[Esta es una de las notas más leídas de 2019]

Detrás de esa barba estirada desde la cabeza rapada, con esos matices grises de los años, hay un hombre sensible. El malo de la película, de casi todas las películas de casi todos los cuadros, acerca una silla a la sombra de los paraísos que custodian la popular del Parque Viera, la casa del bohemio del Prado, entonces, su casa. A Damián Macaluso lo hacen sentir en su casa el viejo Jesús, la Flaca Ivonne, el Cani, los “vagabundos”. El popular Maca se viste de Montevideo Wanderers todos los días de su vida desde hace ya dos años. Todavía le queda cuerda, pero se ha ido preparando para el después, el abismo más allá de la línea de cal. Cumplió 39 y cuenta con los dedos quiénes lo superan en edad y aún están en rodaje. Debutó a los 17 con la camiseta de Central Español. Cuando estaba jugando en la B lo convidaron de celeste en un Sudamericano y un Mundial. Volvió derecho a River Plate para partir a los seis meses, apenas con 19 años, al recio ascenso del calcio italiano, donde supo escuchar de madrugada, mediante una conexión precaria, los tamboriles de las Llamadas. Quedó escrito en las páginas de Cobán Imperial de Guatemala, en las de San Benedetesse, en las de Peñarol y, por lo tanto, en las de Nacional, en aquel recordado 5-0.

¿Cómo te llevás con ese mote del malo de la película?

Soy el malo de la película en casi todos lados, parece que cada vez más. Yo estoy tranquilo, muy contento, acá en Wanderers desde que llegué hace casi dos años. Estoy loco de la vida. Siempre fui igual, defendí todas las camisetas de la misma manera.

¿En qué otro lado te habías sentido así de cómodo?

En Juventud estaba tranquilo, me llevaba muy bien con la gente que trabajaba en el día a día en la chacra, en los entrenamientos; pero acá es una familia. En el exterior, por la cantidad de años que estuve, me sentí muy cómodo en el Nancy, en Francia. No me faltaba nada.

¿Cuándo fue la primera vez que saliste al exterior?

Con 19 años me fui a la Sampdoria. Era un gurí. Venía de jugar en River, pero había debutado en Central Español con 17. Jugué un año y medio en la B y me citaron para el Sudamericano y luego para el Mundial sub 20. Volví para River y, a los seis meses, me fui a Italia. Después a Catania, en el ascenso italiano, en la C1, que es muy parecido a lo que pasa acá: un campeonato de lucha, muy físico, con partidos muy cerrados; a veces eran guerras. Después volví a Uruguay y estuve cuatro meses sin equipo.

¿Cómo puede pasar eso?

Pasé de estar un año y medio en Italia a estar cuatro meses sin equipo en Uruguay. El representante que tenía en aquella época yo no lo había elegido. Él había pagado una deuda en Central y, a cambio, había adquirido tres fichas de jugadores, entre ellas la mía. Entonces él mandaba a dónde iban los jugadores: era donde él quería o no era. Él hacía su negocio; yo iba por el salario y sabía que a fin de año me tenía que volver. En Catania incluso me ofrecieron quedarme, el presidente era hijo del presidente del Perugia y la idea era hacer un contrato de cinco años con ellos, pero yo no tenía potestades sobre mi ficha, y el hombre salió pidiendo un disparate de plata. Terminé sin club, entrenando solo en Montevideo hasta que arreglé en Bella Vista, allá por 2002.

Cumpliste 39. ¿Cómo te sentís?

Me siento muy bien, con ganas de seguir. Ni miras de dejar, por ahora. Disfruto todos los días, me levanto contento, llego temprano con el mate. Me divierto, paso bien, hasta me olvido de los dolores.

¿Y después?

Quiero seguir vinculado al fútbol, estoy preparado para eso. Hice el curso de entrenador y el de gerencia deportiva. Me gustaría ser director técnico, pero eso lo veremos cuando dé el paso al costado. Va a ser un lindo desafío en el futuro.

¿Qué recuerdos te trae tu etapa en Centroamérica?

Estuve a punto de dejar el fútbol, porque el representante no me conseguía equipo y encima había caído preso. Quedé otra vez sin nada y me puse a trabajar. Llegó la crisis de 2002, y me entré a comer la poca plata que había ahorrado, hasta que me salió la oportunidad de ir a Guatemala, a Cobán Imperial, en el medio de la montaña. Cuando llegué, el equipo había quedado por el camino en las últimas dos semifinales, y a nosotros nos tocó salir campeones: quedamos en la historia. Pasaron diez años y me invitaron porque se retiraba el capitán y se conmemoraba la década del campeonato; todavía seguía el cariño de la gente. 12 horas demoramos en volver a Cobán después del título: paramos en todos los pueblos, paraban el ómnibus para que bajáramos a saludar. Fue espectacular, pero a fin de año, de vuelta a hacer el bolsito: volví a Italia, al Venezia, para jugar en la B.

¿Cómo estuvo la vuelta al calcio?

A los seis meses el club quebró y descendió automáticamente, pero para mantenernos en el profesionismo seguimos jugando. Después volví a la C1, a San Benedetesse, con el Pechu [Fabián] Yantorno. La pasamos fea. Lo mismo: el cuento del gerenciamiento. Había ido un lote de uruguayos, pero quedamos sólo nosotros dos. A los tres meses desapareció todo el mundo y vino un presidente que era un tránsfuga: andaba custodiado porque los hinchas no lo querían dejar entrar a la ciudad, pagaba con cheques sin fondo. Tuve que vender el auto que tenía y con el Pechu nos movíamos en bicicleta. La hinchada hacía colectas; nos daban bonos para supermercados, para comer, para la lavandería. Estuvo difícil.

¿Cómo les fue en lo deportivo?

Lo lindo de la historia es eso. Fuimos a jugar los play out para no descender y perdimos 3-1 con Lumezzane; yo hice el gol de visitante. Para la vuelta, un compañero colgó en el vestuario un recorte con declaraciones del capitán de ellos diciendo que nosotros ya estábamos muertos. Llegaron a la cancha, dejamos que hicieran el reconocimiento de campo y cuando entraron al túnel se armó una batalla campal. ¿Cómo iba a declarar que estábamos muertos? Nosotros estábamos vivos, si la veníamos remando. Cuando entró el capitán lo di contra las paredes. Después de la generala, a cambiarse que empieza el partido. A los dos minutos íbamos 1-0; a los cinco, 2-0 con gol mío. Terminamos 4-0, nos salvamos del descenso y hasta el día de hoy la gente lo recuerda. Ese año, por suerte, me desligué del representante que tenía.

¿Cambiaron las cosas hoy en día con respecto a los representantes?

Ahora hay otro tipo de controles, otras reglas. No se puede hacer contratos por tantos años, no se puede falsificar firmas; siguen haciendo de las suyas, pero sin dudas antes era peor. Me desligué y me salió para ir a Francia; mi hijo Filipo es francés. Ahí vivimos cuatro años inolvidables.

Después empezaste a volver de a poco para el sur.

Me saqué esas ganas que tenía de jugar en Peñarol, y además jugué un partido histórico, el clásico del 5-0: hice el segundo gol antes de terminar el primer tiempo. Lo disfruté mucho. Está bueno quedar en la historia de los clubes; cuando mis hijos crezcan van a poder ver dónde anduvo papá, más allá de lo económico, porque las caricias al alma que te da el fútbol son mucho más importantes que todo lo demás. Si miro para atrás, más allá de que la sufrí bastante, la disfruté, la sigo disfrutando. En 22 años de carrera vi pasar una cantidad de jugadores, jugué con campeones de América y del mundo, compartí vestuarios con fenómenos de verdad, como el Tony Pacheco, [Marcelo] Zalayeta, Darío Rodríguez, el Ñato Miranda, Carlitos Grossmüller. Jugué contra [Karim] Benzema, jugué contra Ronaldinho, jugué contra [Eden] Hazard. Estuve años corriendo la liebre de atrás, y la sigo corriendo, pero el gol más grande que hice fue comprarles la casa a mis padres en Villa Dolores.

La otra pasión

¿Siempre tuviste esa pasión por el tamboril?

Siempre tuve la pasión del candombe y el tamboril: íbamos a los ensayos de Yambo Kenia cuando éramos chicos en el Club Buceo. A las comidas llevo los tambores para hacer un poco de ruido. En el 2000, estando en Catania, había que conectar el teléfono a la computadora para agarrar internet y me quedaba toda la noche escuchando las Llamadas. Iba sin dormir a entrenar por escuchar las Llamadas. Siempre estoy pendiente del carnaval. El primer año que salí estaba en Gimnasia de La Plata y crucé a las Llamadas de Colonia porque me habían invitado a tocar con Mi Morena. En las Llamadas oficiales de ese año entrené el viernes de mañana en La Plata y llegué pasado el mediodía a Montevideo; me pasaron a buscar en el ómnibus, me cambié y me pintaron arriba, desfilé y me dejaron en Tres Cruces de nuevo con el dominó todavía puesto y las alpargatas. Viajaba en el barco lento de la noche, llegué y me estaba esperando el Turbo [Gonzalo] Vargas para ir a entrenar otra vez.