[Esta es una de las notas más leídas de 2019]
La asociación civil Club Neptuno dejó de existir el 13 de marzo, si se toma como fecha de cierre el momento en que un pequeño núcleo de integrantes de su último Consejo Directivo (CD) dio la orden de bajar una cortina levantada 106 años antes. El futuro de su enorme sede es la punta de un iceberg que involucra los intereses de una larga fila de personas acreedoras y los sentimientos de mucha gente más. La eventual toma de posesión de la Intendencia de Montevideo (IM) podría representar no más que una etapa transitoria o de custodia. La gestión de nuevos proyectos deportivos demandaría un respaldo mayor y por ahora no confirmado.
El viejo edificio espera semivacío tras cobijar actividades tan disímiles como un desfile de modas, la grabación de un spot del Movimiento de Participación Popular (MPP) y la celebración de un acto del Partido Verde Animalista. Coletazos de los últimos compromisos asumidos antes de la liquidación. La luz mortecina se cuela por las ventanas de largos pasillos y enormes vestuarios, gimnasios y piscinas. En medio de la desolación, dos áreas tercerizadas mantienen vida legal, aunque más no sea para agonizar: un complejo de fútbol cinco y un snack bar que supo de tiempos mejores. El goteo de canillas y duchas cerradas suena a cuenta regresiva.
No hay testimonio que no sitúe la raíz de la crisis terminal unas dos décadas atrás (ver recuadro). A fines de los 90, ya se añoraban las épocas de un padrón social con cerca de 15.000 registros. El complejo deportivo que copa la manzana conformada por Juan Lindolfo Cuestas, Piedras y las ramblas 25 de Agosto y Juan Monteverde no era el cementerio de ahora, pero tampoco el hormiguero de otrora. Un tobogán de facturas impagas, faltantes de dinero, intervenciones estatales, acciones judiciales, dirigencias removidas, desafiliaciones y despidos condujo a la situación de fines del año pasado. Con apenas 1.000 personas asociadas y una deuda millonaria en dólares, Neptuno solicitó el concurso de acreedores tres meses antes de cerrar.
Se alborotó el avispero
Alfonso Fontenla, el último tesorero, cuenta que la decisión se masticó desde 2016, cuando la Secretaría Nacional del Deporte (SND) lo sugirió como primer paso para un posterior relanzamiento. Para eso se precisaba acordar con el núcleo acreedor, a riesgo de liquidar el club en caso contrario. Con las puertas aún abiertas, Álvaro González, juez letrado de Concursos de Segundo Turno, designó a Israel Creimer como síndico, figura necesaria cuando la dimensión del pasivo compromete la viabilidad. Con un “margen de maniobra” acotado, “no hubo forma de presentar un plan de ingresos”, completa Fontenla. No opina igual Jorge Candán, vicepresidente al momento del cierre, quien señala que se podía esperar hasta junio y “solicitar un plazo más”. Además, afirma que la liquidación debió resolverse en Asamblea, mientras que su ex compañero interpreta que el CD estaba facultado por esta para decidir, como ocurrió. El contrapunto evidencia diferencias en el organismo que tuvo como último presidente a Ricardo Bentancor, quien tras una seguidilla de renuncias se hizo cargo de un tridente al rojo vivo. Según estimaciones del ex tesorero, las deudas rondan los diez millones de dólares y el Banco de Previsión Social es el acreedor del 60%, tras años enteros de aportes de trabajadores y trabajadoras que el club retuvo pero no vertió a la seguridad social. Para colmo, buena parte del padrón estaba compuesto por afiliaciones vitalicias, lo que reducía más los ingresos. “Así, no hay otra forma que ir a la liquidación inmediata”, les habría dicho Creimer.
El síndico es una pieza clave para los intereses del conjunto acreedor y su estrategia se orienta hacia la IM. Si bien la comuna es propietaria del predio, estaría en debate la propiedad del complejo deportivo allí construido. Según averiguó Garra, Creimer apuesta a que el gobierno departamental abone un “resarcimiento” a cambio de la devolución de un terreno con una infraestructura inexistente antes de la cesión. Plantilla y masa social comparten el criterio basados en asesores legales con los que mantienen cercanía, como Carlos Caraballo. El abogado trabajó para el club durante la etapa concursal y presentó “una serie de actos en donde se acreditaba la construcción por partes”, pese a cierta “dificultad probatoria”. Desde la comuna, Ernesto Beltrame, director de Asesoría Jurídica, sostiene que no tiene “ninguna duda de que la IM hoy en día es propietaria del padrón y de sus edificaciones”. Una sucesión de cesiones en comodato y apoyos financieros parecen ser sus cartas. Amarillentos, los papeles conducen a mediados de la década de 1930, cuando empezaron las primeras obras de un Frankenstein polideportivo difícilmente levantado con dineros de un solo origen. De momento, no hay más que un compromiso básico asumido por el síndico y representantes de la IM ante el juez: hoy las partes se verán las caras en el club disuelto. Creimer pretende entregar las llaves en el acto. Desde la comuna condicionan su recepción a las conclusiones que arroje una inspección previa.
Con indeleble memoria
Antes de que se la tragara la rambla de Montevideo, la calle Monteverde apenas se hacía espacio entre los muros del Neptuno y el pastizal que anticipaba la orilla del Río de la Plata, aún libre de contenedores. Alejandro Grierson se recuerda cruzándola camino al encuentro con la lancha que trasladaba hasta la última chata que tuvo la institución, algo así como un solárium flotante. El niño que se afilió en 1972 guardó los registros del “bullicio” de un club colmado en el estante de los recuerdos lindos. Entiende que la perspectiva barrial tiene que ser incorporada en un potencial nuevo proyecto, como buen hijo y vecino de ese extremo de la Ciudad Vieja que se esconde atrás de las casas bancarias y el circuito turístico. Nostalgia al hombro, visitó el edificio dormido hasta ayer mismo para reunirse regularmente con otras personas que fueron socias hasta el final y mantienen la llama prendida en las redes sociales. Algo así como el núcleo duro del amor por un club que ya no es.
La comunidad involucra a tres empleados que siguen en funciones por decisión del síndico, seleccionados de una escuálida plantilla final que apenas totalizaba unas 20 relaciones de dependencia. Contratado en plena debacle, Julio Zúñiga es uno de los sobrevivientes. Con la esperanza de salvar las fuentes de trabajo, se contacta con la Federación Uruguaya de Empleados de Comercio y Servicios: “De los 12 meses que llevo trabajados se me pagó, de a puchos, un mes”. Entró para desempeñarse como sereno y encargado de calderas, las que siguió activando por razones de mantenimiento. Si no, “cuando venga alguien y asuma van a estar totalmente destruidas”, remata. Con la misma lógica, acota que “la piscina de 25 [metros de largo] está para usarse”. Su testimonio da cuenta del desgobierno de los últimos tiempos. “Cuando entré, empecé a priorizar que se mantuviera abierto para llegar a cobrar. Otros priorizaban lo contrario”, desliza. Sus palabras también evidencian el vacío gremial posterior a la desarticulación del sindicato del club, de ocaso previo al de la institución.
Que ya conseguí la guita
La SND asoma como un actor clave para el impulso de cualquier proyecto nuevo. Su gerente, Daniel Daners, piensa en un “esquema en el que se involucre más de un actor”, aunque aclara que por ahora “nadie ha comprometido nada”. Valora positivamente la eventual toma de posesión de la IM y propone alianzas con el Comité Olímpico Uruguayo y las federaciones deportivas, antes de agregar que no descarta “que se pueda conveniar con un gobierno extranjero”. La situación de la pileta cerrada de 50 metros, un imponente agujero sin agua que hace días llegó a usarse de pasarela, suena a chiste de mal gusto en una ciudad que no tiene otra piscina de longitud olímpica. Quizás sea el mayor incentivo para planes futuros.
La reconversión al alto rendimiento no despierta mayor simpatía en la gente allegada al ex club. Prevalecen la defensa del modelo social y una mala valoración del rol de la SND en el proceso de liquidación, por el incentivo a la convocatoria concursal y una supuesta falta de respaldo posterior. Daners responde enumerando apoyos y proyectos destinados a Neptuno. Recuerda que hace cerca de un lustro se propuso sin éxito un acuerdo de cogestión que hubiera hecho posible la convivencia entre la institución y el alto rendimiento. Y suma detalles del manejo de una partida de dinero asignada bastante antes: “Demoraron siete años en rendirla”. El dardo impacta en las administraciones de los hermanos Jorge y Alberto Torres. El rechazo a sus gestiones se insinúa unánime entre los últimos dirigentes, herederos de un desorden que habría empinado demasiado el repecho. Lo necesario como para volver inevitable la paradójica muerte de un club con nombre de dios.
Y sin preguntar los precios
Bautizado con el nombre del dios romano de los mares el 2 de diciembre de 1912, Neptuno nació en el agua y se especializó en la natación. Antes de pisar tierra firme, deambuló entre embarcaciones y chatas que le sirvieron de plataforma de lanzamiento al Río de la Plata, donde sus deportistas lo volvieron referencia. La nadadora Ana María Norbis fue uno de sus mayores talentos, entre los que también se cuentan integrantes de destacados equipos de waterpolo.
El básquetbol fue la más notoria del resto de las disciplinas en las que compitió. El 12 de noviembre de 1983, con la camiseta negra en el pecho, Wilfredo Fefo Ruiz le hizo 84 puntos a Colón y alcanzó un récord que aparenta imbatible. Según Últimas Noticias, 83 personas pagaron su entrada en la pequeña cancha de la Aduana, donde para ver los partidos había que esquivar las antiguas columnas que sostienen la estructura por delante de la única tribuna lateral.
La ambición basquetbolera elevó la apuesta económica. El profesionalismo deportivo empezó a socavar la viabilidad del club. Con Horacio Tato López como figura, en la temporada de 1991 Neptuno llegó a la final del Federal de Primera que nunca pudo ganar. Cordón cortó las redes del Cilindro en febrero de 1992, tras liquidar la serie 3-1. Una década después, el tridente dejó de competir.
Por años en la presidencia, Alfonso di Landro fue conductor del auge y el declive. En el ambiente basquetbolero se lo recuerda por un estilo de liderazgo similar al de Óscar Magurno, por decirlo de algún modo. Después de la última final, el periodista Adolfo Venossa escribió que antes “de comenzar el partido hubo algún ‘problemita’. Una fuerte discusión entre un directivo de Cordón y el presidente de Neptuno, Alfonso di Landro, fue la causa”.
Su gestión se extendió hasta 2002, cuando la Asamblea destituyó a la totalidad del CD tras constatar una importante falta de dinero. La crisis derivó en una intervención del Ministerio de Educación y Cultura.