[Esta es una de las notas más leídas de 2019]
Gabriel Alcoba nació en Paso de los Toros, “la cuna de O’Neill”, dice. Cuando su padre se quedó sin laburo, la familia migró a Maldonado. Atrás quedaron los amigos de la adolescencia, pero el fútbol surgió nuevamente como un conector en lo desconocido. Primero fue el Peñarol de la vuelta de su casa, después el Ituzaingó, donde pelearon campeonatos. Jugando en la selección lo vieron del Peñarol de Montevideo: “Si sos de un club del interior generalmente te vas a Peñarol con opción a compra. Me puse a estudiar química, pero no me daba la cabeza con el deporte. Estuve sin jugar por un esguince, me fue mal y me volví; obviamente no me iban a comprar, había jugado menos que poquito”.
En Maldonado empezó a estudiar educación física, y volvió al Ituzaingó “para despuntar el vicio de jugar en Primera”. La carrera le llevaba mucho tiempo; entre el ISEF y la práctica salía de su casa a las seis de la mañana y volvía a las diez y pico de la noche. Pensó que definitivamente ya no iba a jugar en el fútbol profesional: “Lo único que pedí en el club fue una motito, para que me dieran los tiempos justos. Esa era mi paga”. Cuando lo invitaron a probarse en la primera de Wanderers accedió para darle el gusto a quien lo había recomendado. Se encontró con Daniel Carreño y con una generación que hizo mella en las páginas del fútbol bohemio: el Chancho [Claudio] Dadomo, Sebastián Eguren, Sergio Blanco, Juan Manuel González, Diego Bonilla, Diego Irigoyen, Rodrigo Bengua. Hacía fútbol una vez por semana y le iba bastante bien, y los fines de semana seguía defendiendo los colores del Ituzaingó. Carreño lo recomendó al club para la pretemporada, pero se fue a dirigir a Nacional. Otra vez era esquivo el sueño del pibe. Sin embargo, el Vasco Santiago Ostolaza, quien lo tenía junado de los amistosos contra el Ituzaingó cuando dirigía al Depor Maldonado, asumió como técnico bohemio y así se abrió un periplo: “Me llevaron de jugar en el interior a la lista de la Copa Libertadores. Creo que hasta llegué tarde a la concentración para jugar con Boca en La Bombonera; no tenía idea de dónde estaba. En el partido de vuelta en Montevideo entré en el segundo tiempo. Estuve cinco años en Wanderers, que para el fútbol de hoy es un montón. No conseguía el traspaso del ISEF a Montevideo, y entonces hice el curso de técnico. Siempre me gustó estar en otro ambiente que no fuera el fútbol”.
Su hermano Gerardo era un “adolescente rebelde de Maldonado” cuando empezó la historia con Wanderers. Lo trajo a prueba a Montevideo y compartieron camiseta y apartamento unos cuantos años. Después cada uno siguió el devenir de casacas que fueron pintando los años, que son como los colores de las canas. Gabriel emigró a Ecuador para enrolarse en el Deportivo Quito, mientras que su hermano tuvo que atravesar unos cuantos meses de sanción por un doping positivo, antes de irse a Peñarol.
“No he visto muchos casos que salen positivo los dos jugadores que van al doping [su hermano y Mathías Corujo], encima ese tiempo habíamos pasado concentrados, tratando de meter a Wanderers en una Libertadores. Terminaron comiéndose nueves meses. Yo ya estaba en Ecuador cuando mi viejo me llamó para contarme. La pasé muy mal por no poder estar con mi hermano en esos momentos. Fue una injusticia. Hoy en día le va muy bien, pero llegó a sonar en el Real Madrid y en el Villarreal”.
En Ecuador Gabriel jugó en ese equipo que hoy ya no existe; vivió esa otra realidad, un poco más de dinero, un apartamento, un buen barrio. Arrancó jugando con Luis González de entrenador, pero cuando cambiaron al técnico tuvo que apechugar, hacer valer su contrato. Hizo migas con compañeros como Marcelo Palau, en la que fue la primera salida al exterior del tremendo volante central yorugua, y con Leo Rivero, en una de las aventuras futboleras de aquel nueve que supo ser goleador con la arachana del Cerro Largo FC.
“El destino de los futbolistas es incierto, y generalmente no estás preparado. Salvo que en tu casa aprendas algún oficio, o tengas la suerte de hacer algo. Yo tenía un compromiso moral con mi vieja de estudiar; ella había hecho el ISEF, y además soy muy inquieto. Me gusta estudiar, soy licenciado, soy técnico de fútbol, hice gestión deportiva y ahora voy a hacer un máster. Invierto en educación. Y mirá que dejé varios años, la arranqué en el 2000 y la terminé diez años después; en el medio pasó de todo, hasta me citaron a la selección con [Jorge] Fossati, llegué a jugar un amistoso en México. Fui haciendo materia por materia, pensando en tener una herramienta para cuando me retirara del fútbol”.
De Ecuador volvió a Danubio para jugar la Copa Libertadores. Tuvo una primera etapa que hizo que los dirigentes lo miraran de reojo. Cuando empezó a repuntar se le terminó el contrato. En ese entonces su hermano era dirigido por Mario Saralegui en Peñarol. El técnico habló con Gerardo para traer a Gabriel y el sueño familiar subió a la cima de lo impensado: los hermanos Alcoba volvían a cruzarse, esta vez con la rayada del manya. Pero esa cosa platónica duró una semana: una patada en una práctica los trajo a todos de un golpe a la realidad. “Tibia y peroné, me partieron al medio. El dolor fue todo, hasta en el alma. Cuando sos futbolista vas perdiendo cierta pasión, pero cuando vas a un equipo del que fuiste hincha toda tu vida te afloran un montón de cosas, te vienen pensamientos de gurí, lugares que sólo los pensabas de gurí. Tuve que aprender a caminar de nuevo. Volví a los ocho meses, con un cambio de técnico en el medio. Gerardo jugaba, pero estaba muy difícil la situación. No entré ni un minuto a la cancha. Estuvo muy complicado para conseguir equipo. Cerrito me abrió las puertas, estaba el Flaco [Julio] Balerio, que me tenía confianza. Entrenábamos en la cancha del Borro. Después estuve en Central con el Pecho [Daniel] Sánchez, y ya me vine para Maldonado a jugar, a terminar de estudiar y a dedicarme a mi profesión. Jugué en Deportivo y en Atenas, y me retiré en Ituzaingó, el cuadro donde había arrancado”.
Así vivió la transición. Pidió un espacio en el club donde nació futbolísticamente y proyectó un espacio de entrenamiento funcional ligado al fútbol al cual concurrieron varios colegas amigos. Para en invierno agarró las inferiores de un Deportivo Maldonado con muchas carencias. Se fue a Atenas, entrenó la cuarta división cuando el Turco Apud agarró la Primera, con un presupuesto muy acotado, y le pidió que fuera el preparador físico. Ganaron seis partidos de siete, empataron el restante, zafaron de la crueldad de los últimos puestos. Recalaron en Boston River e hicieron historia entrando en una copa internacional. Coherente consigo mismo hasta en el error, fue confabulando una filosofía de vida que es bastante parecida a su manera de ver el fútbol. Está recién vuelto de su segunda vivencia internacional como profe, esta vez en Honduras, luego de su primera experiencia en el exterior, que fue en la peruana Universidad de San Martín de Porres: “El Piki [Jorge] Cazulo fue como mi viejo allá. Es siempre enriquecedor ver costumbres diferentes, fútbol diferente. Ahora vengo de estar en Honduras con Manolo [Manuel] Keosseian. Me dejó una enseñanza muy grande, en un mes y medio aprendí cosas para toda mi carrera. Hay muchas formas de entrenar, muchas formas de ver el fútbol. Yo tengo mi filosofía: la filosofía de arriesgar, de ir al frente. Como dice Bielsa: ‘Lo que nos gusta a todos cuando somos gurises’”.