Los rojos de Pueblo Nuevo derrotaron sin miramientos a los albinegros josefinos, que saben de estas decisiones del máximo título del fútbol de 97% del territorio nacional. ¿Hay un campeonato de clubes más uruguayo que este? No, no lo hay, y Central de San José ha mostrado su valía al haber llegado a cinco de las últimas nueve finales.
En plena sudestada, que a orillas del Río de la Plata los colonienses saben bien cómo pega, a las 19.00 el estadio municipal Suppici estaba lleno de gente que quería ver otra final. Frente a los televisores, propios y extraños también tenían ganas de acercarse a las emociones intransferibles de una definición de este tipo, en la que se hibridan de manera única la seriedad y el profesionalismo con el espíritu amateur y bohemio, con el pueblo, con el barrio, con los vecinos, que apenas unas horas después de que la pelota ya no ruede volverán a ser el de la gomería, el panadero, el de la radio y el que trabaja en el cable.
Y realmente, más allá del dislate reglamentario de no premiar la diferencia de goles ni siquiera en un tercer partido, que no hay, fue una final con el contenido, las vivencias y las emociones que alguien criado por estas tierras espera.
El viejo Juventud, que, más allá de la buena competencia que le han dado en las últimas décadas en el fútbol de Colonia del Sacramento, ha cimentado su innegable condición de referente histórico, logró con un fútbol rápido, efectivo y de buen pie conseguir la ventaja inicial, que no premia más que con los tres puntos su gran partido y efectividad. No parece del todo justo para la decisión del título más importante de clubes de la Organización del Fútbol del Interior (OFI) que la diferencia plasmada en goles no valga para nada, y aunque coyuntural en este caso, porque fue en la ida, que el perdedor pueda definir en casa en un alargue válido como tercer partido que arranca 0-0 si gana 1-0 el partido de vuelta.
Camilo Irsankas, Lucas Pérez, Nicolás Bermúdez, Tomás Fernández, Tomás Torres, Diego Noy, Ezequiel Casaña, Nicolás González, Octavio Colo, Juan Torres y Sebastián Noy fueron los 11 que entraron jugando por Juventud; Fabio García, Mariano Quevedo, Maximiliano Britos, Nicolás Rebollo, Marcelo Moreira, Mauro Portillo, Eduardo Hernández, Fabricio González, Juan Ignacio Guardado, Pablo Cabrera y Waldemar Acosta fueron los 11 que empezaron por Central.
Los jugadores sabían que estaban ante su final soñada, la mayor instancia que cada año sólo dos de los más de 600 clubes afiliados de todo el país pueden aspirar a conformar. Sólo 22 de los miles de futbolistas que conforman la primera división de sus equipos pueden estar ese día. Una tarde antes estaban mateando de short y chinelas frente al televisor mirando la final de la Copa Libertadores; una tarde después estaban ellos frente a la orejona, buscando empezar a definir cuál de los dos es el mejor del país.
Desde que nos escolarizamos, y antes también, todos los días jugamos finales del mundo: en los recreos, en las veredas, en los canteros, en los parques y en las canchitas jugamos, reímos, sudamos, sufrimos y nos ilusionamos con perseguir esa victoria que es nuestro Mundial de cada día. Por ironía y cierta rabia, por ausencia se me ocurrió –hasta por el parecido del trofeo– llamar a la copa “la orejona” y, en coincidencia, denominar al torneo “la Champions”, que no tiene ni a Salah ni a Mbappé, pero sí a estos cracks que al rato andarán con el bolsito en la chiva del trabajo a la práctica.
La dejaron chiquita
Juventud la descosió. Su línea delantera con los salonistas Juancito Torres y Sebastián Noy, que por esas cosas de la imposibilidad de estar en dos lados a la vez no pudieron ayudar a Old Christians a meterse en semifinales en el Campeonato Uruguayo de futsal, estuvo tremenda, coronada por el gran goleador Octavio Colo, que además estuvo oportunísimo para ir por una pelota que en condiciones normales nunca se le hubiese escapado a Fabio García, pero que se le fue como pez en el agua, con lo que el goleador de arranque puso el gol con el que se marcó el tiempo del partido. A los 8’ ya estaba ganando el rojo, y su juego de habilidad y velocidad, apoyado en la ventaja del gol, puso muy incómodo a Central, que golpeó mucho y arriesgó demasiado. Pudo haber perdido jugadores por faltas, especialmente a Sebastián Noy, y nunca encontró el lugar ni el tiempo para armar juego en pos del empate.
En el segundo tiempo, la superioridad local fue absoluta y así fue que llegaron los goles de Juan Torres por dos, uno de taquito, otro de Octavio Colo y el quinto de Mateo Cedrés, también salonista, al igual que Ezequiel Casaña.
Fue una enorme victoria de Juventud, que ahora en el Casto Martínez Laguarda de San José procurará repetir para, por primera vez, ser campeón del interior. Aviso, spoiler alert: no será nada, pero nada fácil, porque enfrente está uno de los mejores equipos de los últimos diez años, tres veces campeón, cinco veces finalista, que tiene horas de experiencia, jerarquía y roce acumulado como para pensar que nada está definido y que es posible.
Imposible perderse esa final.