Cuando Beto Xavier escribió su libro Futebol no país da musica, misturó en letras y hojas algo que él mismo investigó y documentó.

Cuando en 1917 aparece la primera grabación de samba, con el disco de acetato de “Pelo telefone”, de Donga y Mauro Almeida –en Youtube hay una versión exquisita con un viejo Donga y el jovencito Chico Buarque en 1966, hace casi 50 años–, hacía poco más de seis meses que un uruguayo había fundado en Argentina la Confederación Sudamericana de Fútbol. Para festejarlo, se armó un campeonato con motivo del centenario de la independencia de ese país. Héctor Rivadavia Gómez, el fundador de la Conmebol, hizo que aquel campeonato que había empezado el 2 de julio con el enfrentamiento entre Uruguay y Chile se transformarse, una semana después, en el primer Sudamericano.

Del football al futebol

En sus primeros años, el fútbol fue un juego para la élite blanca y urbana de Brasil. El Fluminense, por ejemplo, era un club en el que se exhibía refinamiento y sofisticación, así como los valores deportivos del equipo. La gente pobre –excluida de los clubes– podía jugar por su cuenta, ya que todo lo que se necesitaba era un pedacito de tierra y un objeto para patear.

El fútbol en Brasil tiene, sin embargo, desarrollos mucho más tardíos que en el Río de la Plata, y la no inclusión de los negros en su nivel de competición seguramente sea determinante. Como representación artística del aluvión étnico, llega mucho antes el samba que el fútbol.

Dice Alex Bellos en su buen ensayo El fútbol y Brasil que “de acuerdo con la mitología popular, el fútbol llegó a Brasil en 1894. Charles Miller, un brasileño de ascendencia británica, llegó al puerto de Santos con –maravilloso simbolismo– dos pelotas y una bomba de aire. En un principio, sólo Miller y sus amigos expatriados jugaban fútbol en São Paulo. En Río se desarrolló una historia similar. Oscar Cox, un inglés que regresaba del internado en Suiza, introdujo el juego y, en 1902, fue uno de los miembros fundadores del Fluminense, el primer equipo de fútbol de Río”.

Pero el fútbol empieza a ganar campinhos y morros, como ya habían hecho los clubes de la alta sociedad. La diferencia es que son ellos los elitistas de las clases dominantes quienes representan a Brasil en el concierto sudamericano, y ahí es donde se ven absolutamente superados por el acriollamiento de los rioplatenses, dueños del fútbol mundial por aquellos primeros años.

Un siglo después

Cuando en San Pablo, el viernes 14 de junio, comience la Copa América 2019, se dará el primer centenario real de aquel naciente torneo que por primera vez llegó a Brasil en 1919.

El Campeonato Sudamericano de 1918 iba a ser disputado en Brasil. El certamen estaba marcado para comenzar en los primeros días de mayo. En la previa empezaron las grandes disputas internas, dado que entre los primeros jugadores paulistas a ser designados figuraban Friedenreich, Amílcar y Neco. Los entrenamientos fueron todos en Río de Janeiro, los jugadores de San Pablo tuvieron que viajar, entrenarse y quedarse alojados lejos de su ciudad, por lo que debieron pagarles viáticos, algo que evidencia el primer toque de profesionalismo. Sin embargo, la gripe española se extendió asombrosamente en Brasil y en otros países del continente. La epidemia acabó impidiendo la realización del campeonato sudamericano y decidieron postergarlo para el año siguiente. Así las cosas, quedaron suspendidos los entrenamientos del seleccionado y, entonces, la Confederación mandó pedir de vuelta el dinero que había adelantado a Friedenreich y sus compañeros paulistas. El dinero no fue devuelto. Los paulistas alegaron que los jugadores, en sus preparativos para el viaje, habían tenido gastos.

Empezó mal, pero terminó bien

En 1919 llega por primera vez el más prestigioso torneo continental a Brasil y Friedenreich, el mulato de manos negras y cabeza de blanco, con sus ojos de tigre y su pelo tratado por horas antes de salir a la cancha para esconder sus motas, juega entre los blancos y lleva a Brasil al primer título sudamericano. Lograron el campeonato ante Uruguay en un partido de más de tres horas por los sucesivos alargues. Brasil, con gol de Friedenreich, ganó 1-0.

Pixinguinha, uno de los padres del samba, compone el tema “Um a zero”.

De blanco, los blancos

El 13 de marzo de 1919, cuando aún no comenzaba el postergado Campeonato Sudamericano, Epitácio Pessoa era elegido presidente de Brasil. Estaba hacía tiempo en París representando a Brasil en la Conferencia de Paz que terminó con el Tratado de Versalles, tras la Primera Guerra Mundial. Cuando llegó al país del que sería presidente (asumió el 28 de julio), al poco tiempo tomó cartas también en el fútbol: fue indirectamente seleccionador.

El presidente de la República convocó a la junta directiva de la Confederación Brasileña de Deportes para una reunión en la que hizo la recomendación de que sólo debería jugar lo mejor de la élite futbolística, o sea los muchachos de las mejores familias, los de pieles más claras, los de cabellos lisos. Así, los cracks como el mulato Friedenreich y los negros no deberían ser convocados.

La increíble medida de prohibir que “personas de color” integraran cualquier selección nacional, al parecer, era para impedir que llamaran a su pueblo macacos, monos. Según Epitácio Pessoa, era preciso proyectar una imagen compuesta por lo mejor de “nuestra sociedad”.

En octubre de 1922 la Copa América volvió a Brasil. Pessoa había pedido volver a organizarla para festejar el centenario de la independencia. Se jugó en octubre, ya con otro presidente electo, Artur Bernardes, pero con Epitácio en funciones, habiendo, entre otras cosas, resuelto una revuelta militar en Río de Janeiro.

Friedenreich, el tigre mulato, esta vez sí jugó, pero apenas dos partidos. Brasil volvió a ser campeón jugando en casa, como solamente lo sería nuevamente en 1997, cuando ganó el campeonato disputado en Bolivia.

Mulato

Es en los años 30, cuando, con la aprobación del profesionalismo, aparecen los negros y el fútbol cambia, y, como su hermano mayor, el samba, toma la avenida de la brasileridad. El antropólogo Gilberto Freyre fue el primer académico en argumentar que el mestizaje racial en Brasil dio al país una herencia positiva. Según Freyre, el auténtico brasileño era una rica combinación de influencias africanas y europeas –definidas por características tales como la astucia, la picardía, lo exquisito y lo espontáneo–. Una columna de Freyre en el Diario de Pernambuco, en 1938, llamada “Foot-ball mulato”, reseña el suceso del fútbol brasileño en aquel Mundial por la presencia de lo afrobrasileño, con un fútbol que supera en danzas y curvas las áridas técnicas del fútbol europeo. Más tarde explicaría que la forma bailada del fútbol brasileño es un estilo adquirido por la presencia de la danza africana, que está en las entrañas de la sociedad de ese país de forma racial y cultural.

El trabajo de Freyre creó una nueva imagen de la identidad nacional, que encontró en el fútbol su metáfora más poderosa. El fútbol estaba ayudando a una nación del tamaño de un continente y carente de símbolos a construir una identidad común; este deporte era el foco perfecto de las aspiraciones nacionales, ya que no sólo mostraba un estilo nacional, sino que representaba en ese estilo y mejor que ninguna otra cosa la “brasileridad”.

No obstante ello, los triunfos en Copa América sólo llegaban en casa. Sólo en casa.

Apesar de você

A la Copa de 1919, en la que murió el arquero uruguayo Roberto Chery por la estrangulación de una hernia varios días después de haber atajado contra Chile, y apenas un día luego de la final más larga del mundo, la del 1-0 con sus cuatro alargues de 15 minutos, se le sumaron la de 1922 y la de 1949, en este último caso sin Argentina, que no participó por diferencias con Brasil, y con Uruguay presentando un combinado de rompehuelgas –donde estaba Matías González, un año después el León de Maracaná–. Esa copa alzada por su capitán de camiseta blanca fue el único título que ganó Augusto, capitán aquella tarde en São Januário y también un año después en Maracaná, cuando con lo único que se pudo quedar fue con el banderín que le dio Obdulio. Triste la historia de Augusto, capitán en la cancha y en la Policía, censor en la dictadura con el que no pudieron el cineasta Luis Buñuel ni el gran Chico Buarque

El único campeón en Brasil fue Brasil… y Uruguay

En 1970, ya con la canarinha, Brasil había alcanzado el tricampeonato del mundo y la Jules Rimet en propiedad, y tenía tantos mundiales como sudamericanos (todos ganados vestido de blanco, curiosamente, uniforme que para esta edición de 2019 volverá a aparecer como camiseta alternativa). Recién en 1989, un 16 de julio y en Maracaná, el gol de Romário al primer Uruguay de Óscar Tabárez le dio el título y su cuarta copa. Otra vez 1-0, otra vez Uruguay enfrente, otra vez Río de Janeiro.

Brasil es, junto con Uruguay, el único país que ganó todos los sudamericanos que organizó. Uruguay, sin embargo, es el único país que logró alzar la Copa América en Brasil. Fue en la edición de 1983, cuando el equipo de Omar Bienvenido Borrás logró el empate en la segunda final (en Montevideo había ganado la celeste 2-0), con aquel histórico cabezazo de Carlos Patito Aguilera en el Fonte Nova de Salvador de Bahía.

Música

Dice Edvaldo Alves de Santa Rosa, creador del Museu dos Esportes: “Tal vez ningún país en el mundo dé tanta importancia al fútbol como nuestro país lo hace. Brasil se detiene en cada partido importante y llena los estadios desde Oiapoque [la ciudad más al norte, en el estado de Amapá, en la frontera con Guayana Francesa] al Chuí [la ciudad más al sur, la que cantero por medio es limítrofe con el Chuy]”.

¿Son los brasileños quienes hacen del fútbol su forma de bailar jugando o es el fútbol quien hace del Brasil su muestra? ¿Por qué lo brasileños juegan así? ¿Por qué son millonarios en técnica y desenfado y no tienen que andar pidiendo a tácticas y estrategias réditos para el fútbol? La visión cerveja, carnaval e futebol que uno puede tener de Brasil remite a pandeiros, mulatas caderudas, folhas secas, garotas de Ipanema y carnaval. ¿Esa es la cara del fútbol brasileño? ¿El arte futbolístico ha tomado cuenta de la sangre brasileña, imposible separarla de una pelota, un eterno caso de amor?

Ya veremos.

La Copa América nos espera.