28 de julio de 2019. El hito máximo del ciclismo moderno tendrá su nombre para siempre. Lo ven en una pantalla gigante en la plaza de Zipaquirá, ciudad cercana a Bogotá, que está 2.650 metros más cerca del cielo. Flamean infinitas banderas colombianas: el amarillo de la riqueza de su tierra, el azul del arriba y del abajo, el rojo de la sangre derramada. Hay veces que no hay metáforas en Colombia. Son miles de personas que ven cómo uno de ellos, ante la locura mundial en Les Champs-Élysées, entre todo lo que tiene para elegir, se encuentra con su hermano menor. Se bendicen por lo que creen. Se abrazan. No saben quién llorar a quién. La procesión va por dentro.

Egan Bernal tiene 22 años. Complexión más bien pequeña, piel té con leche y los rasgos faciales de quienes han estado toda la vida en América. Con su boca de pez sonríe entre el alivio y la emoción, como lo hacen los hombres frágiles y finitos. El hijo de un padre ciclista aficionado que se gana la vida como guardia de seguridad y de una madre que cosecha flores rompe lo establecido con cuerpo, cabeza y disciplina. No existe la suerte.

La historia de hoy se conoce. La de ayer es la propia. De los 800.000 viajes por día que se hacen en Bogotá más otros miles que se realizan en sus inmediaciones, ¿cuántos haría el joven Egan Arley Bernal Gómez? El 6 de agosto de 2019 se cumplirán cinco años de este posteo en Facebook: “Hola y buena noche a todos, quiero contarles a las personas que no me conocen muy bien que soy deportista juvenil de ciclomontañismo con grandes sueños y metas. Este año voy de #12 en el Ranking mundial de la UCI (Unión Ciclista Internacional). Viajo el 28 de agosto a representar a Colombia en el campeonato mundial que se va a realizar en Noruega. Para eso necesito cubrir con unos gastos, pues el viaje es muy costoso y acá es donde pido ayuda a las personas que puedan ver este mensaje, ya sea económica o con mensajes de apoyo. Este viaje es muy complicado y me estoy preparando para estar a mi 110% en esa carrera y no defraudar a todas las personas que me ayudan y tienen fe en mí. También quiero mostrar que Colombia tiene un gran potencial en esta modalidad. Ayúdenme a hacer estas metas realidad y así hacer que nuestro país sea cada vez conocido por cosas buenas como estas. Cualquier información, mensaje o inquietud, por mensaje me pueden escribir. Voy a estar pendiente. Gracias desde ya. Go for it!”. Dos conclusiones: una, pedir apoyo no escapa a la mayoría de los deportistas mundiales; la otra, la humildad de sus letras.

Egan trepaba montañas en dos ruedas. No es el típico ciclista colombiano que nació en las rutas andinas, sino que se forjó en el montañismo. De sus antecesores del pedal, al verlos por primera vez, el gigante francés Jacques Anquetil dijo: “Si vuelven serán terribles”. Vaya sentencia. En un país en el que el ciclismo ha dado los logros más importantes de la historia deportiva, Egan Bernal quería parecerse a ellos. Tenía con qué y sabía cómo, entre la llanura y los cuesta arriba. Pero faltaban dos cosas. Por un lado, que alguien lo viera, lo advirtiera. Por otro, la oportunidad, porque sin oportunidades no hay fe que valga, ni alas grandes. Una oportunidad es como soñar con canciones.

Luego la vida pasa como un pelotón: medallas de plata y bronce en mundiales de mountain bike le valieron el pase al ciclismo de ruta. En la primera chance que tuvo en el equipo italiano Androni Giocattoli-Sidermec ganó con luz. Así pagan las oportunidades los que saben cómo hacerlo. Suena inmaterial, pero suele ser así. El mundo mediático se enfocó en otros cracks mientras él, culo en el sillín, seguía creciendo como ciclista. El camino trajo otras medallas en, con y para Colombia. El mundo mediático podrá influir todo lo que quiera (o crea), pero la verdad está en los de al lado. Alguien más lo vio para dar el salto y se fue al Team Sky de Chris Froome y Geraint Thomas, entre otros. Las grandes canchas lo esperaban. Nada asusta a quien hace todo el recorrido.

Encontró otro sacudón que hizo tambalear las cosas: preparándose para el Giro de Italia de este año, donde su equipo, el Ineos (ex Sky), lo quería como jefe de filas para ganar la grande italiana, un accidente en la preparación le impidió correr. La recuperación dio justo para que corriera el Tour de Francia como uno de los gregarios de Thomas, que llegó a la cita gala como el campeón defensor. Pero, tal y como alguna vez lo dijo su compatriota Rigoberto Urán, “este es un deporte en el que realmente hablan las piernas”. Egan Bernal asaltó a tres etapas del final y el maillot amarillo le calzó a la perfección.

Hoy lo sabe todo el mundo: fue el primer colombiano, el primer sudamericano, el primer latinoamericano en ganar el Tour. Lo hizo montado en una máquina negra de las mejores. Atrás el niño de la bicicleta amarilla, el del ingrediente secreto de las caras perfectas: una gran sonrisa que no se borrará jamás. Porque hay ciclistas que son como las nubes: aunque pongan la cara que quieran, parecen la eternidad.