Brasil es Brasil. El gigante, otra vez entre los ocho mejores del Mundial. Esta vez en Rusia, pero siempre, en cualquier lugar, es Brasil. Ayer, por los octavos de final, en Samara, la canarinha le ganó a México 2-0, con goles de Neymar y Roberto Firmino, a los 51 y 88 minutos de juego. En cuartos de final se las verá con Bélgica, presumiblemente un buen partido de fútbol, por no decir partidazo.
Si bien la diferencia es justa, a la verdeamarela le costó mucho. Es más, si el análisis respetara el orden cronológico del partido empezaría por señalar que México se paró mejor y tuvo a Brasil en problemas. El acierto táctico de los mexicanos fue una presión alta. Los tres delanteros fueron los primeros defensores y no dejaron siquiera dar el primer pase por abajo. Y Brasil la reventó, con todo lo que le cuesta jugar a partir de la segunda pelota. De todas formas, México no logró sacar jugo de todo lo que minimizó a su rival y no convirtió ninguna de las buenas chances que tuvo (aunque claro, mantener en cero a Brasil ya es un mérito en sí mismo).
El segundo tiempo fue otra cosa. Ya en los últimos diez minutos de la primera parte Brasil logró sortear con éxito la presión alta mexicana y empezó a mostrar sus intenciones: Philippe Coutinho y Willian como orquestadores, Casemiro de soporte técnico, Neymar y Gabriel Jesús.
El segundo tiempo fue otra cosa y no es por reiterar, sólo que cayó el gol temprano y eso condicionó todo. Brasil creció con la diferencia, se empezó a sentir más cómodo y se dio la inversa: ellos metieron a México contra su arco.
Los aztecas no lograron reaccionar ni con los cambios. Se fueron ofuscando de a poco, cortaban todo intento brasileño con faltas y se olvidaron de lo que mejor habían hecho: jugar vertical. Cuando Neymar se escapa, define de puntín, a la antigua, y Firmino la toca en la línea para meter el 2-0, la historia ya estaba escrita en presente. Brasil a cuartos.