Viví un largo tiempo en Euskadi, pero nunca miré Informe Robinson. La razón por la que no vi aquel programa de entrevistas fue muy sencilla: había regresado a Uruguay. Fue en 2007, justo el año siguiente a mi vuelta, que las oportunidades de tener banda ancha en casa me pusieron, otra vez, en la órbita de lo que pasaba en España. Un día, cuando era otoño en el mar Cantábrico pero primavera en el río Negro, un amigo de los de allá me pasó el chisme: “A ver, tú, que eres periodista aunque aquí cobraras por poner cubatas. Que ha empezado un programa de deportes que seguro te molará. Que lo hace el Robinson ese. Es de entrevistas, pero desde lo humano. Míralo”. Todavía conservo aquel mail, también la amistad con Eneko. He visto la mayoría de –si no todos– esos programas documentales que tuvieron 13 temporadas, y ahora, tras la muerte por cáncer de Michael Robinson, en su momento un revolucionario de la comunicación, invito a que los vean.

La lista de leyendas deportivas es larga. Se puede ver en la pantalla a cracks de todos los tiempos, esas mujeres y esos hombres que lograron hazañas deportivas –llámese Diego Maradona, Pau Gasol, Loli Sugar Muñoz, Xavi e Iniesta, Trinche Carlovich, Amaya Valdemoro o Sara Estévez–, y también pueden disfrutarse enfoques de equipos o selecciones que hicieron grandes cosas: España campeón del mundo, el Barcelona de Wembley 92, la Lazio de las pistolas, los Globetrotters, la selección española de béisbol o un programa sobre pelota vasca, entre otros. Conviene bucear y no quedarse sólo con esta lista. Hay muchísimas historias anónimas que valen por sí solas. Con un poco de tenacidad, los programas se encuentran para ver online.

Michael Robinson no fue periodista de papel: se ganó el oficio en la cancha. Antes de transformar la televisión española, fue un delantero inglés, aunque no existan universidades para consagrarse. En Cambridge se hablaba de otras cosas cuando el Liverpool del 84 ganaba el triplete de la liga inglesa –bastante antes de que se llamara Premier League–, la Copa de la Liga y la Copa de Europa –lo que hoy es la Champions League–; tiempos en que aquel joven Robinson alternaba en la delantera con dos monstruos mundiales: el escocés Kenny Dalglish y el galés Ian Rush. Robinson, ya con las rodillas a la miseria, se retiró jugando para el Osasuna y se quedó para siempre en España. Dicen que su desparpajo lo llevó a la televisión. Integró varios programas, condujo otros, ganó un montón de premios, pero nunca negoció su acento. Puede que las personas se hagan de donde pasan tomando ciertas costumbres, pero nunca dejan de ser lo que son: la lengua materna: la primera casa.

Varios porqués

“El fútbol lleva un tiempo paralizado y hoy ha perdido a su voz, la de un compañero querido, en lo personal, pero que además supo ponerle su sello al fútbol, algo muy difícil de conseguir. Lo único que reconforta es ver que, después de 30 años, se va con un reconocimiento muy grande y muy general”, dijo Jorge Valdano, otro que, como él, fue colega como futbolista y como periodista.

“Michael no era periodista, pero ha defendido el periodismo mejor que nadie. Su obsesión era ser leal a su gente, y su gente eran sus amigos, sus compañeros, su club, su empresa y sus espectadores. Despreciaba el periodismo de camiseta y amaba la información compleja y con matices. Aprendió las reglas del compañerismo en el vestuario, y esas reglas le acompañaron toda su vida personal y profesional”, escribió en El País español Alex Martínez Roig, director de contenidos del canal Movistar.

Las palabras de los entendidos tienen siempre un valor agregado, mucho más si fueron personas cercanas. Nunca conocí a Michael Robinson, y elijo recordarlo con sus propias palabras. En su libro Es lo que hay... Mis treinta años en España (Aguilar, 2017) escribió: “El día que cayó el Muro de Berlín, estaba en casa de mis padres y tomamos champán. Brindamos. Entonces dije: ‘Papá, ahora vamos a observar sin barreras la cara del capitalismo. Ya veremos si se impone la paz. No tengo ninguna fe. Brindemos, papá, aunque creo que el mundo es más peligroso ahora que nunca’. Y mamá, por única vez en mi vida, me pegó una bofetada... Ahora admito que no estuvo mal aquello. Entiendo a mi madre: no elegí el momento adecuado para decirlo. Lo que me repateaba, quizás, era un nuevo triunfo de Estados Unidos a nivel global. Hay dos hechos claves en la historia reciente. Uno fue en julio de 1969, cuando Neil Armstrong pisó la luna. Eso representaba ganar el Mundial de la Humanidad. Y respaldados por Hollywood... El siguiente: la maravillosa caída del Muro de Berlín. Representaba la libertad, pero ellos lo vieron más bien como una barra libre para imponer su predominio. Lo han interpretado como un ‘teníamos razón’ y después no han demostrado una actitud muy positiva. Han existido excepciones en la era [Barack] Obama, pero la fiera regresa hambrienta con [Donald] Trump”.

Puedo imaginar leyéndolo con su acento, gesto que nunca morirá. Esa verdad también la dijo: “El cáncer puede matarte una vez, pero no todos los días”.