Mi tío Juan tiene, en sus tantos noviembres, sinnúmeros de logros y saberes, muchos de ellos con constancia académica y otros en frondosos expedientes de su vida. Pero además de ser y haber sido hijo, hermano, amigo, tío, padre, abuelo, artista, músico, profesor, destituido, gestor, vendedor o político, ¡es campeón mundial de ludo!

Sí, aunque no puedan creerlo. Mi tío es, o era, campeón mundial de aquel primer juego con reglas al que los niños de los 60, 70 y 80 accedíamos antes de dar paso a las damas, al roba montón o, ya medianamente escolarizados, a la escoba de 15. La certeza y seguridad con las que aquel veinteañero transmitía las reglas del juego más fácil del mundo nos hacía sentir la seguridad de conocerlas mejor para jugar y competir. Así, con la plenitud de conocer las reglas, uno ya va ganando.

No se puede jugar al ludo sin conocer sus reglas, pero, sin embargo, sí se puede jugar y entender el fútbol, incluso sin saber sus reglas ni las formas de interpretarlas de acuerdo a las claras y específicas indicaciones que cada año da el International Board.

Del travesaño al fuera de juego

La enorme fortaleza que logró el fútbol en algunos lugares –en Gran Bretaña, como se advierte en The English Game, y sobre todo en el Río de la Plata–, hizo que el juego, ya deporte, tomara tanta identidad entre nosotros, que lo podemos jugar aun sin conocer más que dos o tres reglas: el gol, el foul y el juego con el pie –y no con la mano–.

Hubo una primera serie de normas básicas con las que se regló el fútbol en Londres. Si bien en 1924 hubo un gran cambio, se modificó la regla 11 ‒la del fuera de juego‒, desde 1925 hasta fines del siglo XX el International Board fue profundamente conservador y se advirtieron muy pocos cambios esenciales. Fue desde 1990 que se sacudió bastante la cosa. Hubo intentos que fracasaron rotundamente –el de abolir el fuera de juego a la altura del área experimentado en el Mundial sub 17 de 1991– y otros que sí prendieron y dinamizaron el juego.

El alargue

El alargue fue algo que tardó en instaurarse como norma general de definición extraordinaria, pero que sin embargo ya se había utilizado en el Sudamericano de 1919, cuando en el estadio de Fluminense, en Laranjeiras, se jugaron dos prórrogas de 30 minutos para definir al campeón. Jugaron Uruguay y Brasil, y este último terminó ganando 1–0 con gol de Arhur Frindereich.

La Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) lo tomó para el Mundial de 1934, y Uruguay tuvo su primera prórroga en Suiza 1954, en el “partido del siglo” ante Hungría, el de los goles y el ataque cardíaco del cordobés Juan Eduardo Hobberg. Porque el alargue define muchísimas cosas: descensos, mundiales, eliminaciones y campeonatos de los barrios, pero también causa cansancio y desconcentración, que conducen a la fatiga física y mental, cosas que de alguna manera corrompen el juego y las formas.

Y es aquí donde, excelentísimos señores de la IFAB (International Football Association Board) y damas y caballeros de la FIFA, les vengo a proponer una variante para la próxima temporada –recordándoles que la propuesta de días atrás de abolir el gol en contra puede ser puesta en práctica ni bien se reinicie el fútbol–.

Lo que desde estas páginas venimos a proponer es que, ante momentos de tanta importancia y agudeza, como lo es la definición de un partido, después de haber jugado los 90 minutos para los que los deportistas se preparan, se varíe la estructura de la prórroga, porque no puede ser que la decisión quede en pies de futbolistas agotados física y mentalmente, que no consiguen acoplarse como colectivo y que difícilmente repitan fortalezas o estructuras pensadas y practicadas.

Nuestra propuesta es que ese alargue sea tomado como un partido extraordinario de 30 minutos, en el que puedan jugar cualquiera de los 17 o 23 futbolistas anotados en el formulario del partido que comenzó 90 minutos atrás, con excepción única de los expulsados –para hacerlo reglado institucionalmente y práctico–. Inclusive aquellos que hayan sido sustituidos durante el tiempo reglamentario podrán reingresar por única vez para el alargue.

Si un equipo o los dos han terminado con menos jugadores, accederán a la prórroga o partido final de 30 minutos con 11 futbolistas, en el entendido de que se trata de una competencia extraordinaria para decidir o definir una contienda.

Entre la finalización de los 90 minutos y el alargue deberá haber un intervalo de 15 minutos, para ajustar las integraciones de los contendientes, que durante los 30 minutos de juego extraordinario podrán hacer hasta tres nuevos cambios.

Si el partido especial o alargue se mantiene empatado, habrá que –hasta que alguien llegue a una idea más justa– volver a apelar a la decisión por penales, que por cierto es muy fea, angustiante y está lejos de contener la esencia de una contienda entre dos colectivos. Pero eso ya será para otra.

Ahora, si pueden, agilítenme el expediente de la abolición del gol en contra y den vista a esta idea, que no es nueva ni brillante, pero que por fin se pudo expresar en este tiempo de alargue en cuarentena.