El estadio vacío y las nubes lentas atrás, tornasoladas, fueron el lienzo. Las luces encendidas como puntitos suspensivos de otro año raro. La misteriosa torre del estadio volvió a extrañar el olor a gente bajo sus alas. En ese escenario concreto ¿el fútbol seguirá siendo el mismo? Eso intentaron Torque y Defensor la nochecita de ayer.
Los ya no tan novatos del Paso de la Arena, por decir algo en español, con una identidad clara, jovial, decidida. Los jugadores cambian, y eso que ya pudiera llamarse estirpe se sostiene. Defensor Sporting, de una escuela curtida con los años, con el marcador del libro en una página difícil. El equipo de Gregorio Pérez tuvo las más claras en el primer tiempo, con un Cristian Chávez incesante que parecía estimular a los puntas, y con los palafitos fundamentales en el Tata González y Facundo Mallo aferrado a la zaga. Torque usó la misma cara para todo lo que hizo. Aunque Pablo Marini sacudió disconforme la carpeta casi todo el tiempo.
Solo la apretó bajo el brazo como si fuera el diario para aplaudir los embates de Matías Coccaro. Volvió a sacudirla una vez que Chávez cabeceó hacia abajo como se debe, y Cristopher Fiermarin, el arquero celeste, debió hacer su mayor esfuerzo.
Fiermarin también se quedó con la primera del segundo tiempo, cuando Kevin Méndez hizo una diagonal hacia el medio como un viejo win, y remató. Matías Fidel Castro también ostentó seguridad cuando Torque buscó desde afuera, o desde el córner con certezas. Defensor supo defenderse pero se fue metiendo. Torque, entonces, empezó a dominar el juego.
Gregorio buscó en el banco porque Torque era superior y su equipo se quedaba sin ideas al borde de las cosas. Pensó en la pelota quieta como una alternativa, y así pudo acercarse, aunque Torque parecía más entero. O sufriendo menos los anhelos más cercanos. Sufrió, sin embargo, los últimos minutos del partido. Y desató alguna duda de un entrevero pero fue empate al fin en el Centenario.