El que me gritó desde la cancha con un rastrillo aguantando las hojas fue Jesús. Que empujara la puerta, dijo. Bajé por los escalones métricos y me lo crucé atrás de la tribuna, donde armaba fueguitos de hojas secas. La Flaca Ivonne, histórica, ceba un mate y me dice un par de disparates mientras peina una butifarra sobre una galleta al agua. Los seres queridos en común surgen como genios de lámparas que se esfuman. Luciano Supervielle ingresa al Parque Alfredo Víctor Viera, como cada fin de semana. Salgo a recibirlo en su propia casa. En el cemento de los palcos vacíos descansan espaldas curtidas a pelotazos. Frente a nosotros, al campo de juego lo mima el viento. El pasto callado deja que pasen los pensamientos. En el silencio la memoria aflora. En la plática los ídolos también surgen como genios de lámparas que se esfuman. Cuando me habla de esos ídolos hace gestos con los dedos, como si hubiera teclas. Jugó con la camiseta de Bajo Fondo en canchas de todo el mundo. Probó en el mismo mediocampo a Obdulio, Zidane y Francescoli en su disco Centrojá. Sobre el equipo de Wanderers de mayores de 40, donde acostumbra desbordar, dice: “Una vez contratamos a [Alejandro] Apud para una pretemporada. Los primeros cuatro meses anduvimos volando, pero después eso se fue diluyendo y volvimos a ser los mismos espantosos de siempre”. Luciano Supervielle, un jugador de tecla fuerte, habló con Garra.

¿Maradona es como un ídolo para vos?

Es un ídolo. Del Mundial del 86 me acuerdo perfectamente, tenía diez años. Igual en la época de Maradona mi ídolo era el Enzo, pero soy de una generación en la que Diego es ídolo. Lo mirabas y era magia. Recuerdo que el día que salió campeón yo hinchaba por Argentina, era una cosa así, romántica. Curtíamos las revistas El Gráfico, era muy normal encontrar colecciones en la casa de la gente; ahí estaba bien contado el fútbol, aprendías todos los nombres. Fue una buena época.

¿A Francescoli llegaste a verlo en Wanderers?

Yo llegué en 1985 a Uruguay, no llegué a verlo acá, pero sí con la selección uruguaya. Y obviamente que sea de Wanderers tiene que ver. Tiempo después vi al Canario [Pablo] García, a ese sí lo vi.

¿Ponés al Canario García en el mismo estante que a Francescoli y Maradona?

Es ídolo de Wanderers. Como [Pablo] Bengoechea, que después se identificó con Peñarol. Pero cuando yo era adolescente era ídolo absoluto. Grandes recuerdos.

¿Has seguido el fútbol donde has vivido?

Nací en Francia, a los cuatro años me fui a vivir a México. Ahí tengo el recuerdo de ir al estadio Azteca a ver a Cruz Azul con mi viejo. Una aventura. Después, cuando volví a Francia de grande tenía poca guita, estaba estudiando, laburando, no tenía como para ir a un partido. Lo mismo me pasó en España, estaba difícil. Miraba los partidos en los bares. En París cuando jugaba Uruguay era muy difícil que pasaran los partidos. En España siempre está el bolichito de los uruguayos. Está bueno vivirlo también ahí; ir al estadio es otra experiencia, pero la onda de la calle también está buena.

El primer registro de cancha es en México, ¿y después?

Mi recuerdo de fútbol de México es mi viejo parado desacatado mirando a Cruz Azul. Yo jugaba al baby fútbol en un cuadro de la escuela. Cuando llegué a Uruguay empecé a entrenar en River, pero nunca me ficharon, era muy flaquito. Después me fui a entrenar a Wanderers. Ahí tuve un poco más de continuidad. Recuerdo haber estado en la categoría del Canario García, o sea, había un pibe que era enorme y a mí me gusta pensar que era él. Era el tiempo de cambiar de la cancha chica a la de 11, y ahí quedé por el camino. Me acuerdo del día en que me dieron la cédula y me dijeron que no quedaba. Me fui llorando para mi casa, porque además era Wanderers. Fue traumático, era el sueño del pibe.

¿Cuál era tu virtud?

Siempre fui muy rápido, hasta el día de hoy que juego en la Liga [Universitaria]. Este año me cambié a la máster, que es de más de 40, pero hasta el año pasado estaba en la presénior y estaba a la par, aunque ya no estaba para 90 minutos. A nivel puntero pocos me agarraban, después no me pidas que hiciera un gol ni nada.

Tener una conexión con la música habrá aflojado aquella frustración del sueño del pibe.

Desde chico también he tenido una fuerte conexión con la música; estudiaba, tenía claro que iba por ahí, más que con el fútbol. La vocación por la música es desde muy pendejo. Y la vocación hace que perfeccionarte un poquito en una cosa sea una motivación. Igual otro gran trauma fue cuando entré a la Escuela Universitaria de Música con 16, 17 años, y me encontré con gente que venía más entrenada, de mucho más tiempo, que eran mucho mejores que yo. Pensaba que era bueno porque tenía mis banditas en el liceo. Pero es así, se pone el cuerpo y a laburar. Hasta el día de hoy, que me dedico a la música, me muevo en terrenos en los que me siento vulnerable. Ni soy un concertista de piano, ni soy un DJ de nuevas tendencias, ni soy un arreglador; nunca me perfeccioné en nada, fui encontrando un camino propio que es como una mezcla de todo. Con el piano en la escuela de música me pasó de entrenar mucho, de estudiar cuatro o cinco horas por día, como para hacer el camino de un concertista, pero renuncié a eso, dije: “Esto no es para mí, yo voy a hacer mi música”.

Poder poner las pulsiones en otro lado quizás hoy en día te permite venir a la cancha a disfrutar, porque en la tribuna hay unos cuantos frustrados...

Salado, muchos. En el fútbol universitario nunca llegué a jugar en la mayor, jugué en presénior y después en máster, pero hasta en presénior veías guachos que todavía no se daban cuenta de que nunca iban a llegar a ser futbolistas. Yo nunca pasé por eso. Es heavy. Ni hablar en la mayor, porque incluso en la mayor hay algunos que pasan al fútbol profesional o al revés. A mí me ganó la edad: cuando entré en presénior era el más joven, y jugué hasta ser el más viejo. Cuando no lo puedo hacer me hace falta; tengo tres o cuatro grupos de fútbol cinco, y cuando no podés porque te lesionás o por los viajes pega salado. Una vez contratamos a [Alejandro] Apud para una pretemporada. Los primeros cuatro meses anduvimos volando, pero después eso se fue diluyendo y volvimos a ser los mismos espantosos de siempre.

¿Venís y vas mucho a ver a Wanderers?

Soy de la cancha chica, me gusta estar cerca del borde. Me gusta hacer turismo de cancha chica. Muchas veces he ido a ver partidos donde ni siquiera juega Wanderers. Al Centenario también voy, pero me copa menos. Venir al Viera es un ritual, es un momento con mi viejo. Siempre lo acompañé, ahora directamente nos encontramos acá. Hoy en día yo saludo a mucho más gente que él, se dio vuelta esa ecuación. Mi viejo fue exiliado desde el 73 al 85, entonces al principio era muy gracioso porque saludaba a todo el mundo pero no lo reconocían. Siempre curtió mucho acá, desde niño. Poco a poco empecé a crecer, y ahora a quienes conozco les presento a mi viejo. Es un momento de charla, tenemos 90 minutos para encontrarnos, para hablar de la familia. Hablamos de la vida en la tribuna, el Viera tiene ese significado.

¿Sos de los que observan o de los que miran fútbol?

No entiendo el fútbol de manera fina. A veces le emboco, pero nunca profundicé mucho en ese mundo. Yo siempre jugué de puntero, el año pasado me pusieron de lateral y ahí me di cuenta de que el delantero tiene menos conciencia del mundo táctico, al menos al nivel donde juego yo. El defensa está mucho más pendiente de los demás.

¿El fútbol sale de gira con vos?

En Bajo Fondo, cuando éramos más jóvenes siempre nos llevábamos una pelota, teníamos nuestras remeras y armábamos partidos con otras bandas amigas. En Los Ángeles, por ejemplo, jugamos muchas veces. Y si no entre nosotros. Fueron pasando los años y se fueron cayendo los soldados, creo que soy el único que quiere seguir jugando. Una vez en Noruega compramos una pelota y conseguimos gente de otras bandas para jugar. Después caímos en un estadio y estaban jugando fútbol femenino y aquello explotaba. En China también jugamos. En Costa Rica, en Bogotá. Acá marchamos con No Te Va Gustar, pero es que tienen un buen cuadro. Nos pintaron la cara mal. Una vez jugamos contra Aterciopelados, en Colombia. Estuvimos 15 años de gira, es mucho tiempo. En un momento la mitad éramos uruguayos y la mitad argentinos, nos tocaba mirar los partidos de uno y de otro. Vimos a Argentina quedar afuera una vez que tocamos en París, un drama. Los goles de Luis Suárez a Inglaterra los vimos en Turquía. Los gritamos a voz en cuello. El de Italia, de Diego Godín, estábamos en Noruega de madrugada; todo el mundo durmiendo y nosotros gritando por la ventana. Hay otro recuerdo duro: el penal del Canario García contra el palo. Estaba en Dinamarca, eran las seis de la mañana, salí a caminar sólo, deprimido.

Por eso en tus creaciones aparecen referencias constantes al fútbol.

Cuando salimos cuartos en Sudáfrica con Uruguay mucha gente me escribía para felicitarme. Yo les contaba que el fútbol en Uruguay es como una religión. Va mucho más allá del deporte, tiene una incidencia muy importante en la sociedad a muchos niveles. Por eso mismo también lo incorporo en la música. Tengo un tema que se llama “Zizou” por Zidane, que es otro de mis grandes ídolos. Es una música instrumental pero tiene esa cosa como tenía el Enzo, que es como en cámara lenta, es el arte de hacer parecer sencillo algo que no lo es: técnica pura, inteligencia con el cuerpo y con el entorno. Es artístico, es estético. A [Lionel] Messi no lo meto en esa categoría, es casi inhumano en el sentido de la velocidad. Enzo y Zizou tienen otra parsimonia, una cosa muy elegante, y en la música la elegancia la asocio con eso, con hacer parecer sencillo algo que no lo es. En la música lo sencillo que funciona bien es mucho más atractivo que algo que es más complejo pero que podría ser más simple. Tengo otro tema, que se llama “El príncipe”, que es una pieza para piano y violín, con un estilo musical medio de Charly García, pero con el violín muy clásico. Para mí el Enzo es eso. Después utilizo fragmentos de relatos en vivo con vinilos. En un tema de mi primer disco, que se llama Centrojá en honor a Obdulio, utilizo un relato de Víctor Hugo Morales del Mundialito de 1980. El relato va haciendo como un contrapunto con el violín, va haciendo cierta melodía, y el violín le contesta. Nunca me imaginé que Víctor Hugo algún día pudiera llegar a escuchar ese tema. Un día le preguntaron por la intervención en el tema y dijo que no sabía nada. Cuando me lo contaron me sentí mal, como que no le habíamos pedido permiso. Nosotros habíamos pedido permiso a la radio que había editado ese disco. Años después conocí a la hija de Víctor Hugo en una entrevista que me hicieron y le dejé una carta para su padre; no le pedí disculpas, pero le dije que me hubiese encantado pedirle permiso personalmente.