“Uno termina y sigue sin saber la mitad de las cosas”, dijo alguna vez Obdulio Varela, con el foco puesto en la mentira y en los secretos. Hablaba de fútbol, o así parecía, aunque la frase puede aplicarse a casi todo. El tipo sabía de eso. En parte, porque fue una de las cosas que mejor le salieron en la vida; otro tanto porque lo padeció hasta el cansancio. Más allá de lo que el símbolo celeste fue, o de lo que se cree que haya sido y sigue siendo, hay algo puntual donde coincidir: Obdulio nunca se disfrazó de lo que no era.

Luchador incansable, de origen humilde, consciente de que la cultura de los que no tienen es diferente a la cultura de los que tienen, lideró a los jugadores allá por 1948 cuando declararon la huelga porque los clubes no quisieron reconocer la creación del sindicato de futbolistas. No faltaron los dirigentes de la época, pero también diversos actores, como políticos o periodistas, que agoraran estar ante el final o la muerte del fútbol. Pero hay veces que la lucha paga y sucedió todo lo contrario: la huelga permaneció desde octubre del 48 a mayo del 49 y los futbolistas lograron reivindicaciones hasta ese momento históricas, como el estatuto del jugador. Para colmo, campeones del mundo en 1950. Por mucho que les pese a quienes les pesa, el “pataleo” –como lo llaman vulgarmente– es un derecho de los trabajadores, de la misma manera que no hay amor si no tiembla el corazón, porque en todos los casos la revolución es querer.

Somos muchos los que creemos que todo poder usado en exceso dura poco, pero hay excepciones que confirman la regla. Dijo alguna vez Leonard Cohen que “con el poder mantenemos una relación ambigua: sabemos que si no existiera autoridad nos comeríamos unos a otros, pero nos gusta pensar que, si no existieran los gobiernos, los hombres se abrazarían”. Parecido a lo que pasa con la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF), por ejemplo.

Como citar todos los desatinos de la AUF sería poco menos que inabarcable, es pertinente enmarcar el asunto en las últimas dos décadas. Ni casualidad ni ningún ningún: en 1998 la asociación firmó su primer contrato con Tenfield. Gobernaba aquel circo el nefasto Eugenio Figueredo. Si bien el fútbol nuestro nunca fue –aunque en ocasiones presumió ser– una mina de oro, lo que pareció bueno, vender los derechos de televisación buscando rédito, terminó siendo un abuso en donde la torta se repartió peor que horrible. Y no una vez, sino varias, porque Tenfield y la AUF continuaron renovando contratos o extendiéndolos de forma alevosa, incluso contravencionando resoluciones gubernamentales. Ni roncha que les hizo. “Este es el país de los vivos y el fútbol es un escalón muy importante para el logro de ciertas aspiraciones”, avisó alguna vez Obdulio.

Existieron intentos reivindicativos desde la AUF. Les fue mal, lógicamente: a Sebastián Bauzá le buscaron la vuelta para mandarlo a la casa; Wilmar Valdez pudo algunas cosas: en su período se recuperaron los derechos de imagen de la selección uruguaya, pero una trama de audios y fuego cruzado lo llevó a la Justicia y perdió credibilidad. Y si un presidente pierde valor, la institución que preside también. Como las personas cuando mienten u ocultan verdades.

Dice el periodista Ezequiel Fernández Moores que “en rigor, la peor trampa suele ser la que no se ve”. Parece verdad. Pasó demasiado tiempo para que se generara una revolución genuina, fuerte, desde el pie, como aquella de Obdulio y compañía. Fueron los jugadores más unidos que nunca los que acumularon. Los de la selección pelearon en su trinchera, el resto salió a la calle en alpargatas, a pedir mejores condiciones laborales, transparencia, equidad. Fue el mismo resto que luchó en la interna, en su gremio, porque si no hay revolución desde adentro a los discursos, por más lindos que sean, se los lleva una brisita.

Con el paso del tiempo se generó un caldo de cultivo interesante. Lo paradójico fue que la Conmebol y la FIFA, dos que no pueden presumir mucho de trigo limpio, terminaron interviniendo a la AUF y controlando su gestión “por no cumplir los requisitos de transparencia”. Es verdad que pareció un atropello –sobre todo por saber quiénes ejercían la justicia–, pero también es verdad que la AUF, con los signos de mala gestión que acarreaba, se merecía un escarmiento que refundara su existencia.

Acá estamos parados. Se termina la intervención y habrá acto eleccionario. Más allá de los candidatos de turno, lo mejor es el nuevo panorama político: un congreso amplio donde se sumaron voces que debían estar, como los grupos de interés. Voces vitales, si las hay, y con conocimiento de causa para exigirle a quienes dirijan la AUF que, al menos, lo hagan con decencia porque, entre otras cosas, el fútbol no les pertenece.