Ayer me encontré con Pelé. En realidad, si en Minas vas a una cancha de fútbol seguro lo encontrás, porque Pelé es Pelé; acá, en el estadio y en todas las canchas.

Me habla de Olimpia, que es su cuadro porque el vivió en la usina: su padre era funcionario de UTE. Ahora vive en el barrio Estación y seguro de ahí marcha para su última morada. Nació en el 53 y no tiene panza por comer salteado. De chico vivió por Williman, cerca del Molino, y por eso todos pensaban que era de Lito.

Jugó en Olimpia, claro, también en Barrio Olímpico, contra la idea de muchos olimpistas, que no daban crédito por otorgar ese pase. Terminó su carrera en Granjeros, nueve años defendiendo al equipo de Villa del Rosario.

Desde el 92 es equipier. También hace de delegado en su querido Estación, pero el es equipier. En esta última década trabajó ocho años en la selección, un par de veranos con los juveniles, los otros con los mayores.

En el vestuario vibra. Señala su cabeza, siempre enfundada -“Me levanto de la cama y me pongo el gorro”-, para enfatizar que al cuadro titular lo tiene guardado ahí, aunque no puede adelantar nada. Sabe que los suplentes van con chaleco verde, los titulares con naranja.

Su mano toca cada montoncito. Los números son los mismos para todo el campeonato, “esta es para Armanetti, aquella para Alexis, esta para Abreu”, relata.

Hugo Vera, señores y señoras. Por si lo ven y no le quieren gritar Pelé.