Mate va, mate viene. Es como un lenguaje. Santiago mira la hora porque tiene que tomar un bondi para llegar a donde lo levantará uno de sus nuevos compañeros de Liverpool para llevarlo hasta Lomas de Zamora, hogar del negro de la cuchilla. Fútbol va, fútbol viene. Es como un lenguaje. En la mochila guarda unos guantes nuevos bastante distintos de los que usó la primera vez que pisó una cancha: unos de motoquero sin dedos. Mete también los botines, un libro, unas fotocopias. Santiago Amorín llegó a Liverpool desde el cuadro más viejo del fútbol criollo, el Albion de Malvín Norte, donde agarró la continuidad necesaria. Vivió el histórico ascenso de 2017 desde abajo de los tres palos quizás más inhóspitos del mapa de canchas de barrio. La C es pureza. En pleno tránsito peregrino y futbolero, entró en Humanidades para estudiar Historia. Se interesó por la historia americana. Hoy integra un proyecto de la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CSIC) que estudia el impacto de la Revolución Cubana en Uruguay. Historia va, historia viene. Es como un lenguaje.
¿Por qué decidiste ser arquero?
En la crisis de 2002 nos fuimos para Artigas con mi vieja, lo que me dio cierta libertad, esa de andar en bicicleta. Un vecino del barrio que jugaba en San Eugenio me invitó a jugar al fútbol. Yo de fútbol no sabía nada, apenas había visto el Mundial. Cuando le conté a mi vieja, lo primero que me dijo fue que iba a tener que decidir si quería ser arquero o jugador. “El arquero es el que se viste distinto”, decía, “el que está más parado, el que ataja pelotas, el jugador tiene que correr más”. Yo no tenía idea de que antes de ir a jugar tenía que tomar la decisión de dónde iba a jugar. “Arquero”, dije yo. “Pero el arquero usa guantes y no tenemos acá en casa”, me dijo. Y se puso a buscar en unas valijas que eran de mi hermano, hasta que encontró unos guantes de motoquero sin dedos. Y fui con esos.
¿Qué pasó antes de Albion, el equipo donde tuviste la continuidad que buscabas?
Estuve mucho tiempo en Defensor [Sporting]: llegué a hacer una pretemporada en primera. Juan Tejera me decía: “Botija, en la escalera venís vos; si se va [Martín] Campaña, venís vos”, pero Campaña no se iba nunca. Entonces me fui a préstamo a Progreso, que estaba en la B, donde estuve unos seis meses. No jugué mucho; el titular era el Chupete [Rodrigo] Odriozola. Terrible folclore tiene ese cuadro. Quedé libre en Defensor, Campaña seguía sin irse. En esa época hice un viaje a Cuba con mi hermano. El objetivo era pisar Cuba con Fidel vivo. Estando allá me enteré de que había una chance en Central Español. No nos fue bien en el campeonato y pagaban cada muerte de obispo, entonces me conseguí un trabajo en un call center y repartiendo volantes: precisaba el mango. Hacía 40 manzanas, que son aproximadamente 13 kilómetros, todos los días.
Cuando llegaste a Albion, el fútbol estaba en tiempo de revoluciones.
Sí, participé en el movimiento Más Unidos Que Nunca, que buscaba sacar a la anterior directiva de la Mutual. Lo que hay que rescatar de ese proceso es que la organización de jugadores –por extensión, de los trabajadores– logró lo que se propuso: sacar del sindicato a gente que no respondía a sus intereses. Después el desarrollo de ese proceso desembocó en algo que no fue lo mejor, que no terminó de ser homogéneo, unido. Pero el hecho en sí de haber sacado a un sector político que respondía a intereses de otros es un ejemplo no sólo para los jugadores, sino para otros trabajadores. Fue la demostración de que mediante la organización y la movilización se puede lograr cosas para el interés del trabajador. Eso es lo que yo rescato: el proceso de la lucha, que para mí fue una cuestión ejemplar. Hay burocracias sindicales tan montadas, que a veces el trabajador no alcanza el nivel de conciencia para darse cuenta de que el que está al frente de tu sindicato está respondiendo a la patronal. Eso sucede muy a menudo. Las burocracias sindicales a veces son más funcionales a los patrones que un gobierno, porque funcionan como contención de ciertas cosas. Entonces el estado de conciencia de los jugadores en este caso ha sido de lo más hermoso que ha tenido la lucha sindical del Uruguay de los últimos tiempos. Y eso no ocurrió de otra manera que mediante la discusión, que fue difícil pero se dio. Lo que pasó después es otro tema.
¿Conociste gente más allá de la cancha?
Se sembró una semilla que después tuvo sus manifestaciones; por ejemplo, los videos en contra de la reforma. Eso se puede pensar como una consecuencia o como una continuación de los jugadores manifestándose, perdiendo el miedo a manifestarse públicamente. Llegar al nivel del paro para lograr los objetivos es también un ejemplo muy interesante para pensar, porque es el método histórico que utilizan los trabajadores.
¿Qué supuso jugar con el Albion en la C?
En ese tiempo estaba bastante harto. El hartazgo tenía que ver con los sueldos impagos, con los atrasos, con condiciones deplorables de trabajo, y en general con un cuestionamiento propio, pero por alguna razón continué. A mí me atrae mucho el juego en sí, más allá de que sea un trabajo. Es un juego muy interesante, lo entiendo como un ajedrez humano. Más allá de que lo juegues con amigos o donde sea, es el mismo juego. Es un ajedrez con otra libertad, y eso quizás sea lo más interesante. Me refiero a los movimientos para vulnerar al otro sistema, porque ahí está la clave. Lo que pasó en Albion es que el vestuario era juntarte con amigos y a su vez proponer cosas que usualmente no se hacen en un equipo de fútbol y hacerlas, y que salieran, con compromiso, con concepciones atrás. No fueron cuestiones improvisadas, fueron cosas discutidas, como ante un hecho de discriminación en la tribuna se derivó en un comunicado de los jugadores. Hicimos danza contemporánea con Lucía Naser, un programa en Radio Pedal, banderas para manifestar ciertas cosas en determinados momentos. Era un estado de conciencia general por el momento que se estaba viviendo. Había hasta cierta organización implícita que permitía funcionar de determinada manera. Lo cierto, también, es que me crucé con gente de buena madera. Fue el primer club en el que tuve continuidad, que era lo que precisaba para comprobar si podía o no, si era lo mío o tenía que hacer otra cosa.
¿En qué momento te agarró la llegada a Liverpool y, enseguida, la obtención de la Supercopa?
Estaba esperando a ver qué pasaba; la opción de dejar de jugar, de alguna forma, siempre está. Si no aparece nada, eso mismo te está direccionando la cosa. Yo sabía que la posibilidad estaba, pero de un momento a otro me llamó Gustavo Ferrín para decirme que me tenía que presentar al otro día en Lomas de Zamora. Con Román [Cuello] nos conocíamos de Defensor. A los pocos días me tocó estar en el banco en la final con Nacional. Hace seis meses tenía la mano quebrada y no sabía qué iba a pasar. Y ahora estoy en carrera otra vez.
¿Por qué seguiste la carrera de Historia?
Estaba entre Historia y Ciencias Económicas, pero en sexto de liceo tuve un muy buen docente de Historia y me decidí. Arranqué a estudiar en Humanidades y me empecé a interesar por la historia americana, sobre todo con Roberto García, el profesor de Americana 2, que trata del siglo XIX, que también vio mi interés y el de una compañera que también integra el proyecto en el que trabajamos. Él se dedicó, entre otras cosas, al estudio del proceso guatemalteco de 1954, siempre con temas de la región del Caribe, y del anticomunismo en Uruguay. Presentó un proyecto en la CSIC e integró a cuatro estudiantes en un principio; ahora somos seis: Roberto García, Julieta de León, Martín Girona, Joaquín Flores, Micaela Becco y yo. El proyecto busca estudiar el impacto que tuvo la Revolución Cubana en Uruguay. A lo largo de mucho tiempo se ha creído que los países latinoamericanos eran meros satélites de la Unión Soviética o de Estados Unidos, que respondían a uno o respondían a otro, pero en realidad tenían dinámicas propias. No sólo acataban únicamente lo que Estados Unidos decía en el caso uruguayo. Uruguay tiene una larga tradición anticomunista, entonces rechazaba todo lo que fuera revolucionario en ese momento, desde sindicatos hasta poetas como Pablo Neruda, que era espiado sistemáticamente cada vez que venía. Supongo que algo parecido debe de seguir existiendo hoy, porque los aparatos de inteligencia siguen funcionando y el anticomunismo capaz que está vigente más que nunca.
¿En qué etapa está el proyecto?
El proyecto está en pleno desarrollo. Ahora entramos en un proceso de selección de documentos y empezará una parte de sistematización, y seguramente desemboque en una publicación si alcanzamos los objetivos. El proyecto dialoga con otras investigaciones que ha habido en el continente. No puede pensarse a Uruguay como algo aislado en América Latina; es un proceso continental que impactó de diversas maneras. A veces vengo de entrenar con la adrenalina bastante alta y me tengo que sentar a leer documentos. Me toca el archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores, en particular nuestra embajada en Brasil, porque el proyecto se para en un marco regional y de interacciones de los países en cuanto al tema. Estamos investigando diferentes embajadas, desparramadas por el continente, para tener una visión más abarcativa del verdadero impacto que tuvo la Revolución Cubana. Es algo que no está estudiado en Uruguay, aunque se toca de manera colateral en otras investigaciones. Carecemos de esos estudios, que sirven también para entender el presente.