La emoción invade nuestros usos y costumbres, pero la razón se impone. La experiencia deja fluir a la razón hibridada con la emoción, y las certezas se descubren inestables de acuerdo con la coyuntura y con lo fáctico en el campo de la competencia, pero con el paso del tiempo van construyendo un piso donde sostenerse sin tener que hacer equilibrio.

Me interesé por el deporte muchísimo antes de enrolarme en este oficio. Por formación-deformación creí en la irracionalidad insólita de que si alguien vestía de celeste tenía que ganar sí o sí. La instrucción y el paso del tiempo me hicieron mutar y, sin duda, me permitieron evolucionar en mis comportamientos. Sin convertirme en un asceta del fútbol, fui entendiendo. Algún día dejé de putear a los rivales; otro, de descalificar a mis propios jugadores; otro, de sugerirle al línea que bajara esa bandera. Por último, aunque es lo que más cuesta, comencé a negarme a la paranoia de que el árbitro nos está robando. La instrucción, la historia y unos cuantos factores más me convirtieron en un analista que pretende ser sensato y humano con los protagonistas. Pero claro, no es fácil dejar para siempre ciertos tics de las cavernas, fantásticos y necesarios. Y aunque crea que los superé, que soy un duque informando y analizando un partido, dos por tres me vuelve a atacar la emoción, de la mano de la sinrazón.

Inteligencia artificial y realidad modificada

Hace tiempo empecé a escribir algo sobre el efecto mariposa en algunas jugadas. Hablo de casi goles de los nuestros que me martillan una y otra vez y hago una suerte de fuerza interior para correr esa guinda, ese caño, esa mano del arquero, aquel cabezazo del Chengue Richard Morales en el Mundial de 2002, deseo que el Chino Álvaro Recoba la mandara guardar en Australia y clasificáramos a Alemania 2006, que Santiago Mele pudiese estirar su mano un poquito más y que los venezolanos no nos empataran en los descuentos en las semifinales del Mundial sub 20, que no llegara Hugo Lloris al cabezazo del Pelado Martín Cáceres en Rusia 2018. Y la última, la pesadilla del penal de Luis.

Si no ganás, ¿qué ganás?

No sé si los trazos de modificación de pesadilla me vienen sólo por las ansias de ser campeones –esa omnipotencia futbolera celeste que no se cura– o si, en definitiva, es por algo más. ¿Acaso como masa crítica no estamos en condiciones, después de 13 años, partido tras partido, de sostener el instituto de trabajo y formación de las selecciones nacionales del que han emergido no sólo triunfos y partidos, sino individuos colectivos que parecen honrar el imaginario popular uruguayo?

Lo que me envenena y me genera ira es saber que esta mierda de utilitarismo y exitismo a perpetuidad sólo se alimenta de victorias y no de caminos, y entonces el gran director técnico responsable de un trabajo aplicado, pensado (y disfrutado), estableciendo claros signos de qué es lo que podemos hacer para ser competitivos y sanos, pasa a ser una porquería que poco menos termina en un “que se vayan todos”. ¿Cuál es el problema que impide entender que las competencias deportivas contemporáneas no se resuelven con blasones feudales sino con el juego y sus alternativas? ¿Por qué no concebir y proyectar que la propia dinámica del juego –es decir, sus alternativas, sus planteos teóricos, sus coyunturas que trascienden el campo de juego– pueden determinar acciones y decisiones que, aparentemente, no podemos entender ni justificar?

Concluyendo en que, como el personaje de la maravillosa novela Anatomía de una derrota, de Paulo Perdigão, en la que el autor intenta un viaje en el tiempo para evitar que Alcides Edgardo Ghiggia sorprenda a Barbosa y se la meta el 16 de julio de 1950 en el estadio de Maracaná, no voy a poder cambiar la historia, discuto y me discuto cuánto pesará en nuestra frágil historia ese no-gol.

Jugando a ser campeones

Ahora que terminó el campeonato, ahora que salió campeón Brasil, ahora que la pésima utilización de un notable recurso técnico como el VAR nos deja dudas acerca de su futuro, hay cosas que por omisión emergen y tal vez merezcan un análisis.

Por ejemplo, con la obtención del título por parte de la selección dirigida por Tite, que define a Brasil como el mejor equipo del campeonato, en el que, por añadidura, se destaca a otros colectivos, pero nunca a Uruguay. ¿Por qué? ¿Por la mala definición de Suárez en los penales? ¿Porque no le pudimos hacer un gol a Perú para meternos en semifinales y tal vez en la final? De la mano de esa omisión, y antes aun, con la eliminación empiezan, desde el fogoneo interesado, la descalificación orientada, la persecución a Óscar Tabárez, apuntando con desvíos a su incuestionable idoneidad.

Uruguay volvió invicto, con dos victorias y dos empates. Pero además, en la percepción del juego, nos dejó un partido excelente en el debut con Ecuador, con todo el plantel a disposición y una estrategia de juego por fuera y con desdoble que potenció a los fuera de serie Suárez y Edinson Cavani. También fue interesante el partido con Japón, ya con la variante obligada debido a la ausencia de Matías Vecino y con una modificación inicial en la mitad de la cancha y en la estrategia de juego. La salida por lesión de Diego Laxalt y el concomitante pase al lateral izquierdo del diestro Martín Cáceres inhabilitaron por el resto del torneo el potencial ofensivo a dos bandas, tal vez el gran determinante de la primera actuación.

Al enfrentar a Chile en Maracaná, Uruguay volvió a hacer un gran partido, con características de juego muy alejadas de los partidos anteriores, pero manejando el trámite de acuerdo con su conveniencia por las grandes aptitudes del rival.

En el cuarto partido, el determinante, Uruguay fue infinitamente superior a Perú, y la gran mayoría de quienes seguimos con atención el fútbol pensábamos que en un momento u otro llegaría el gol que por fin destrancaría el partido. Llegaron, pero no al formulario, y en los penales nos quedamos afuera.

¿Acaso una jugada, dos jugadas, diez jugadas en diez minutos pueden ser el valor determinante para descalificar a un cuerpo técnico con un trabajo desde el pie desde hace 13 años, que nos viene de dejar quintos en el Mundial con futbolistas que cuando todo empezó aún estaban en la escuela?

¿Cuál es el mandato divino que señala que si no sos campeón fracasás?

No puedo, no podemos hacer que Luis se la cambie a Pedro Gallese, que esa bola entre. No, no podemos. Sí podemos entender que la competencia, la formación, el crecimiento y la búsqueda de la maduración sean nuestro todo, y no sólo la victoria. El camino, nuestro camino, es nuestro todo, que nunca será todo si logramos extenderlo en el tiempo, pero fundamentalmente como una máxima de la filosofía de vida en el fútbol y en nuestras vidas.