Plaza Colonia estuvo en la discusión por la tendenciosa fijación de los partidos para una última fecha donde se jugó todo lo que se había cosechado. Pero fue apenas un berrinche, a la primera de cambios aclaró su posición pasiva, o entendió que los tres puntos valdrían lo mismo, a destiempo de otros definidores de la cosa. Para Racing, el año de su centenario, que incluso le da nombre al Campeonato en disputa, fue un engranaje sin aceite, lo áspero del herrumbre. En el cuadrilátero una especie de final: los nervios al descubierto, el frenético torcer de un alambrado con las manos tensas de derrotas.
El primero fue de Agustín Oliveros para Racing tras buscapié certero. 1-0, los nervios, la estampita en Líber Quiñones, el soporte en Leandro Zazpe, la intensidad en el Mosquito Nicolás Sosa y el fragor de todo un barrio. No faltó el pongan huevo, el jueguen para adelante, el hoy hay que ganar amenazante. El segundo, por insistir, fue de Michel Araujo. Respiró la academia sin soltar la Spica.
Para el entretiempo la radio dijo que Boston le ganaba a un opaco Danubio y sonó un bombo seco: con ese panorama Racing volvía a un barrio que conoce, el de la Segunda División. De pique descontó Cecilio Waterman. Sonó el silencio del luto. No hay alivio ni por la ventaja porque la tabla es dura, tan poco maleable como el cemento donde se para la hinchada. Los silencios son ráfagas lúgubres. Solo los rompe el tercero del Mosquito, tras un entrevero en el área chica, al mismo tiempo que Danubio empataba para la ilusión. Pero Boston, que se jugaba todo, le hizo otro y otro a un Danubio desconocido.
Es duro el descenso. Todo se desmorona. La sombra sobre el Roberto es ilustrativa. Es ingrata la competencia, en la cara de los jugadores, el esfuerzo de todo el año, el dolor por los colores y por el oficio. En la tribuna tensión y tristeza. Algunos se la agarran con el alambre. Otros agradecen. Hay quienes lloran, en el pasto y en el cemento.