En una fría mañana de invierno recibió a Garra en Biguá, su “segunda escuela”. Llegó en 1996 para aprender a nadar, también hizo fútbol, tenis y taekwondo. Hasta que lo sedujo la pelota naranja y arrancó la escalerita perfecta desde la escuelita al primer equipo. Santiago Vidal volvió del exterior para levantar la copa de campeón en la Liga Uruguaya, pero también para acercar la grieta que existe en la institución de Villa Biarritz entre el básquetbol y el club social.

¿Qué es ser referente?

Para ser referente necesitás un recorrido, tener talento y saber jugar. Es la verdad. Es muy difícil llegar sólo con la palabra si no lo respaldás con nivel deportivo. Tenés que saber cómo funciona el club; acá hay 10.000 socios. Va desde pelearte por una cancha para entrenar, de qué forma pedirlo, a quién, ver los momentos. Sé cómo llevarlo, por eso me tocó ocupar ese lugar y mostrarle al colectivo el camino hacia donde teníamos que ir.

¿Qué aprendiste en su momento y qué les trasladás a los jóvenes?

Fui parte de una generación muy buena, formados en el club con una idea de juego instalada; teníamos potencial, pero no sabíamos qué nivel íbamos a alcanzar. Nos marcó la llegada del Oso [Martín Osimani], Leandro [García Morales] y el Che Néstor García. Cabezas diferentes. El legado que nos dejaron fue el de ganar. Es mi mayor agradecimiento hacia ellos. Está todo bien con que vos vengas a las ocho de la mañana, te prepares y seas profesional, pero hay que ganar. No da lo mismo. En ese momento metimos muchos partidos seguidos, creo que es récord, y el día que perdimos dolió un montón. Era un velorio. No fue que no pasaba nada porque el equipo igual estaba bien. Eso trato de trasladarles a los más jóvenes. Salir campeón te lo da y a Hernán Álvarez, Martín Rojas o Mauricio Arregui les va a quedar. A mí el espíritu ganador me permitió seguir la carrera que voy haciendo.

¿Trabajás desde la pedagogía para transmitir conceptos?

Hay cosas naturales y otras que aprendés con el tiempo. En mi caso es más natural, aunque el recorrido te va dando otras armas para llegar a tus compañeros. Hay jugadores a los que les hablás de salir campeón y los ponés nerviosos o lo ven como algo hazañoso, distante e inalcanzable. Hay que ayudar a naturalizarlo. Fuimos armando una estructura y dando pasos hasta tener mentalidad ganadora. Sin excusas en la adversidad. Hay manejo, gestión y liderazgo para lograrlo.

Los proyectos deportivos generalmente son con entrenadores como referentes, el de Biguá te tenía a vos, ¿por qué?

El club venía de muchas temporadas pobres a nivel de resultados deportivos. Mi llegada se dio antes que la del entrenador y quizás fue por eso, aunque creo que viene por otro lado. Yo salí de Biguá y jugué muchos años en la institución. Lidero la parte que me toca, no estoy haciendo nada extra ni quiero dar ese paso porque sé cómo funciona. Estoy para ayudar a los jugadores, al staff o lo que sea, pero no puedo pasar el límite de jugar. Es muy complicado, un arma de doble filo. No es deslindarme de responsabilidades, pero tengo que saber hasta dónde puedo ir. Terminás enfocado en cosas que te alejan de lo bueno o malo que sos dentro de la cancha, desgasta. Sí, estoy intentando acercar la parte del básquetbol al club social, veo que ese tema está lejos. Sé por dónde venía lo de ponerme a mí como líder del proyecto, lo entiendo, pero debo ser inteligente para ver qué se está buscando y qué tengo que hacer.

Esos límites los pusiste vos...

Cien por ciento. A mí los directivos me vieron nacer, crecer, fueron a mi casamiento, me acompañaron en muchos momentos buenos y malos. Pero esto es un trabajo y cada uno cumple su rol. Cuando mezclás las cosas, salen mal. Por querer ayudar desde el buen lugar, puedo dar opiniones que se malinterpreten y eso hay que evitarlo.

¿Cómo está ese acercamiento básquetbol-club social?

Muy lejos. Más allá de la crisis económica y otros factores, el club vivió un momento muy complicado, porque en el básquetbol se invirtió mucha plata y no fue sustentable con el tiempo. Yo estaba adentro y lo viví. Ahí se empezó a generar una grieta con el básquetbol como demonio que arrastró a la institución a la quiebra. Muchos socios se pusieron en contra de seguir con el deporte y lo entiendo. Aunque también digo que el básquet de Biguá, con la rica historia que tiene, no puede ser catalogado únicamente por la gestión de determinadas personas que tomaron malas decisiones o se equivocaron. Yo debo ser de los pocos que soy “club”, más allá de que para los de afuera soy “básquetbol”. Otros jugadores con más talento o recorrido que yo, como Osimani o García Morales, son del básquet. Conozco mucho al personal, hablo con la gente que viene a hacer deporte, esa parte social me caracteriza más. No necesito entrar a la cancha para sentir que estoy cómodo acá adentro. Entonces, como te dije antes, entendía por dónde venía eso de colocarme a mí como referente del proyecto. Leo entre líneas. Hay un tire y afloje constante. Va a llevar mucho tiempo acercar las partes y construir juntos.

“Está todo bien con que vos vengas a las ocho de la mañana, te prepares y seas profesional, pero hay que ganar”.

¿Cómo se vivió la liga en pandemia?

Fue inédito, durísimo para la cabeza, muy desgastante por la incertidumbre. Te levantabas y no sabías si se jugaba, si tenías que ir a hacerte el test o meterte una semana en cuarentena. En playoffs yo sentía que el equipo estaba muy bien y en el inconsciente tenía claro que un positivo nos dejaba afuera. Éramos muchos y tuvimos que cortar a los juveniles que estaban entrenando con nosotros para disminuir la posibilidad de que alguien trajera el virus al equipo. Eso afectó anímicamente al grupo. Un dolor de cabeza o un resfrío te ponía en alerta. Fueron reglas parejas para todos y muchos equipos pasamos por lo mismo.

¿Por qué fue campeón Biguá?

Llegamos a la definición en el mejor momento del equipo, a tope. Jugamos muy bien a un básquetbol moderno, teníamos los roles claros, fuimos un equipo muy dinámico, con mucho tiro de tres puntos y con una tripleta de extranjeros impresionante, con un nivel altísimo. Combinamos todas esas cosas en un torneo corto y raro.

¿Cómo lograron establecer los roles en el equipo?

Los entrenadores apuntan a ser copilotos y, si bien preparan la forma de jugar, son detallistas en aspectos fundamentales. Ahí el mérito es de Hernán Laginestra. Nos hizo entender que teníamos que resignar parte del ego y talento de cada uno para que el colectivo mejorara. Sé que Iván Loriente puede penetrar y hacer una bandeja de mano derecha, o que Diego Pena García sabe jugar un poste bajo con ventaja física contra su defensor. Pero lo tenían prohibido. Teníamos roles definidos y sabíamos qué hacer en cada situación de juego. Cuando ajustás eso, el equipo da un paso adelante enorme. Más allá de gustarte o no nuestro juego, nos fusionamos como engranajes de una máquina que funcionaba perfecto. Es algo que se da muy natural en el exterior, en Uruguay nunca lo había visto. Fue buenísimo, Hernán nos dio el salto de calidad asignando esas responsabilidades.

Foto del artículo 'Pepo Vidal: un base sin grietas'

Foto: Federico Gutiérrez

¿Alguna vez te tocó jugar con extranjeros tan influyentes?

Entiendo que todos hablen de Sims. Me encanta porque es mi amigo, vino a Biguá porque lo traje yo. Jugué 73 partidos con él, conozco a la mujer, a la nena, sé la clase de jugador y de persona que es. Lo demostró. A Hatila todos lo tenemos por sus años en la Liga Uruguaya. Siempre le fue bien, en las finales fue exuberante. Pero el mejor del equipo era Victor Rudd, el más completo: podía jugar en las cinco posiciones. Si vos llevás este mismo plantel a Argentina, a alguno no le va a dar y otros no van a poder ser tan determinantes. Te vas a España y probablemente haya menos jugadores que logren estar a la altura. Podés seguir subiendo y el único que se va a poder sostener en cualquier nivel es Rudd, los demás tenemos un tope físico y de calidad. A Victor lo ponés hoy en el Real Madrid y juega. Tiene talento natural, es muy completo, inteligente y ganador. Está en plenitud, con 29 años. Fue rarísimo encontrarlo acá.

Si basquetbolísticamente todo funcionó tan bien, ¿por qué no sigue Laginestra?

Hay un abanico de actores en esto. Los jefes son los directivos. Ellos contrataron un entrenador con una hoja de ruta y diferentes objetivos. El deportivo para mí es el más importante, pero no es el único. También había objetivos institucionales de desarrollar jugadores o cómo presentar un equipo, conducta, relacionamiento de las partes humanas, educación, convivencia. En plena competencia, todos queríamos llegar al final de la mejor manera. No fue fácil unir a las partes, fue desgastante, pero los que empezamos teníamos que terminar juntos. Al final hacés un balance. Lo deportivo fue bueno, salimos campeones, también hubo mucho mérito de los jugadores. Evidentemente a los directivos hubo muchas cosas de esa hoja de ruta que no les cuadraron. No les convenció y la decisión fue bastante rápida. En otras épocas Marcelo Signorelli y el Che García salieron campeones y también se tuvieron que ir...

Quedó marcada una jugada en que cambiaste el fallo de un juez reconociendo que se te fue la pelota, ¿por qué lo hiciste?

Crecí en Uruguay y me crie pensando que había pequeñas vivezas que te daban la ventaja. En otros lugares, con inteligencia y apertura mental para leer determinadas situaciones, te das cuenta de que no pasan. Y los de afuera ganan y mejoran. A nosotros nos lleva un tiempo procesarlo, porque intentás sacar esas ventajitas en el extranjero y te perjudica, te muestran que no es el camino, te sancionan, te condenan, no ganás. La jugada famosa del partido contra Capitol tiene un contexto. Fue en la primera fecha, el juez no la vio, yo le pegué una patada a la pelota, era notorio que sacaban ellos y nos dieron la bola a nosotros. En el momento me salió natural. Ese fallo no iba a condicionar el partido, pero el árbitro estaba entrando en un error que lo podía marcar para el resto de la noche. Es ayudar al trabajo del otro en una incidencia clara que no resistía mucho análisis. Desde ese lugar, si todos hacemos un poquitito más, las cosas van a caminar bastante mejor.

¿Qué sentiste al ver a Uruguay en el Preolímpico?

El equipo estuvo a un nivel extraordinario. No esperaba estar tan a la altura. Me imaginé que en algún momento nos iban a quebrar. No me sorprende el nivel de competitividad y de dar la cara porque estuve en la selección muchas veces, sé la clase de competidores que hay. En inferioridad de condiciones siempre damos algo más. Lo de Jayson [Granger] fue descomunal, y creo que ese rendimiento personal sostuvo a Uruguay en el tiempo. Me hubiese encantado estar, aunque terminó pasando que con la lesión del tobillo no hubiera podido. Estuve apoyándolos, deseando suerte, hablando con ellos, corrigiendo detalles de algún pick and roll mal jugado y súper contento por la imagen que mostraron.