“Nadie escucha al otro, todo el mundo habla al mismo tiempo”. Tato López retrata una conversación promedio de amigos de estos tiempos, una tarde de invierno en un patio abierto del Parque Rodó. La contrasta con las de su juventud, cuando era “guacho atrevido” y “mal estudiante”. Luego usa un ejemplo más lejano: en la época de los pueblos originarios de América, los tipos hablaban con cinco palabras. Era “te miro y ya sabés lo que te pasa”. Todas esas cosas te conectaban con los demás y también contigo. Una de las cosas más tóxicas del avance de la sociedad de consumo es que generaliza e impacta negativamente en nuestras vidas, porque nos desconecta de nosotros, y así también nos desconecta del que tenemos enfrente.
El escritor, periodista, viajante y célebre figura de la historia de nuestro básquetbol lleva décadas tratando de entender a la especie humana, y a sí mismo, en el camino. Quizás desde las primeras lecturas de su infancia, y más conscientemente luego de su retiro de las canchas.
“No soy un iluminado”, se encarga de aclarar, y pone al frente sus falencias. “Yo esta noche quiero que gane un cuadro y pierda el otro, y no me importa si los jueces se equivocan”. En los playoffs de la NBA se hizo hincha de Los Angeles Clippers, por simpatía hacia los menos favoritos y su alta valoración de Kawhi Leonard. A pesar de que la excusa de esta entrevista es su nuevo libro, no tiene problema ninguno en hablar largo y tendido sobre básquet, y así relativiza el éxito de Manu Ginóbili y Gregg Popovich en un escenario sin Tim Duncan.
Aprendió que todos tenemos un don, y con el suyo recorrió el mundo. Su historia parece una de un reinicio constante, en busca de algo mejor. “No tengo más el tic”, me recuerda, sobre el gesto compulsivo de acomodarse su camiseta de básquetbol.
“Todo cambia, todo el tiempo, pero podés pararte en el momento y darte cuenta de que ese momento es único”.
Su nuevo libro se llama Una meditación vipassana en la tierra del dhamma y lo edita de forma independiente bajo su sello Anicca. Uno de los principales temas que aborda es la impermanencia: “Todo cambia, todo el tiempo, pero podés pararte en el momento y darte cuenta de que ese momento es único”. Esa, entre muchas otras que recibió, forma parte de enseñanzas de este tipo particular de meditación (vipassana) y la teoría (y práctica) de un curso que hizo más de una decena de veces, y que descubrió en ese primer viaje a India, luego de filtrar opciones “dentro del megashopping espiritual” del país.
“Lo que promueve esta meditación es escuchar, observar al otro. Vas a poder conocer a la otra persona. Y todo empieza por vos, y te empezás a dar cuenta de propias carencias, y de lo contradictorios que somos”, explica sobre estas experiencias de práctica grupal “basadas en las enseñanzas de Buda dadas en forma laica”.
“Expreso simple, o si no traeme un cortado cargado; con un expreso doble me pongo como loco, mucha cafeína”, se decide, y volvemos a su final en el básquet, y al inicio de este viaje.
“Cuando me retiré, en una reunión familiar, lo escucho a mi padre diciendo ‘el año que viene vuelve y los parte al medio a todos’. Yo lo escuché, me acerqué y le dije: ‘No, papá, me retiré’. Me quedó mirando así como asombrado, pero me creyó. En su momento me costó darme cuenta de ciertas cosas, la dimensión que puede tener una decisión así, y es natural. Pero luego, mirando hacia atrás, fue un retiro sorpresivo para el resto, pero para el resto cercano. Yo tenía 36 años”.
Si para tu familia fue una sorpresa, supongo que no lo hablabas mucho con nadie.
No lo hablaba, solamente en terapia. Y fue así, algo súper sentido.
Esto lo cuento en La vereda del destino [su primer libro, editado en 2006].
Fue un día que salí de entrenar, y nos fuimos a cenar con mi novia de ese entonces. Le digo “no tengo ganas de jugar”. “Si no tenés ganas, no podés jugar más. Otro podría”, me contestó. Y me retiré del básquetbol. Y la verdad es que cada vez que miro hacia atrás, pienso que fue una excelente decisión. Hasta me emociono al día de hoy de haber dicho “no tengo ganas de jugar y hasta acá lo viví” de la única forma en que yo lo concebía, que era cada día, cada partido, dar todo lo que tenía para dar.
¿Cuándo escribiste este libro?
Yo tenía mucho escrito, y aparte tenía muchas cosas escritas del curso.
Te diría, además, que tengo tres o cuatro libros escritos por la mitad.
Y con la pandemia empezó a circular una cosa como “nuestra vida va a cambiar, hay que cambiar las prioridades”, y yo inmediatamente sentí que no. Pensé “cuando esto se normalice vamos a salir todos a correr detrás de lo de siempre”, y entonces dije “voy a contar esta historia”, que quede como el libro que escribí en la pandemia.
Entiendo que la meditación es una herramienta muy beneficiosa, y la técnica de la vipassana es algo muy aconsejable. Entonces dije “voy a escribir sobre esto”.
A esta altura, con siete libros editados, ¿quién está primero, el escritor o el hombre de viajes? Se nota que usás muchos recursos para atrapar al lector, con momentos de suspenso e incertidumbre.
Pero era así. A mí a veces me preguntan “¿cómo te podés acordar de tal cosa”, ponele, “¿cómo fue aquel cruce de frontera de Zimbabue a Mozambique al otro día de Navidad?”, y me empiezo a acordar, y empiezo a anotar, miro alguna foto, miro el diario de viaje y recuerdo todo como si estuviera ahí. Es de locos.
Pero hay una parte más difícil de reconstruir, que son tus diálogos internos, y que además son de los más disfrutable del libro.
Por lo general, cuando estoy de viaje y te encontrás con gente en la misma que vos, se dan esos diálogos medio armados donde te preguntan “¿de dónde sos, qué hacés?”, y yo siempre contesto “cuando estoy viajando, no hablo de casa”. Y cuando llego acá y me preguntan “bueno, ¿cómo te fue?, contanos”, mi respuesta es “les voy a dar titulares, porque cuando estoy en casa, no hablo de viajes”.
En la época de mis padres, estaba eso de viajar y empezar a hablar y hablar, como una cosa medio soberbia. Yo no hablo, prefiero callarme. Entonces, al no contarlo es como que lo llevo adentro y si lo voy a buscar, está.
Vos durante el viaje tomás notas.
Yo escribí durante el curso [de meditación vipassana]. Te recomiendan que no lo hagas, pero yo escribí algunas cosas.
Para mí ese primer viaje está lleno de recuerdos emocionales. Y es el momento en el cual empiezo a apropiarme de lo que va decantando en el viaje. Ahí realmente pude ver cómo había sido mi vida, y comencé a replantearme cosas. Fue como recuperar la inocencia y reencontrarme con el chiquilín de antes del básquet. Yo tenía 36 y había pasado por una carrera profesional agitada, estuve en cana, me divorcié, un montón de cosas.
Mientras estabas jugando al básquet, ¿había algo en vos que ya sentías que había que ajustar o que no andaba bien?
Yo tuve un momento de mi vida, a los 30 años, en que se me despertaron ataques de pánico. Aparecieron, se instalaron, y me di cuenta de que se venían construyendo desde hacía tiempo. Yo estaba haciendo terapia, y ahí me empiezo a dar cuenta de algo.
“Yo crecí con dos formas de héroes: Héctor y Aquiles”.
Mi sentir con respecto a la vida tenía que ver con lo siguiente: ¿viste que hay libros o historias que marcan a la gente? A mí, si hubo un libro que me matrizó, fue La Ilíada. La primera vez que lo tuve fue un regalo de mi abuelo materno, Rodolfo, Papalolo. Era un libro muy grande de tapas duras, con dibujos enormes y muy poco texto que relataba la historia de La Ilíada. Después, cuando tenía 12, mi hermana lo estaba estudiando en el liceo, se lo rapiñé y me lo puse a leer.
Y así yo crecí con dos formas de héroes: Héctor, el defensor de su hogar, el buen hijo, el mejor marido, el líder dispuesto a hacer todo por defender a los suyos, incluso a dar la vida, pero cuando se va a enfrentar a Aquiles sabe que va a morir. Y el otro es Aquiles, que sabía que su vida iba a ser corta, y gloriosa por la eternidad.
Cuando jugué en Italia tuve un entrenador montenegrino (yugoslavo en aquel momento). Me animo a decir que es el mejor entrenador en cuanto a potenciar jugadores jóvenes que tuvo Europa en los últimos 40 años. Su nombre: Bogdan Tanjević. Le decíamos Boscia. Antes de que [Emir] Kusturica hiciera sus películas, él era un gitano de Kusturica.
Daba la charla fumando y con un vaso de whisky en la mano. Un día entró al vestuario, antes del partido, y cuando terminó de darnos las indicaciones dijo “Darei un giorno, due giorni, una settimana, un mese di vita per vincere questa partita” (“Daría un día, dos días, una semana, un mes de vida por ganar este partido”). Yo le creí, se lo creo hasta el día de hoy. Y cuando él dijo eso, pensé “es lo que yo hago”. ¿A mí qué me importa hasta cuándo voy a vivir? Yo lo que quiero es ganar el partido de hoy. Y cuando se me despiertan los ataques de pánico, dije “ta, me tocó. Esto es lo mío. ¿Qué hago ahora? Yo sigo derecho para adelante, que me lleve puesto”.
Así que jugaste con ataques de pánico.
Medicado hasta las patas. A tal punto que un día me hacen un control antidoping. Llego, saludo, y le digo “bueno, anotá: haloperidol, clonazepam, dos miligramos de lexotan...”. “Dale, Tato, en serio”, me decían. “Seguí anotando”, le contesté. Era una batería que no podía ser. El único lugar donde no paniqueaba era en la cancha. Me acuerdo de que al principio de eso pensaba “ta, me voy en esta. Y bueno, si me voy en esta no pasa nada”. Pero con el tiempo me dije “no, loco, no puede ser, yo no me voy a morir así”. Y ahí empecé a estructurar mi retiro, seguí jugando igual, sin tanta presión, y ordené mi vida afuera de la cancha.
En el medio de las jornadas de meditación vipassana hablás de emociones, pensamientos, recuerdos, imágenes en tu cabeza, y de un control mental al que estabas acostumbrado, que en ese momento te juega en contra, ya que intentás que todo fluya.
Claro. La idea es dejarlos pasar, que no te invadan, que se vayan, que sigan para que vos puedas calmar, silenciar tu mente para que se vuelva más atenta, y para estar más alerta a lo que está dentro tuyo. ¿Qué es lo que te está pasando, qué estás sintiendo?
En el básquet yo trabajaba anticipando situaciones y ahora no, acá lo que me están pidiendo es que no anticipe nada, que no genere ninguna expectativa, que simplemente observe y que no reaccione a ninguna observación, a nada de lo que suceda.
¿Tenés pensado volver a vincularte al mundo del básquet uruguayo desde algún lugar?
No, no lo veo por ningún lado. Pero me siento a ver básquetbol todo el tiempo de forma compulsiva, y además sigo entrenadores, nuevas estrategias, y estoy al día con la evolución del básquet en todas sus vertientes.
¿Viste The Last Dance (documental sobre Michael Jordan y su última temporada con los Bulls)?
Sí, la vi, y cuidando mucho que este producto televisivo, esta edición de los Chicago Bulls, que en realidad es la historia de Jordan, no me cambiara los recuerdos que yo tengo de él en esa época.
¿Cuál es tu interpretación de lo que quiere transmitir en cuanto a su legado y su forma de encarar el deporte?
Para mí Jordan no es el más grande de todos los tiempos. Es un top dos o top tres que le dio a la NBA un impulso inimaginable, y fue el artífice de un equipo que era intergaláctico. Los Chicago Bulls no eran del planeta Tierra. No le discuto su forma de liderazgo porque creo que no es motivo de discusión, sino motivo de estudio.
Y estoy muy alineado con lo que declara Steve Kerr cuando dice “todo esto que está pasando acá [el documental], y todo lo que pasó en su momento, es por él. Y de hecho este producto se armó por y para él”.
En las grabaciones hay algo que queda muy evidente y está bueno reflexionar sobre eso: sus ojos ensangrentados, todo el tiempo, ese vaso al lado, y la incontinencia de hablar de ciertas cosas que un chiquilín de 16 años ya sabe que no se hablan.
¿Y quién fue el mejor?
Kareem [Abdul Jabbar]. Y el segundo, Tim Duncan. Llegó y salió campeón, y 14 años después volvió a salir campeón. A Michael le llevó ocho años.