Las advertencias previas se cumplieron: tienes que llevar ese papel a cada ciudad que vas, tienes que registrar tu presencia ante la Policía (por suerte, los hoteles se encargan de eso). Es un papelito, entra perfecto dentro del pasaporte y ahí lo tuve todo el tiempo, hasta el sábado en Sochi. Ahí cuando solicitaba un locker para dejar los equipos previo al partido con Portugal, tuve un pequeño percance: la chica que entregaba las llaves se molestó porque elegí número, acto seguido deja la llave elegida encima de la mesa y me pide que llene mis datos. Lo hago, cuando voy a tomar la llave no está, le digo que no la encuentro y me manda a buscar... Empiezo a sacar todo del bolso, entre esas cosas el pasaporte, no estaba la llave, le digo, me pide que espere. Lo hago. Cuando vuelvo la veo hablando con unos japoneses, tiene una llave enganchada en su meñique, termina con los japoneses, me ve y... Sorry, I have a mistake! La consecuencia de eso es que a partir de ahí desapareció mi papelucho de migración.

¿Qué hacer? Si hago la denuncia ahora me complico la vida, me van a tener en vueltas antes del partido, mejor lo dejo para mañana, pero mañana empiezo a viajar todo el día y llego a Moscú a las 22.30. Ta, queda para el lunes. Bien jugado.

Empiezo a evaluar los contactos a quienes consultar. Primer mensaje a Guillermo, un uruguayo que vive en Moscú y que para ayudar a todos los que vienen al Mundial creó la cuenta de Twitter @celestesarusia, llama al cónsul, que le responde que vaya a una comisaría.

El domingo de noche otro Guillermo, el de la agencia Siur, me pasa el número de un policía uruguayo que está trabajando en Rusia. No sé su nombre pero lo bauticé policía uy rusia. Me comentó que le había dado una mano con pasajeros de la agencia, que te decía a qué comisaría de tu zona te convenía ir, que ellos mismos después te llevaban a migraciones a terminar el trámite; pintaba bien.

Me fui a dormir con la certeza de que aquello era un boleto.

Al otro día, primer movimiento, segundo en realidad, después de preparar el mate: mandé mensaje a policía uy rusia. Luego check out-check in en el hotel y la muchacha de recepción se estresa mucho cuando se entera de que no tengo el papelucho. Hace llamadas, pide pasaporte, le pido que me diga dónde hay una comisaría, me da instrucciones poco claras, entre su inglés y el mío.

Sigo las instrucciones, le quiero preguntar a uno que viene caminando pero me gesticula estresado. Continúo preguntando mediante señas, me mandan a la estación de metro. Ahí un policía joven me dice que él es policía. Le pido que me anote la dirección, me marca el punto en el Google Maps, ¡bien!, spasiva, sonrisa del milico, arranco siguiendo instrucciones y entro a caminar en el parque. Cuando faltan cien metros no hay más que árboles y un cerco. Era un punto en el medio del parque.

Decidí ejecutar el plan B y arrancar para la oficina de migraciones. Luego de media hora de caminata, nos empezamos a entender con el aparato (yo empecé a entenderlo). Llego al lugar indicado, por el que había pasado por lo menos una vez a 50 metros, no sin antes caer en un edificio parecido en la otra cuadra.

Cuando estaba por entrar me llega respuesta de policía uy rusia. Me pide mi ubicación así busca dónde puedo ir, y le digo que mientras espero su respuesta probaré suerte en la mencionada oficina. Entro. Sensación de vacío, un guardia, no entiende nada, lugar viejo, solitario, uso el traductor para explicarle, me devuelve unas señas que entendí clarito: doblar a la derecha, pasillo al fondo, puerta 217.

Cuando me llega el turno, la cara del funcionario ya me anunciaba que no iba a ser fácil. Traductor mediante me dice que no entiende por qué me mandaron ahí, que tenía que hacer una denuncia en una comisaría a 300 metros. Al irme tomo algunas fotos del edificio. Encuentro la nueva comisaría. ¡Niet, niet! No, aquí no. Me muestra tres puntos en el mapa. Vuelta a las calles, 800 metros y veo policías. La señora de la aplicación me anuncia que he llegado. Puerta cerrada. Todas cerradas y sin vidrio. Hay que abrir siempre hacia afuera. No abre y toco timbre, pero no, no era timbre, ¡era la llave de la luz de la puerta!

Decido dar la vuelta y entrar por el fondo. Veo a un flaco de remera, le pregunto si es policía. ¡No!, no police. Igual, buena onda. Me tira nuevas coordenadas, atravieso una especie de Euskal Herria ruso hasta que encuentro una calle donde hay dos policías. Señalan 20 metros más allá, donde hay una caseta y un policía con una ametralladora en la falda. Le hago seña de venia, me la devuelve. Adentro me atiende una policía joven que habla inglés, estoy salvado. No es tan fácil. Me dice que tengo que llamar al 112, que va a haber alguien que hable español al que le tengo que explicar que sucedió con el papelito, para que le envíen la información y, recién ahí se encaminará. Llamo al 112, me atienden en ruso y le pido con alguien que hable español. Wait a moment, escucho “spanquish, spanquish”... Pasan minutos y nada, vuelve wait a moment, hasta que después de un rato –se ve que no trabajaba la o el que hablaba español–, me plantean que sea en inglés. Okay. Les pinta interrogatorio, nombre, país, dónde perdió el papelito, no sé, cuándo se dio cuenta, anoche cuando fui a hacer el check in en el hotel, a qué hora, 23.30 más o menos, dirección del hotel, le paso a la que me atendió junto con la tarjeta del hotel, le da la dirección, empieza un diálogo de varios minutos entre ellas, hay un tipo que habla a los gritos, no sé si es policía o está detenido pero discute con el policía que está dentro de la cabina. El policía se aburre, cierra la ventanilla, el otro sigue hablando y discutiendo solo. Las policías terminan su diálogo y retomo la conversa con un nuevo chequeo de respuestas, y me anuncia que le envían la información a los colegas. Llega un veterano muy veterano, habla con el otro policía, pienso en la Unión Soviética. Este es de esa época, seguro. Hace preguntas, le dan papel y lapicera y se va a escribir.

La policía sigue en su escritorio. Nada indica que mi situación evolucione. El gritón sigue en la vuelta, ahora habla con el veterano, pienso este también se crió en la URSS. Debe tener unos 60 años. Pasa el rato. La policía trabaja, yo espero, llega una pareja, ella veterana con el dolor en el rostro, él, un gordo barbudo de pantalón cargo, campera y chaleco por debajo –yo, de bermuda y remera, con calor–. No suda el tipo, no tiene nervios. La señora habla con el policía y le señalan que espere. Aprovecho y me siento en una escalera. Los policías entran y salen. Un uniformado me mira con sonrisa socarrona, How are youuuuu! Otro aparece y atiende a la pareja. Sólo puedo entender el dolor y la crisis de la mujer. Pasa un minuto y cae el llanto predecible. El lío continúa entre papeles, sellos, impresora, mientras sigo esperando. Pensé en hacer fotos, observé pero mmm, mejor la dejamos así, no sea cosa que se complique más la jugada.

Cuando estoy por completar mi segunda hora de presencia ahí, sale la policía, follow me, me devuelve pasaporte, me da una constancia de denuncia y me anuncia que debo acompañar al agente How are youuuuu a una dependencia de migraciones para completar el trámite. Salimos, en el patrullero hay un chofer, saludo, pero nada. Arrancan 15 o 20 minutos de viaje de sol hasta el nuevo edificio con foto de la funcionaria del mes en las paredes. How are youuuuu me indica que espere y entra a una oficina. Varias personas esperando. Me invita a sentarme en la última silla informándome que policeman five minutes. Pasaron cinco, quince, media hora. Cambió hasta la gente que esperaba. No aguanto más y me mando para la oficina. El gordo me ladra algo, no sé, supongo que me dice que espere. La mujer que identifico como la última que estaba cuando llegué, sale. El policía me mira y le dice a su compañera migration card.

Ya pasaron más de cinco horas y ¡salió el papelucho! Costó una jornada, pero ta, sólo falta llevarlo al hotel. Meto caminata, luego metro, unas cuantas estaciones, me equivoco dos veces de línea, una estación de ida, otra de vuelta, concentración, línea 3 azul, le pego, llego al barrio. En el hotel, que parece un conventillo de nacionalidades, elijo la cola donde está la muchacha de la mañana. Hay mínimo 30 personas. Algunos se cuelan, hay un relajo bárbaro de gente: peruanos, colombianos, árabes, africanos, chinos garroneros, una familia rusa amable adelante. A los 40 minutos muestro el dichoso papelucho. Ojos brillantes, cara de felicidad, thank you! thank you!

Extraño, pero esa alegría me ayudó a dejar de lado que eran las 19.30 y que la historia había empezado antes del mediodía.

Un consejo, cuiden ese papel.