El calor del verano deja ver un tatuaje en una de sus piernas, la zurda. Cuando le pregunto el porqué de los colores, dice que la franja tiene que ver con Danubio, que el amarillo pegado al negro es de Olimpo de Bahía Blanca, y que el amarillo y el rojo son de Villa Española: “Son los equipos en los que salí campeón”. Pero se interrumpe: “En los que salimos campeones, mejor dicho: con Danubio en el Campeonato Uruguayo; con Olimpo en el Nacional B, y con el Villa en la C”. Damián Santín, el Bocha, el hijo de Sergio –ídolo en tierras cafeteras–, el jugador de la vuelta a las competencias de la AUF con el Villa, y el entrenador que volvió a la primera división.

Jugar por jugar

En octubre de 2013 Villa Española volvió a jugar en la C, cinco años después de su desafiliación. Vos fuiste parte de ese equipo que fue campeón uruguayo, y también del ascenso a la A en 2016. ¿Qué recuerdos tenés de esa época?

Pasaron siete años y tuve la suerte de mantenerme en el club laburando. Han sido de cambios constantes, y últimamente la mayoría han sido para bien. De aquella época en la C era todo muy amateur. Estábamos con Bigote [Santiago López] viendo para dónde arrancar, y había equipos que nos propusieron jugar en la B, pero no nos convencían. Con Fabián Umpiérrez, el presidente de esa época, surgió la posibilidad de venir, con el Caña [Fernando Cañarte] también. Llegamos y fue como formar todo de nuevo, trajimos unos amigos: la Perla [Pablo Silva], el Ceja Martín González, Mauricio Nanni; gente que conociera el club y que nosotros sabíamos que eran profesionales, que iban a ayudar. El técnico era Juan Fígoli, después se sumó Líber Vespa. Me tocó vivir muchos momentos, pero aquella vez fue muy lindo volver a ver a la gente sintiendo que el club estaba en la cancha, las caravanas, las tribunas llenas; el barrio salía a la calle. Y ese año pudimos subir, fuimos campeones.

“A mí lo me pasa con Villa Española es que me convertí en hincha del club, y el club me adoptó como si fuera nacido acá. Es el amor ese que vuelve”

Pasaste por clubes enormes como Atlético Nacional de Colombia, y te tocó jugar en divisionales como la C, la B, volver a la A. En tu carrera, como la de otros, se ve reflejado el fútbol desde lo más puro del juego.

A mí lo que me pasa con Villa Española es que me convertí en hincha del club, y el club me adoptó como si fuera nacido acá. Es el amor ese que vuelve, y eso que dicen de que te olvidás de los problemas que tenés cuando la pelota empieza a rodar me pasa particularmente acá. Vivir la elite del fútbol sudamericano, con Nacional de Medellín, y después venir acá, siempre lo tomé como un desafío lindo, nuevo, tratando de traer cosas aprendidas o que me enseñaron en esos lugares. De a poco, con nuestras herramientas, lo estamos tratando de hacer.

Damián Santín, en el vestuario locatario del estadio Obdulio Varela.

Damián Santín, en el vestuario locatario del estadio Obdulio Varela.

Foto: Sandro Pereyra

Cambiar para crecer

¿Cambió mucho la idiosincrasia del hincha de Villa Española?

Se le ha dado una vuelta de tuerca a la cultura del hincha de Villa Española. Se ha tratado de cambiar lo mal visto que estaba, desde algunos sectores, el club. La verdad, todas las veces que me tocó estar acá no tuve ni medio problema. Adentro es una cosa, y para afuera es otra. Cambió, seguro, sobre todo en el respeto hacia los demás. Hace tiempo venimos con la idea de que no haya problemas acá, en el Obdulio. A veces puede suceder, pero cada vez se suma más gente que no es del club a tirar un poquito para que al Villa le vaya bien.

¿Cómo lograron combinar el trabajo del club afuera de la cancha, ese romanticismo con el barrio, con lo social, con el triunfo deportivo?

Desde el año pasado se apuntó a eso, sobre todo a traer buenos valores, gente que pueda dejar cosas en el club. Con el trabajo que se está haciendo en todas las áreas no es loco pensar que lo social, ese romanticismo del que vos hablás, pueda ser acompañado con un buen trabajo deportivo. Después, si te va bien o mal es otra historia.

“Si tengo que mirar un partido, miro fútbol uruguayo; valoro que los equipos se puedan presentar, intenten hacer las cosas bien, que haya cada día más condiciones óptimas de trabajo”

¿Cómo analizás el nivel del fútbol uruguayo?

Sobre todo te puedo opinar del de la B, pero en líneas generales le doy para adelante al fútbol uruguayo, me gusta. Si tengo que mirar un partido, miro fútbol uruguayo; valoro que los equipos se puedan presentar, intenten hacer las cosas bien, que haya cada día más condiciones óptimas de trabajo. En la Segunda División fue un año muy bueno, la televisación dio para ver otros muchachos que no se conocían, estar en el Charrúa le dio otro nivel al fútbol, año a año va creciendo la B, y también la C. Algo que sería bueno es que a esos equipos que les cuesta cumplir con las cosas que se firman pudieran acomodarse. Porque no puede pasar que haya jugadores de fútbol que no cobren durante cinco, seis, ocho meses. Más allá del romanticismo del futbolista, y vuelvo a eso, está bueno que se valore el laburo.

¿Cuál es tu objetivo a corto plazo?

No tenemos algo claro, este 31 de diciembre terminamos contrato. Si vamos a seguir en el club, el objetivo del club tiene que ser intentar apuntar a algo que sea lindo de llegar a conseguir. Algo lindo sería poder clasificar a una copa, que es quedar en la historia de Villa Española, porque nunca se logró. Hay que poner la vara alta, pero ser realistas, ir día a día. A veces uno lo ve tan lejos... pero soñar no cuesta nada.

Fua, el Diego

Hay unas fotos tuyas, de cuando jugabas en Tristán Suárez, compartiendo un mate con Diego Maradona. ¿Cómo se dio ese encuentro?

Él vivía en el barrio Uno, cerca del club, que está en Ezeiza. Me había tocado verlo por primera vez en la Bombonera, yendo a jugar un partido con Instituto de Córdoba, en 2005. Cayó a saludar a Teté [Fernando] Quiroz, que era el técnico nuestro. No me le acerqué ni nada, me llamó la atención que fuera tan chiquito, muy chiquito. Después se dio lo de Tristán Suárez, a mí me llevó un técnico uruguayo, Felipe de la Riva, y yo quería quedarme en Buenos Aires, porque mi viejo [Sergio Santín] estaba trabajando en Vélez con Ricardo Gareca. Nosotros habíamos armado un buen equipo, pero en cinco fechas no ganábamos: nos querían matar. En la sexta fecha, estábamos a punto de salir a la cancha, cambiándonos, y vemos que entra el tipo, de lo más normal. El ambiente cambió, la arenga la hizo él, yo quedé impactado. A la semana, 15 jugadores teníamos que ir a un partido en la casa del presidente, y Maradona iba a jugar con nosotros. Empezó el partido, siete contra siete, empezó la rotación y en un momento me fui a sentar afuera, en un costado, a tomar mate. Cuando termina el partido veo que enfila hacia a mí y me dice: “Uruguayo, ¿me convidás un mate?”. De ahí sale esa foto, que me sacó un compañero. Le di un mate, conversamos un poco y me dice: “¿No me das otro, para no quedar rengo?”. Después me jodían con que no le pedí nada, pero fue un momento tan simple que pasó así. Después, con el tiempo, te das cuenta con quién estuviste, y no fui capaz de decirle: “Bo, sos un cra”.