Sarita tenía 19 años en 1996 y era atleta desde los 12. A diario, para ir a entrenar, se bajaba del ómnibus en la calle Joaquín Suárez, del Prado, y caminaba cerca de la cancha de fútbol 5 del barrio, llamada Peturrepe.
Corría el mes de la primavera, era setiembre, cuando vio a un equipo de mujeres jugando un partido de fútbol oficial por primera vez en su vida y quedó anonadada: no era algo común y corriente. El 15 de agosto de 1996 se habían fichado las primeras jugadoras en la Asociación Uruguaya de Fútbol (AUF) y se había organizado una serie de campeonatos de fútbol 5: uno de ellos fue en esa cancha, en su barrio. Allí se encontró con Bella Vista femenino, la invitaron a concurrir al Nasazzi en la noche, la ficharon en la AUF y el 27 de octubre cumplió su sueño.
“Ese día, mientras caminaba por la cancha del Peturrepe, vi mujeres peloteando y viajé hacia mi niñez: nací en una de las calles del Prado, tengo dos hermanos mayores y jugaba en la calle con ellos y sus amigos, que me llevan entre diez y trece años”.
Su padre fue atleta, uno de sus hermanos fue basquetbolista y el otro jugó al tenis. A ella le tocó seguir el legado de su padre, entonces ‒el fútbol sólo lo disfrutaba en los picaditos barriales‒, pero ese día su perspectiva y sus objetivos cambiaron por completo.
Decidió dejar el atletismo y lo que eso implicaba: desligarse de los sudamericanos juveniles, aunque se llevó mucho de esa disciplina. “Aprendí cosas que me sirvieron para el fútbol, pero sin el elemento vital que es la pelota. Coordinada, veloz y resistente era, pero hay gran parte de la técnica, que sobre todo adquieren hoy las gurisas y que yo no tuve; eso siempre lo aclaré cuando me consultaron qué formación tenía”, cuenta.
Mamá, papá: soy jugadora de fútbol
La líbero jugó dos meses en Bella Vista, luego la llamaron a la primera preselección para disputar un Sudamericano, y allí conoció a jugadoras de Rampla que la invitaron a vestir la verdirroja. “Era un grande dentro del femenino y me estaban dando esa oportunidad: no lo pensé y me fui para ahí. Bella Vista, además, se desarmaba”.
En Rampla jugó hasta 2002, cuándo decidió dar un paso al costado por inconvenientes con dirigentes de la AUF, por lo que se alejó del fútbol federado. Terminó su carrera de contadora y no se vinculó más con el fútbol hasta 2005, cuándo Jorge Seré ‒que la conocía del otro proceso de selección y sabía cuáles eran sus características de zaguera‒ la invitó a la primera selección de fútbol sala femenino que se organizó en Uruguay. Participó en el primer Sudamericano, “lo que me enseñó muchísimo, con un gran equipo y grupo que me dejaron grandes experiencias”, recuerda.
En 2008 volvió a vincularse con el fútbol de AUF, cuando conoció un cuadro de estudiantes universitarias que autogestionaban un equipo, Huracán Buceo, y estuvo allí por tres años. “En un gran grupo, que me hizo volver a querer el fútbol federado, jugué un poco más en el medio”, cuenta.
En 2012 comenzó el curso de técnica, al mismo tiempo que el equipo en el que jugaba fue mutando a otro equipos. En 2009 emigraron a Juventud de las Piedras y tres años más tarde a Salus, donde Sarita estuvo como ayudante de técnica.
Practicó fútbol sala en la Liga Universitaria para mantenerse en forma, pero como esta disciplina no contempla la maternidad, a los 39 años, cuando Sarita decidió ser mamá, el fútbol pasó a segundo plano. Cuándo su hijo cumplió un año, volvió como ayudante técnica de Liverpool femenino. Actualmente es técnica de la sub 16 del negriazul, luego de colaborar como ayudante y delegada.
Sueños cumplidos
A pesar de su extensa carrera, Sarita tiene un momento bien plantado en su memoria: el 27 de octubre de 1996. La primera vez que usó canilleras, un sueño que veía muy lejano.
A ese hito en su vida le sigue el día en que recibió una llamada telefónica posterior a su primer partido en el Sudamericano, cuando les contó a sus padres que la habían nombrado capitana. “Más allá del sabor agridulce, porque había perdido el partido y porque la capitana anterior era mi amiga, mis padres me dijeron que me lo merecía por todo el sacrificio que había hecho. Fue un clic para que mi padre aceptara este rol de futbolista, porque yo ahí abandoné el atletismo y fue un golpe fuerte para la familia”, sostiene.
Pero guarda momentos bien diversos, como los grandes clásicos con Rampla, contra Nacional, la gran rivalidad entre esos equipos. “Un clásico, tenían dos menos y lo ganaron. Me dejó pila de enseñanzas en lo que tiene que ver con los cambios que hizo el técnico”.
“El período en que abandoné como jugadora fue porque choqué contra realidades que trancaban justamente el crecimiento del fútbol femenino”.
La cosecha de su esfuerzo
Sobre el crecimiento del fútbol femenino, Sarita habla como técnica: “Trato de ser positiva, se avanzó muchísimo, teniendo en cuenta que sólo hace 25 años que están. Pero cuando yo empecé, quizás era muy optimista y pensé que el crecimiento se iba a dar más rápido. El período en que abandoné como jugadora fue porque choqué contra realidades que trancaban justamente el crecimiento del fútbol femenino”, cuenta.
Sobre el desempeño de las futbolistas, considera que hay un cambio técnico-táctico, porque ahora las mujeres pueden hacer escuelita. En su época en cambio, se vivió como una “apropiación del deporte”.
“Yo empecé a jugar de líbero a través de algunos conceptos que me tiraban los técnicos y leyendo libros. Por eso les decimos a las gurisas de ahora que son privilegiadas: más allá de que hay carencias en algunos lugares y falta apoyo, las condiciones que tienen son muy distintas a las del comienzo, desde la infraestructura hasta las personas que están a cargo, su formación y la metodología que aplican. Hay varios equipos que están tratando de ser serios, que invierten más allá de la obligatoriedad, en algo que no les reditúa todavía”, considera.
A pesar de que no contaban con indumentaria ni espacios formales para entrenar, mujeres pioneras como Sarita rescatan algunas ventajas: “Accedíamos a espacios que hoy no están tan disponibles como antes para nosotras: Jardines, el Parque Central, entre otras canchas a las que hoy las ligas femeninas no tienen acceso. También había más prensa, gracias a Gabriel Lopez”.
Sobre la profesionalización, opinó que se logra con un cambio de mentalidad, desde los cuidados, en lo que respecta a la alimentación y al descanso, hasta la responsabilidad en los entrenamientos.
“Hay luchas internas, como los derechos de TV, donde interactúan intereses de unas partes y de otras. Ojalá todos abogaran por un interés común; es una utopía, algo que siempre soñé, porque también en un momento me desilusioné. Cada granito que pueda aportar para el fútbol femenino en general y no para los egos propios”, agregó.
“El día que Uruguay clasifique a un Mundial de mayores, somos muchas las que vamos a emocionarnos”.
El fútbol es de niñas
Otro de los grandes esquemas con los que Sarita cree que hay que trabajar para mejorar el fútbol femenino es la equidad de género. La pionera tiene un hijo de cuatro años, que la acompaña a las canchas a ver entrenamientos de mujeres. “El día que lo quise llevar a una escuelita me dijo que no quería ir porque el fútbol es de niñas. Obviamente le expliqué que el deporte es de todos, pero ahí se refleja lo importante que es la influencia de las familias”.
“Somos muchas las que hemos estado desde el comienzo empujando este carro. El día que Uruguay clasifique a un Mundial de mayores, somos muchas las que vamos a emocionarnos. También soñamos con que la OFI se pueda integrar a la liga de la A, porque allí también hay grandes valores y jugadoras, y que sea un campeonato competitivo, con proyectos viables y apoyo. Hay mucho caudal de jugadoras pero no lo logramos captar, porque también hay que cambiar la cultura de la mujer en el deporte, desde las escuelas, las familias y demás”, finalizó.
A Sarita aún le queda un sueño por cumplir: dirigir la selección femenina celeste. “Me encantaría algún día dirigir a la selección, pero si no lo logro, no lo veré como un fracaso, porque también trabajar en el baby fútbol y formar aporta a esos caudales de selecciones juveniles, es muy importante”.
Mientras tanto, disfruta de transmitirles a las mujeres que hoy están donde se encontraba ella en 1996, cuando en Uruguay el fútbol femenino era algo nuevo, mal visto, cuestionado, y practicarlo era participar de una revolución. Esa lucha sigue hasta la actualidad, pero gracias a aquellos comienzos, ya ha recorrido un camino.