Con una amiga tenemos un centro de equinoterapia en Canelones”. Alisson Núñez tiene mucha vida por delante y va al frente. Según ella la adaptación cuesta pero se puede, y les diría a otras chiquilinas que se animen a entrar en este mundo.

“Los caballos no son para las mujeres”, le había dicho una doctora.