En la actualidad, el nunca confirmado pero esperable nivel de cultura futbolística en Uruguay parece estar fallando, o por lo menos hay un sector del público de la mass media, que no del fútbol, que nos lleva a pensar otra cosa.
La liviandad y ligereza con que se toma, se califica o se descalifica la potencialidad y las bondades del rival, sopesándolo de acuerdo a si juega Lionel Messi o si no lo hace el mejor jugador del mundo, es increíble y altamente discutible, para quien, revisando la historia del fútbol del Río de la Plata, sabe y reconoce que el fútbol argentino ha sido y es de los mejores del mundo, antes y después de Diego Maradona, antes y seguramente después de Lionel Messi.
En el mundo 3.0 que nos ha tocado, los individuos ya no solo tenemos el derecho lógico de la opinión, sino que ahora montamos nuestros propios aparatos de comunicación para, sin regulación ninguna, pretender hacer extensión sobre temáticas y funciones para las que no nos hemos preparado ni tenemos idoneidad comprobada.
Hasta que ya en este siglo Mark Zuckerberg estrenó sus habilidades informáticas cruzando ceros y unos para desarrollar la primera red social en internet, los uruguayos éramos tres millones de técnicos, en los asados, en las oficinas, en las casas, en las esquinas y, por supuesto, en las canchas, pero quedaba ahí, y las tareas de crítica, información y extensión masiva a través de los medios de comunicación quedaban reservadas a personas con preparación y responsabilidad, y de alguna manera avalados por los medios en los que sus ideas y calificaciones tomaban estado público.
Me cacho en diez. Ahora todos sabemos, y algunos plantean, cómo hacer para ganarle bien a Argentina, mientras que hay una elección nacional a manera de encuesta para determinar si un técnico de una especialidad contratado y al servicio de una institución privada debe seguir o ser cesado.
Estamos mal a niveles insospechados. Propondré una encuesta para valorar la continuidad o no del gerente de noticias de tal canal, el de la violinista de un cuarteto de cuerdas y el del proyectista de un estudio arquitectónico. Pero, además, lo que no tiene sentido es proyectar una contienda triunfal contra el rival que sea, y más uno de los mejores del mundo como es Argentina, por el simple hecho de ser una necesidad aparente para los uruguayos.
Hay que ganar. Hay que cagarlos a patadas. Hay que dejar de mimar a Messi. Hay que jugar con esta estrategia. Hay que poner más delanteros. Hay que citar a este otro. Las propuestas que por abierto y educado no calificaré de disparatadas, pero sí de impertinentes, se suman expresamente como quien pretende generar un basurero. Patadas y aprietes como la fórmula original del éxito del fútbol uruguayo son parte de una maldad manifiesta e impune de poderosos y leguleyos del fútbol, que retrasan y hunden. Una historia mal contada, ausencia de recambios generacionales que mantuvieran compensadas y en competencia a las selecciones uruguayas, y la masificación por las vías interesadas y poderosas de un discurso vulgar y primitivo, e interesado, fue lo que hizo que por tres o cuatro décadas primara el discurso de que acá tenemos que ganar, porque somos uruguayos, tenemos la celeste, metemos pata y los cagamos a patadas a todos. El discurso bárbaro del siglo XXI propuesto después del último partido con Argentina, el que denostaba la buena conducta de nuestra selección expresada en la ausencia de faltas y de amarillas, pretende reinstaurar la bestialidad que presidió y opacó nuestro fútbol durante años, al sugerir que nuestro fuerte, o nuestra prevalencia en la competencia, es a partir de la violencia y la trampa.
Las devoluciones firmes y defensivas, mesuradas y calificadas no parecen ser de recibo para los intermediarios de la comunicación que, conocedores por formación y experiencia de los vaivenes de efecto mariposa que tienen estas dobles o triple fechas, deberían presentar en acuerdo o desacuerdo a las dificultades y lo problemática que es la competencia.
La campaña de desgaste y desprestigio prende siempre en lo superficial y aparentemente masivo, pero no tiene por qué ser así.
Este viernes jugamos con Argentina tan urgidos como en cada Eliminatoria, con tanta expectativa y seguridad de poder como cada una de las 193 veces que nos hemos enfrentado. Con tanto respeto y cuidado por las nobles características del rival cada vez que del otro lado del campo hemos tenido 11 camisetas albicelestes.
Es hoy, como ha sido siempre.