“En el 71, en febrero, me fui a Peñarol. Estuve tres o cuatro meses. Extrañaba mucho a mi mamá”, cuenta el artiguense nacido en 1954. Ya había debutado en el Wanderers de su ciudad. Poco después sería conocido como Pibe de Oro. El puente entre la adolescencia y el profesionalismo estaba cerca: “Alguien me dijo: ‘El sábado vas a jugar en Primera’, y me olvidé de volver a Artigas. 16 años tenía”. Aumentan las cruces sobre almanaques viejos: “Me agarró la hepatitis en el 73 y no jugué la Eliminatoria, pero estuve en el Mundial del 74. Fuimos muy ilusionados, porque habíamos hecho partidos previos muy buenos, y nos cachetearon mal”. El otro lado del mostrador le ofreció un inolvidable rol protagónico el 28 de enero de 1976. Peñarol goleó 5-1 a Nacional por la Liguilla con tres goles del pibe que desequilibraba desde la línea de volantes: “Fue lo más lindo que me pasó”. Y eso que estaban cerca otras tribunas, otras ovaciones. “Vine en agosto del 78 a Argentina. Ya había pasado el Mundial”, acota. “En el 79 tuvimos un buen año con Vélez. Después, en el 81, viví el proceso con Ferro [Carril Oeste]”.

El calendario político de un Río de la Plata agitado, ese que la censura cívico-militar arrancó de los diarios amarillentos que descansan incompletos en las bibliotecas públicas, corre en paralelo. De 1971, además de las primeras prácticas, Giménez también menciona que “había una movida en toda América, después de lo de Cuba”: “A mí me gustaba la política. Vivía en Ejido y Durazno, y me acuerdo de haber ido con unos compañeros de pensión el día que fue el gran acto del Frente”. Corría el 26 de marzo y un Frente Amplio recién fundado organizaba su primer acto de masas. De 1973, además de hablar de la inactividad forzada por la hepatitis, el artiguense también habla del esfuerzo por comprender qué significaba aquel golpe de Estado, como tironeado por las inquietudes de una juventud politizada y sus vínculos del ambiente del fútbol: “En ese momento, tenía amigos que eran del Partido Comunista, amigos que tenían una onda simpatizante de los tupas, amigos de la derecha conservadora de Uruguay”.

Hola, Heber

“Era medio rubión y era pibe. Ahora tengo 65 años y me siguen diciendo el Pibe”. Prueba irrefutable de un apodo exitoso. Fue creado por Heber Pinto. El relator de fútbol que devendría en broadcaster y dirigente pachequista hablaba del Pibe de Oro cada vez que Giménez se ratificaba como una de las principales promesas de un momento de recambio generacional.

Las narraciones de Pinto, Carlos Solé y Víctor Hugo Morales eran los ojos de las grandes mayorías que no iban al estadio. “Los relatores tienen eso: están seduciendo a un público que está viviendo un partido que no está viendo y, a veces, agrandan un gol. Si fue de 20 metros, [dicen que] fue de 30; si saltó y cabeceó, [dicen que] se elevó dos metros... Menos mal que no existen videos de mi época, porque mucha gente diría: ‘¿Este es Julio Giménez?’”.

Tanto en el anterior como en otros pasajes de su discurso se hace notoria cierta tendencia a relativizar los méritos propios. Quizás sea consecuencia natural de una personalidad exigente, que también se manifiesta cuando mira fútbol en el living de la casa. Reconoce que lo “pone de muy mal humor” el individualismo de quienes pasan poco la pelota. Quizás también sea parte de la herencia de un primer vestuario lleno de leyendas y códigos futboleros: “De pronto, estar cambiándome con Elías Figueroa, con [Ladislao] Mazurkiewicz, con Ermindo Onega... Los veía en El Gráfico que mi hermano compraba. Para mí era muy fuerte”.

Al Pibe de Oro le tocó bajar a Montevideo mientras se partía la historia, fuera y dentro de la cancha. El avance de los 70 fue dejando atrás los históricos equipos uruguayos campeones de la Libertadores y del mundo e inauguró una era menos idílica. “Era terriblemente tímido, [pero] no era tímido en la cancha”, se autodefine. Con sus recordadas apiladas se ganó un lugar de privilegio en el recambio generacional liderado por el goleo descomunal de Fernando Morena. Hicieron una recordada yunta (ver recuadro) y fueron tricampeones uruguayos con la camiseta de Peñarol, que se acopló al nuevo tiempo mejor que su rival tradicional. “Morena, el Pibe, como me decían a mí, y [Juan Ramón] Carrasco en Nacional”, enumera Giménez, como resumiendo las novedades de una época en la que la voz de Víctor Hugo representaba lo mismo, pero en el dial: “Tenía goles relatados por él y, cuando estaba medio bajón por alguna lesión o algo, me los ponía tipo libro de autoayuda”.

La larga noche

Foto del artículo 'El pibe que brilló en medio de la oscuridad: con Julio César Giménez, figura del fútbol rioplatense en tiempos de dictadura'

Foto: Enrique García Medina

El registro audiovisual del fútbol uruguayo de aquel tiempo es escaso y precario. En blanco y negro, el estadio Centenario parece estar a oscuras en las pocas grabaciones sobrevivientes, a tono con la realidad de un país en dictadura. En medio de aquello, los futbolistas más conocidos gozaban de privilegios que Giménez reconoce: “Teníamos eso de ganar una plata un poco mejor que un pibe de la edad que teníamos, tener un auto, tener tiempo, comprarte un departamento relativamente rápido. Te confunde un poco y, a veces, no vivís la realidad. Y te hablo de un momento en el que no se ganaba [mucha] plata. Hoy es obsceno”. Además, había que manejar la fama: “No quería hablar de mí, cambiaba de tema, me parecía muy boludo el tema de [que me pidieran] un autógrafo”. El esfuerzo por romper la burbuja no abundaba, pero existía: “Lo que recuerdo, más o menos, de esa época era que en Defensor [Sporting] había una movida de varios jugadores junto con su técnico, [José Ricardo] De León, gente que cuestionaba una cantidad de cosas. En Peñarol, mis amigos, muy amigos, que estaban todo el día juntos, eran Lorenzo Unanue y Daniel Quevedo. De vez en cuando salía la discusión política”.

En la vieja guardia también hubo excepciones útiles para romper el cerco futbolero. El Pibe vuelve al confinamiento del 73 y se acuerda de Roberto Matosas: “Me dice: ‘Aprovechá estos tres meses que estás en cama con hepatitis para leer’. Fui un fanático de la lectura”. Esa semilla también es artiguense: “[Al norte] llegaban, tipo seis de la tarde, El País, La Mañana y creo que BP Color. Hacía algunos mandados para algunos vecinos, juntaba esas monedas para comprarme el diario cuando podía y me lo leía de punta a punta”.

El profesionalismo deportivo le fue útil para conocer más ese mundo antes leído. Viajó a Alemania Federal para disputar el Mundial de 1974, un revolcón confirmatorio de que al ocaso democrático le seguía el de un fútbol que empezaba a pagar caro el rezago organizativo. Como si la presencia del dictador Juan María Bordaberry en la despedida del equipo, episodio al que alguna vez se refirió Morena, hubiera transmitido la maldición en cada apretón de manos. “Nos tocó Holanda, que fue lo mejor que vi en cuanto a selección. No existían los videos. Sabíamos que existía un [Johan] Cruyff y que Holanda tenía un sistema de juego. Ahí nos dimos cuenta de lo lejos que estábamos. El sistema de pressing, no respetaban puestos. El día que jugamos con ellos perdimos 2-0, pero teníamos que habernos comido ocho. Nos salvó Mazurkiewicz. Una vergüenza: era tanta la diferencia... Cuando volvimos de ese Mundial, dije: ‘Tocamos fondo, no salimos más’”.

Giménez no recuerda particularmente la ceremonia presidencial previa al viaje, pero rescata anécdotas comparables: “Hicimos una gira, no sé en qué año, y [Jorge] Pacheco Areco estaba de embajador en España. Fuimos a un lugar que estaba medio alejado de Madrid. Me acuerdo de, en ese momento, hacerme el boludo y no darle la mano. Era muy pibe, pero ya tenía, más o menos, una idea de algunas cosas que pasaban. Hay que ponerlo en el contexto de la época”. El poder político y su uso de los talentos deportivos se filtra en la charla. El Pibe agrega: “Lo han usado la izquierda y la derecha. Ahí, para mí, no hay partidos. Generalmente, el deporte influye mucho en las sociedades y, a veces, les cambia el humor”. La organización del Mundialito iniciado a fines del 80 generalmente se asocia a esa estrategia. A Giménez no le tocó estar en esa selección, aunque por entonces sus gambetas cosechaban elogios a pocos kilómetros.

Bate chicos y colegio

Que la entrevista se haya concretado en el estadio de Vélez Sarsfield es la consecuencia natural de un vínculo que comenzó hace 42 años. “En el 79 tuvimos un buen año con Vélez. Teníamos muy buenos jugadores: [Carlos] Ischia, [Osvaldo] Piazza, [Julio] Falcioni. Muy buen equipo. Perdimos una final con River”. Giménez se quedó a vivir en Argentina, donde alcanzó la gloria en otro club de barrio: “[Con Ferro] perdimos los dos campeonatos en el 81, subcampeones con River y con el Boca de [Diego] Maradona. En el 82 salimos campeones, pero fue tapado un poquito por la Guerra de las Malvinas. Jugamos con Quilmes. Justo en la época en la que se jugaba la final Argentina estaba perdiendo las Malvinas y no hubo repercusión”.

En 1988, San Martín de Tucumán se ganó un lugar en el corazón del jugador a punto de retirarse, tras una gran campaña que culminó con el ascenso a Primera. En los años posteriores llegó el tiempo de ser entrenador, tuvo un pasaje por las inferiores de Peñarol. Hoy sigue vinculado al deporte, pero de otra manera: “Vengo a ver a Vélez; me queda cerca. Sigo la campaña de los equipos que me gustan, de los técnicos que quiero. Hace como diez años que estoy [trabajando] en un club cerca de mi casa, un club importante. Fútbol amateur y tiene todos los deportes: rugby, tenis, hockey. Me gusta la docencia: te rejuvenece estar en un ambiente de pendejos”. A nivel senior, la práctica del fútbol sigue haciéndose un lugar en la agenda: “Es una pasión jugar al fútbol. A mí me gusta hacer deporte, jugar al fútbol con amigos, bañarme... Transpirás, te bañás y es como que te sacás diez años de encima”.

Vos para mí, yo para vos

“Yo ya estaba en Peñarol cuando él vino de River”, dice Giménez de Morena. Y sigue: “Ya demostraba que era uno de los mejores 9 que vi. Muy profesional, muy inteligente, porque ya sabía que, si lo marcaba un zurdo, arrancaba para el lado de la derecha. Ese tipo de cosas. Yo era un jugador de pelota y me chupaba un huevo quién jugaba, ni conocía. Él conocía a todos: sabía cuánto calzaba, cuánto medía, cuántos partidos jugó. Después, en lo personal, las veces que lo he visto le he pedido perdón, porque yo tenía un juego medio morfón, y le he dicho que tendría que tener 150 goles más que los que tuvo por mis enganches. En esa época no nos enseñaban a jugar en equipo, no se enseñaba con las pautas que hay ahora: el desmarque, el control orientado y todas esas cosas, la velocidad de resolver. Tenía técnicos que me decían: ‘Vos jugá como sabés’, y había otros que me decían: ‘Vos jugá a dos toques’. Tenía un quilombo en la cabeza...”.