El año 1976 fue uno de los peores del terrorismo de Estado en Uruguay. Ese mismo año y tras un consenso entre los jugadores –con referentes como Pedro Grafinha, Beethoven Javier, Baudilio Jauregui, Luis Cubilla, Francisco Salomón y José Gervasio Gómez– Defensor festejó la obtención del Campeonato Uruguayo de Primera División con una vuelta olímpica para la izquierda. A más de 40 años de tamaña gesta y de aquella revolución simbólica, Gerardo Caetano, centrodelantero de aquel equipo, historiador y futbolista para siempre, habló con Garra sobre las revoluciones siguientes, la convicción de que las luchas no se terminan y la concepción del futbolista como trabajador.
¿Vas a la cancha cada tanto?
Voy. Además tengo entrada gratis por ser campeón. La muestro con orgullo: campeón sudamericano juvenil. Se lo dan a todas los seleccionados campeones sudamericanos o mundiales. Pensar que uno de los conflictos que alejó a Obdulio brutalmente de las canchas y de la Asociación [Uruguaya de Fútbol (AUF)] se produjo a raíz de una vez que quiso ir a ver un partido. Llegó a la puerta y le pidieron la entrada, se fue para la casa y nunca más. Imaginate a Obdulio Varela llegando al estadio a ver un partido y que el tipo de la puerta le pida la entrada.
En la Mutual también tienen un beneficio económico, una especie de pensión.
Sí, claro, tienen una pensión graciable. La pensión graciable son 12.000 pesos aproximadamente. El Taco [Antonio] Larreta, actor y director de teatro, por ejemplo, murió vendiendo muebles de su casa, empobrecido y viejo. En otros trabajos no existen ese tipo de beneficios. Muchos jugadores que fueron grandes también terminaron en la pobreza. Ghiggia en un momento vendió la medalla del 50, y aparentemente la compró una persona que se la hizo llegar de vuelta.
Es interesante que haya pensión graciable sólo para los campeones...
Es todo un tema lo que pasa con los futbolistas después del fútbol. Ha habido muchas tragedias, suicidios históricos, que de repente ahora están más controlados. La depresión es una realidad. Yo tuve una depresión. Jugué hasta los 23 años. Desde los 17 tenía rotos los cruzados. La única manera de seguir jugando era hacer músculo y más músculo. Se me rompió la pata de ganso en el umbral de la citación para el Mundial juvenil. Citaban en enero, y yo me había lesionado a finales de octubre. Era prácticamente imposible. Estuve un mes con yeso y en diciembre entrené algo, lo que pude, y me presenté el 31 de enero. Estaban Raúl Bentancourt y Esteban Gesto. Por suerte, me atendía Carlitos Voituret, que es un fenómeno. Nos largaban en el Parque Rivera y nos recogían en el aeropuerto, diez kilómetros en régimen de competencia. El primer día, Gesto me levantó, me dijo que no me preocupara. Entrenaba de mañana y de tarde, y de noche iba al IPA. Fue una locura haber jugado a los tres meses, pero nunca estuve tan bien entrenado como en ese momento.
¿Cuál era la clave: el profesor, la mentalidad o las dos cosas?
Todo. Dicen que Obdulio dijo que el fútbol es 95% psicología. La emoción es clave. Gesto decía: “Hay cuatro variables: la técnica, la táctica, la física y la emocional. Conocemos casi todas las revoluciones tácticas, entonces prevalecer por táctica es muy difícil. En la parte física tenemos conocimientos que nos permiten maximizar las capacidades de un grupo para competir en niveles de igualdad con cualquier otro colectivo del mundo. Las que definen son las variables técnicas y las emocionales”. Yo jugué dos veces contra Diego Maradona. La segunda vez fue la despedida de la selección juvenil, cuando se iba a Túnez. Jugamos contra Argentinos Juniors y perdimos 6-0. Maradona la rompió toda. Yo jugaba de centrodelantero y miraba a ese fenómeno; lo miré tanto que hasta me distraje. Me quedé mirándolo. Gesto decía que pasa una vez cada tanto que haya un jugador que desnivele técnicamente de esa manera, entonces hoy –en el 77, y ahora más que nunca– lo que hace el plus es el factor anímico; es el segundo cansancio, que es el más jodido. Es jugar un partido en el que el rival es mejor, pero eso no quiere decir que te gane.
¿Una referencia en el trabajo anímico y las revoluciones tácticas?
Yo lo vi plenamente en el profe [José Ricardo] de León. Era un maestro. Un tipo que controlaba un plantel con charlas filosóficas maravillosas que hasta el día de hoy recuerdo. Lo difícil lo hacía simple. El tipo se basó en las reglas. En lo difícil del arbitraje y en la noción de que se juega con una sola pelota. La clave es la pelota. Pelé si no tenía la pelota no hacía nada. Hay que marcar a la pelota y no al hombre. Ni siquiera en los córners. Gente con mucha sabiduría, sabiduría que volví a ver en Óscar Tabárez, que dice: “Yo no soy un revolucionario táctico, soy un organizador: organizo y pienso en clave larga. Los grandes revolucionarios tácticos fueron Ondino Viera y José Ricardo De León”.
¿Cómo podría definirse la garra?
Tabárez promovió un aprendizaje en el que reivindica el fair play junto con reivindicar la administración emocional para que Uruguay peleara competitivamente y maximizara sus posibilidades, no sobre la base de un milagro, sino desde la posibilidad de maximizar con actitud, con planificación y con apego táctico. La garra es esa capacidad de administrar la condición anímica a tu favor, con el soporte del profesionalismo y del proceso. Tabárez es una recuperación del pasado en su mejor versión.
Por lo tanto, tiene que ver con la pertenencia y la identidad.
En los años 20, en un proceso legislativo increíble, se debatía la fecha de la independencia nacional. Uruguay estaba definiendo su pertenencia de nación. Los blancos defendían el 25 de agosto y los colorados –en particular los batllistas–, el 18 de julio. En ese momento apareció un deporte que había logrado dos cosas: la popularización de un deporte de origen extranjero, y su nacionalización, es decir, jugarlo con un estilo propio. Ese proceso de democratización y nacionalización de un deporte se cruzó en Uruguay con un período de conformación de la nación. En ese momento, que Uruguay “se comía los niños crudos”, en 1925, el 25 de agosto se inauguró el Palacio Legislativo, con lo que significaba en ese momento construir un palacio de ese porte. En 1928 se construyó el Palacio Salvo, que hasta el día de hoy es un ícono arquitectónico. Se construyó el estadio Centenario en cuatro meses para el Mundial; un “templo laico”, como le llamaban. Y para más fuerza, en ese sentido de identificación de fútbol y nación, en 1928 se le ganó a la alteridad de la identidad uruguaya, Argentina, que tenía un equipazo. Y en 1930 volvió a darse una final entre Uruguay y Argentina, que Uruguay volvió a ganar. Toda la historiografía nacionalista del siglo XIX se construyó contra Argentina, porque vos tenés que diferenciarte de aquel que más se te parece. Todo eso hizo que el fútbol, en un momento muy especial, se identificara con la nación hasta tal punto que, en un país de identidades débiles como es Uruguay, las identidades más fuertes son las políticas, cada vez menos, y las deportivas, cada vez más. El bipartidismo de blancos y colorados se terminó, pero Nacional y Peñarol siguen teniendo 95% de los hinchas. Difícilmente encuentres una identidad más fuerte que la del hincha de Peñarol y el de Nacional.
¿Eso cómo repercute en los otros equipos?
En muchos cuadros se pagaban doble los puntos sacados a Peñarol y Nacional. Pero en Defensor, por política, desde siempre, no se pagaba doble, porque Defensor no es un cuadro chico, mucho más después de 1976. El primer partido de Defensor en el 76 fue contra Peñarol en el estadio. A los 20 minutos íbamos perdiendo 3-0. En el segundo tiempo el director técnico puso a [Luis] Cubilla para retener la pelota. De León decía que no nos preocupáramos y explicaba que había puesto a Cubilla para no perder por goleada. Después lo puso de titular en el partido con Wanderers y ganamos 4-1. De ahí para adelante, jugó de titular. Las charlas eran los martes, y De León decía: “El domingo ganamos de suerte. Díganles a los periodistas que ganamos de suerte, y díganles algo más: la suerte de los campeones”. Entonces nosotros creíamos que íbamos a pelear el campeonato. El fútbol tiene una clave fundamental en la variable emocional. Y en el caso de los seleccionados nacionales, eso que dice [Eric] Hobsbawm del nacionalismo deportivo, esa cosa tan rara de una audiencia que ve a 11 jugadores y cree que ellos representan lo que tú también sos, y vivís emociones inolvidables por la derrota o el triunfo de ellos, es uno de los sentidos de pertenencia que permanecen. Yo en el fútbol viví algunas de las emociones más fuertes de mi vida, por eso cuando dejé de jugar entré en un bajón hasta físico. Me cuesta mucho, hasta el día de hoy, explicar lo que significa hacer un gol.
¿Creés que ha habido transformaciones políticas en los vestuarios?
Está naciendo un nuevo jugador de fútbol. Eso tiene que ver con muchas cosas, entre otras el proceso de Tabárez. A mí siempre me enseñaron, sobre todo en Defensor, que el futbolista es un trabajador y debe reconocerse como tal y defenderse como tal, y además debe tener un sentido social. Mi padre murió en 1972, mi madre murió en 1975 y mi hermano mayor en 1977; ese fue uno de los peores momentos de mi vida. Sobreviví porque participaba en una comunidad que era Defensor, donde el profesor De León, en medio de la dictadura, expresaba valores. Pedro Graffigna iba de overol al entrenamiento, y hablaba del trabajo. De León no necesitaba hablar de política y de ideología para que todos advirtieran que ahí había algo distinto. Por eso, cuando Defensor, en el peor año del terrorismo de Estado, dio la vuelta olímpica hacia la izquierda, fue una señal inequívoca que a los militares les pegó. Por eso lo vetaron y no le permitieron ser director técnico de la selección. Beethoven Javier construyó con los referentes del plantel el hecho de dar la vuelta para la izquierda, con Jauregui, con Cubilla, con Salomón, con José Gervasio Gómez. Cuando vi el movimiento Más Unidos Que Nunca también dije: “Acá hay algo distinto”. Es una de las manifestaciones sociales más importantes de los últimos años en Uruguay y tiene que ver con una recolocación del rol del futbolista en un mundo con mucho dinero y mucha mediocridad. Ha habido un empoderamiento de los futbolistas que advirtió de las cosas que pasan en términos de poder económico y en términos de poder simbólico. Pero los pleitos fundamentales nunca se terminan. No hay victoria final, nunca, en ningún plan. Porque es como se dice en el fútbol, una frase típica: después de una gran victoria viene una gran derrota. Se ganó un Maracaná, pero la lucha debería continuar.