Ha sido majestuoso poder ser partícipe del Uruguay Chile en el Maracaná. Ya sabemos que no es el primer partido entre ellos. Es histórico, porque entre estas dos selecciones se jugó el primer encuentro de un Sudamericano, el de Buenos Aires en 1916. Sin embargo, ello no lo convierte por definición en un clásico. Si alguien pretendía definir este enfrentamiento como un clásico me parece que estaba rotundamente errado. Un clásico, en cualquier manifestación deportiva, artística o cotidiana envuelve aspectos emocionales, contenidos épicos, y una tensión nunca resuelta en el campo de los clásicos deportivos.

Como está expresado, es un enorme enfrentamiento histórico que a lo largo de 103 años de historia no ha tenido una sistematización de resultados para un lado y para otro sino que el historial ha sido dominado por los uruguayos desde aquella tarde de julio de 1916, cuando los celestes ganaron 4-0 frente a los chilenos con dos goles del Maestro José Piendibene, y otros tantos de Isabelino Gradín, el multicampeón que luego sería el goleador de aquel campeonato inicial.

Tal vez los revisionistas históricos del 2119 empiecen a ver el tema de los clásicos del fútbol entre Uruguay-Chile, pero desde ya me atrevo a decirles a esos cuestionadores de la historiografía actual que aparezcan en el siglo XXII que si van a trabajar esa hipótesis antes del partido de 2019 en Maracaná, que no pierdan el tiempo, porque ni la más berreta universidad de garage a distancia les podrá aceptar ese punto de partida. Un clásico tienen una tensión permanente entre los resultados, entre las expectativas, entre el propio marco histórico que lo va construyendo, partido tras partido, resultado tras resultado. Un clásico es infinito en cuanto a las expectativas, y por ahora este partido no lo es.

El fútbol uruguayo es forjador del fútbol sudamericano con logros e identificación. Fue Uruguay el primer campeón, ese que hace cantar “como la primera vez” fue José Piendibene , el primer gran crack del fútbol sudamericano, el que hizo el primer gol de la historia de los torneos, y fue el campeonato en que los negros uruguayos Juan Delgado e Isabelino Gradín aportaron tanto a aquella oncena de pesadas camisetas de algodón celeste que Chile quiso descalificarlos. Los chilenos entendían que en la representación uruguaya había dos africanos, Delgado y Gradín, y que por tanto sus victorias no eran ajustadas a derecho. El Negro Gradín, campeón de todo y goleador de aquel primer Sudamericano, fue el que inspiró al poeta peruano Juan Parra del Riego a dibujarlo en poesía en el Polirrítmico a Isabelino Gradín, que concluye así: “(…) Y es entonces cuando suena la tribuna como el mar / todos gritarle: ¡Gradín!, ¡Gradín!, ¡Gradín! / Y en el ronco oleaje negro que se quiere desbordar / saltan pechos, vuelan brazos y hasta el fin / todos se hacen los coheteros / de una salva luminosa de sombreros / que se van hasta la luna a gritarle allá: ¡Gradín!, ¡Gradín!, ¡Gradín”.

Fue el primer partido de la historia, pero no el inicio de un clásico. En todo caso si hay algo clásico es ese tipo de construcción forzada y esforzada de las victorias, de los grandes resultados.