La estación Largo do Machado queda en Flamengo, barrio costero cercano a la zona céntrica de Río de Janeiro. La arquitectura es similar a la de Copacabana, aunque mucho menos fotografiada, y cortada por calles más angostas. La vida se desarrolla a la sombra de un techo de árboles que tiende a ser bajo en comparación con las paredes de los incontables edificios. En las curvas de las terrazas y el diseño de las aberturas de las construcciones más antiguas se intuye el encuentro de la cuidad con el mar, como pasa en barrios costeros montevideanos y viejos balnearios del este uruguayo. Desde la boca del metro carioca se aprecian los puestos de hombres y mujeres que a diario habitan las calles: las casas y los apartamentos son ajenos. Superado el ruido de quienes bajan de los morros para hacerse el real que para la olla, la calle Paissandu es una de las varias opciones para llegar a Praia do Flamengo, una preciosa costanera parquizada que hace como 70 años fue paseo de campeones.

A 20 metros de la esquina descansa un viejo edificio pintado de amarillo y blanco, considerado una joyita carioca de estilo art déco. Ahí se forjó la rebeldía de un plantel abandonado a su suerte por un grupo de dirigentes revanchistas y descreídos, que no perdonaban la huelga del 48 ni confiaban en las capacidades del equipo que pasaría a ser leyenda. Ahí está, bajo candado y cadena, el viejo hotel Paysandú. No hay ni siquiera una placa que diga que en sus camas durmieron los campeones de Maracaná, no hay estatua ni monumento. Vecinos y vecinas pasean perros y caminan por delante de los siete pisos vacíos. Me paré a mirarlo, como quien espera ver la salida de Obdulio para perderse en la noche triste del pueblo brasileño tras el inolvidable 2-1 del 16 de julio de 1950.

Martín Rodríguez, desde Río de Janeiro