Facundo Mallo cayó un día a probarse a las inferiores de Liverpool, al mismo tiempo que se probaba en las de Wanderers porque quería sacarse esa espina de jugar en un cuadro. Se terminó decidiendo por el negro de la cuchilla porque le cayó mejor la gurisada. El debut en Primera llegó súbitamente. Previo a eso jugó al baby fútbol en La Escalinata, como su hermano, como su padre. Su abuelo fue una institución dentro de otra en el aurirrojo de la rambla. También jugó al básquetbol, en Cordón. Criado en un nido deportivo, estudiante por transitiva de educación física, Facundo Mallo llegó al histórico Rapid de Bucarest para devolverlo a la Primera División rumana.
¿Cuál es la historia de tu abuelo con La Escalinata?
Estuvo toda la vida, era el cuadro del barrio. No fue de los fundadores, pero estuvo desde el principio. En un momento le decían “el cuadro de Mallo”, incluso llegó a llamarse así el club, Mallo Fútbol Club. Hizo de todo: fue técnico y delegado, pero lo más novedoso es lo que ahora llaman “scout”. Iba a las escuelas, armaba partidos o campeonatos interescolares para ver gurises, buscando según la edad que se precisaba en el equipo. Murió en funciones: le dio un infarto entrenando botijas en el gimnasio de Don Bosco, un día de lluvia que no se podía usar la cancha. José Mallo, el Pepe.
¿Cómo fue que llegaste a un paréntesis de básquetbol de tres años?
Toda mi vida jugué al fútbol. Lo que sucedió fue que cuando terminé la escuela apareció la posibilidad de ir al Liceo Francés, donde estábamos becados porque mi padre era profe. Era tremenda oportunidad, pero era doble horario y eso hacía imposible jugar al fútbol. Empecé a hacer deporte en el liceo, y en tercero o cuarto fui a Cordón, porque vivíamos en Tristán Narvaja y 18 de Julio. Me encantaba el deporte; yo quería hacer deporte, y como no podía hacer fútbol, hacía básquetbol. Divina época. Cuando estaba terminando el liceo desafiliaron a Cordón por la muerte de la gurisa por un balazo que tiraron para arriba. Me fui a probar a Wanderers y a Liverpool, estuve yendo a los dos a hacer fútbol y fui pasando los filtros; en un momento tuve que decidir y fui a Liverpool.
¿Fue difícil adaptarse al fútbol de formativas después del básquetbol?
Yo jugaba al fútbol porque me gustaba jugar a la pelota; táctica cero, no tenía ni idea, y menos para una posición como la mía, que es más posicional, más de orden. Por suerte me tocaron [José] Nito Puente y el profe [Fabián] Anhelo, que me ficharon y me enseñaron. Después fue todo muy rápido: al año y medio me subió el Turco [Alejandro] Apud. Yo no jugaba en Cuarta y pidieron jugadores para hacer fútbol en Primera, anduve bien y me subieron. Debuté con Progreso en Belvedere a los tres meses. En el segundo partido le hice un gol a Rocha y después a Boston River, increíble. Me citaron a la selección sub 20, fuimos a Francia, pero me quedé afuera de la lista por un esguince que me hice en ese mismo partido.
¿Haber nacido en un nido deportivo te permitió vivir el deporte con amplitud, sin pensarlo como una opción de vida?
Nunca hice deporte pensándolo como una opción de vida. Era la actividad que a mí me gustaba hacer y lo podía conjugar con la carrera de educación física. Mis padres ambos son profes. Se conocieron en la ACJ trabajando. Nos inculcaron el deporte toda la vida. Cuando me probé en Liverpool fui para sacarme el gusto de jugar en la Asociación Uruguaya de Fútbol. De chico lo soñaba, pero no es tan real, es más mágico, es más lejano a poder vivir de eso. Y en el básquetbol menos, era ir a hacer un deporte de grupo, a competir con buena gente. En la parte física también, el cambio de fútbol a básquetbol y de vuelta al fútbol lo fui agarrando con el entrenamiento, pero son muy distintos el ritmo y el cuerpo del básquetbol que el del fútbol. La táctica, la estrategia, era todo nuevo, eso era más pensado, había que meterle cabeza, y me tocó la gente adecuada al lado. Nito, sin palabras: me enseñó todo. Tuvo paciencia y tuvo ganas; si fuera otro al que le cae uno del básquetbol en Cuarta División hubiese sido distinto. Después en Primera me tocó trabajar con Ruben Silva, que sabe mucho. Yo tenía el doble ritmo, por ejemplo, pero no la técnica del cabezazo. Esa fue mi suerte: encontrarme con gente que tenía ganas de enseñar.
¿Cómo fue el camino para llegar a Rapid de Bucarest?
Yo estuve siete meses en la B con Liverpool y dos años en la A. Después me fui a Torque, también seis meses en la B, ascendimos, y después un año en la A. Un proyecto divino, el espaldarazo de una idea real acompañada, obviamente, de la economía. Los que trabajan en el club son profesionales, y con la infraestructura se ha potenciado mucho, están más allá de los resultados. En diciembre de 2018 terminé mi contrato en Torque y en enero me fui. Primero fui a Dinamo de Bucarest, un cuadro histórico, importante, en la Primera División. Allá se juegan los primeros seis meses y se dividen los seis primeros de la tabla, que juegan por ir a copas, y los otros ocho, que juegan por no descender. Nosotros estuvimos entre esos ocho. No jugué mucho. Se me terminó el contrato y salió lo de Rapid, que está en Segunda.
Ambos equipos históricos.
Sí. Los tres cuadros más grandes son Steaua, Rapid y Dinamo, que además tienen una herencia histórica de lo que fue el comunismo en Rumania. Steaua es el equipo de los militares, Dinamo el de la Policía y Rapid el del pueblo. Ahí llegué yo, al cuadro del pueblo. Hace unos años desapareció, volvió a Quinta División. Subió a Cuarta y a Tercera en años consecutivos. Ahora estamos en Segunda, la gente volvió a la cancha. Los que siempre estuvieron son los de la hinchada, el resto empezó a volver con el tiempo. Están haciendo el estadio nuevo, y la idea es estrenarlo en Primera División el año que viene. Aici e Giulesti: acá es Giulesti, acá estamos nosotros. Eso dicen las paredes en el barrio de Rapid. Y está todo pintado de bordó y blanco. El arraigo del comunismo se ve en Bucarest, en los edificios, en los bloques enormes. Hay historia de jugadores a los que querían Steaua o Dinamo y no iban porque estaba el régimen atrás. Rapid siempre estuvo por fuera, siempre generó resistencia al sistema y saca pecho con eso. Steaua, por ejemplo, tiene dos equipos: el original, digamos, que está en Cuarta División y que estuvo en litigio con [George] Gigi Becali, el que puso la plata cuando nadie estaba en Steaua después del régimen, y Steaua de Bucarest, que es el que está en Primera. En el litigio ganaron los militares y se quedaron con el nombre, las copas, todo. Pero están en Cuarta, y entonces la gente también quedó dividida entre el Steaua original y el nuevo. [Nicolae] Ceausescu y su esposa Elena fueron las figuras más representativas del régimen. Los matan en Navidad los mismos militares que supuestamente los estaban protegiendo, luego de unos días de protesta. Hoy en día gobierna la centroderecha, pero hay mucho descreimiento, el voto no es obligatorio y la gente directamente no vota. Es un país muy machista; el otro día hablaba con alguien que no votó a su partido porque la candidata era una mujer. Pero hay un descreimiento grande en general, la política es una batalla perdida para mucha gente. Hay un nacionalismo fuerte, pero no es en realidad popular.