“Humo de marihuana sale por la ventana”. La frase podría perderse en el aire, como una más de las tantas de las canciones de cumbia que sonarán este verano en boliches y playas. Sin embargo, cuando quien la canta es una niña que no supera los cuatro años, la indiferencia de sus oyentes se esfuma y avanza atenta la curiosidad. “¿Qué sabe ella sobre esa práctica?”, se pregunta Camilo Rodríguez, investigador y docente de Juego y Recreación en el Instituto Superior de Educación Física (ISEF), al escucharla en un video filmado en el marco de un proyecto universitario. La respuesta es simple: nada. Sólo está jugando.

En el juego hay “estructuras vinculadas al contexto cultural con el cual se están relacionando las personas en determinado momento histórico, que desconectan el rito del mito”, explica. Al cantar sobre fumar marihuana, la niña “reproduce una estructura vacía de sentido”, imita lo que observa en el mundo adulto pero desconoce “el sentido utilitario” de la acción. Lo mismo sucede cuando otros niños copian los gestos de sus padres barriendo o cocinando. Repiten lo que vieron y, al hacerlo, “incorporan elementos nuevos con esa creación”. Por lo tanto, jugar es una instancia de “producción cultural”.

Aunque en el imaginario popular suelen ir de la mano, varios investigadores han establecido una serie de diferencias entre el juego y el deporte. Sobre ellas dialogó el investigador con la diaria.

¿Cómo surge la comparación entre juego y deporte?

Es súper interesante. En relación al origen, a cuando empieza a darse la problematización entre juego y deporte, la referencia que tengo más clara es la de [el historiador] Johan Huizinga, en 1938. Él fue uno de los primeros en pensar el juego desde una perspectiva cultural. El juego venía siendo pensado desde la perspectiva biológica, sobre todo desde los postulados evolucionistas y en relación al concepto de instinto. También como algo que nos emparentaba con los animales. Todas las explicaciones para pensar por qué jugábamos provenían del mundo de la biología. Jugamos para descargar energía, jugamos porque está en nuestra herencia biológica, una cuestión relacionada a eso.

Lo que sucede con Huizinga es que hace un corrimiento importante, con una tesis en la que problematiza y pone al juego como generador de cultura, y lo piensa desde la perspectiva cultural. Coloca un elemento que no es menor, que es esta idea de que no se juega por necesidad. Entonces, al no jugarse por necesidad, rompe con todas las lógicas de la biología.

En 1938, Huizinga va a decir que la gente ya no juega, porque está viendo el fenómeno de la deportivización, ve que a nivel internacional hay una lógica de los deportes en auge. La de 1930 es una década en la que los deportes se articulan fuertemente a la disputa nacional. Es interesante cómo en Uruguay se genera el primer mundial de fútbol entre naciones, en un contexto en el que la disputa nacional era sumamente fuerte y el deporte iba a ser utilizado, por primera vez, para mostrar fuerza y músculo del Estado. En 1938, Huizinga señala que las lógicas de los deportes profesionales y la profesionalización, el desplazamiento del jugador al profesional, se empieza a ver en diferentes ámbitos culturales, y en ese contexto, lo que va a decir es que ya no se juega. Estamos más relacionados a la imagen, a la figura del profesional del juego, que tiene que ver con una tarea, una labor, un ejercicio que se hace.

¿Eso es la deportivización del juego?

Eso sería la deportivización, el rol de estar en una tarea de la que no podés entrar y salir cuando querés. En el caso de los profesionales pagos, ni hablar. Pero también en el caso de profesionales amateur, que tienen compromiso y responsabilidades que no son el simple hecho de sostener la tensión del juego ni el juego en sí mismo, sino el campeonato y lo que está más allá. Ahí también hay un elemento para pensar el juego: el juego comienza y termina ahí. Es una práctica que tiene su fin en sí mismo y que no tiene un fin posterior. No hay una búsqueda o un más allá. En las prácticas deportivas, por lo general, las que son institucionalizadas, están metidas dentro de torneos, campeonatos, siempre hay un más allá. No arranca y termina acá. Por allí se pueden pensar algunas de sus diferencias. Si me apurás, el primer registro que hay de esa discusión, y que se coloca como una problemática social, es en el auge de los estados-nación mostrando músculo, en los Juegos Olímpicos en la Alemania nazi en 1936, o en 1942 en la Italia fascista. Se está mostrando un músculo y en ese marco se están generando estas lógicas de los deportes y la racionalización de esas prácticas, con los sentidos muy relacionados a lo bélico y a lo industrial, que empiezan a atravesar a todas las prácticas.

Históricamente el deporte ha operado con esto de afirmar identidades que incluso operan muy en el orden de lo autoritario.

¿Dirías que el sentido bélico se mantiene hasta hoy?

Sí. Creo que en algún punto esas lógicas chauvinistas de exacerbar el ganar exclusivamente vinculado a lo deportivo han sido pensadas y discutidas, y se han generado procesos en ese sentido. Aun así, las lógicas del deporte en torno a la agresión siguen súper vigentes. Son prácticas en las que el enfrentamiento entre sujetos se hace muy presente y quizás la prueba de eso está relacionada, por lo menos, con dos hechos. Lo último, lo que fue la fiesta de la Libertadores, organizada, dirigida y movida desde afuera por el aparato policíaco. Yo vivo cerca del estadio Centenario y fui a las inmediaciones de la cancha y los ritmos de movimiento de las fiestas de afuera estuvieron dados por el orden policial, porque hay una tensión bélica fuerte entre tribunas. También la agresión entre cuadros se puede ver en los dirigentes yendo a Fiscalía a pedir disculpas porque había habido cuestiones denigrantes hacia los otros. Ahí lo que uno puede ver es que históricamente el deporte ha operado con esto de afirmar identidades que incluso operan muy en el orden de lo autoritario y, si se quiere, totalitario, en esto de “nosotros no nos podemos vincular con los otros y nosotros somos esto, no somos ellos y ellas”. Entiendo que eso sigue súper presente.

¿Es posible deconstruirlo?

Ha habido muchos intentos. Por ejemplo, en la década de 1930 en Uruguay, los sindicatos organizaron una liga de fútbol aparte de la que había en su época. Después construyeron la Liga Roja, que estuvo muy vinculada a lo que fue el internacionalismo comunista. Por ejemplo, recibía a los equipos y hacía otro tipo de ritual, que no tenía que ver sólo con el enfrentamiento y el colocar al otro en el lugar del último enemigo. Una idea que trae [la doctora en Filosofía] Graciela Scheines plantea que la lógica del rival [del latín: rivus = río] está vinculada a la ribera y a compartir el mismo río: los rivales eran los que compartían el mismo río, los dos tomaban el agua de la misma fuente. Allí hay ideas interesantes, por lo menos para pensar la competencia. Hubo intentos y hay, sin duda, montones de docentes que construyen otras posibilidades en relación a cómo vivenciar el deporte y cómo relacionarse con los otros y las otras. Pero también es cierto que el deporte sigue estando inmerso en lógicas comerciales, relacionadas a ciertos núcleos de poder, y es muy difícil pensar en cómo generar algo distinto. En la década de 1930 quisieron generar algo distinto. A mí me hace gracia [la postura del dirigente socialista Emilio] Frugoni cuando, al llegar los campeones del 50, se opuso en el Parlamento a que se les hiciera un homenaje. Era una locura en el 50 pedir que no se les hiciera un homenaje a los que habían ganado el Maracaná, porque lo que se estaba exaltando era el chauvinismo nacional. Sin duda, hay gente que piensa en la potencia del deporte como una práctica cultural que existe y la posibilidad de que otras y otros la conozcan y se acerquen a ella no desde una lógica del rendimiento sino de conocerla, y que después cada uno haga lo que quiera con eso, a diferencia de pensar el deporte como en la escuela y en los ámbitos educativos, ya dentro de las lógicas del rendimiento.

El deporte como fenómeno cultural nos afecta y lo tenemos presente en todos lados.

¿En los ámbitos educativos sería mejor hablar de juego?

Lo que trae [el doctor en Ciencias Humanas y Sociales] Alexandre Fernández Vaz es súper interesante y es la posibilidad de no desconocer que es algo que nos afecta y que tiene un montón de potencialidades: la posibilidad de jugar, desarrollarse en una práctica y ver reconocida la excelencia o lograr superar obstáculos. A su vez, cómo eso se vincula con lo grupal y cómo en lo grupal, a pesar de las diferencias entre cada una y cada uno, es posible sostener algo de lo colectivo. El deporte como fenómeno cultural nos afecta y lo tenemos presente en todos lados. Los días que hay partidos de las selecciones nacionales, sobre todo vinculado al fútbol y a lo masculino, el país parece paralizarse. Esto está afectando. Es importante hacer un tratamiento de esto y también pensarlo en términos de la posibilidad de que otros conozcan la práctica y puedan vincularse con ella. Me resulta potente pensar el deporte como un contenido a ser enseñado desde las diferentes aristas desde las que se lo puede mirar. No sólo desde la táctica, la técnica, la estrategia, sino también pensarlo desde las cosas que se han puesto en juego en torno a un mundial. Por ejemplo, tomar la Argentina de 1978 y ver qué pasó allí. Particularmente, mi perspectiva es que el deporte se vincula con prácticas hegemónicas y muchas veces es difícil escapar de las lógicas del deporte profesional y construir algo diferente.

El otro día, cuando estábamos haciendo una práctica docente comunitaria del ISEF en una cancha que se armó en el barrio Mauá, en el Prado, un niño me decía: “¿Por qué no hacemos calentamiento? Antes de empezar a jugar hay que hacer calentamiento, eso de los golpecitos con los pies”. Eso, que es mínimo, ver el entrenamiento antes de entrar a un partido profesional, opera. Uno lo ve con las niñas y los niños en las canchas de baby fútbol, pero uno va a jugar al fútbol a la Liga Montevideo y eso está operando fuertemente: lo que tiene que pasar, las propuestas al juez, el insulto con los otros, las formas de relacionarse de las personas dentro de la cancha. Eso está operando. Entonces, es difícil escaparle y es el discurso hegemónico.

¿Qué le puede aportar el juego al deporte?

La variabilidad de estructuras. Construir los modos de jugar, que no están vinculados a un resultado sino al proceso. Esto, que aparece relacionado con la selección, es un concepto interesante y en el juego es un elemento central. Lo que importa es mantener la tensión y que durante el tiempo que dura haya un disfrute de la incertidumbre, que sea algo festivo. El resultado forma parte, pero en algún punto se puede pensar que no es lo medular. Entonces, una de las cosas que posibilita es construir ese modo de estar en el juego, que los juegos, a diferencia de los deportes, no son exclusivamente agonísticos. Y ese también es un tema, hay diversas categorías para pensar el juego: juegos de azar, juegos de hacer como si, de ponerse en personaje, juegos de vértigo, los juegos cooperativos que emergieron como una disputa a la hegemonía de los deportivos. Hay diferentes posibilidades de transitarlos. Es súper interesante cómo otras lógicas de juego posibilitan otras formas de vincularse entre los niños y las niñas en las clases.

Hablás de niños y niñas, ¿qué pasa con los adultos?

Se da un poco lo mismo. En el instituto doy clases a personas mayores de 18 años y este año me pasó de tener que generar algunas reflexiones extra sobre la implicancia de estar jugando. Era una instancia de meterse en un personaje y terminó siendo un juego competitivo, de llevarlo todo a las lógicas de la competencia. A su vez, estas lógicas de la competencia complicadas, en las que a los hombres, por el vínculo histórico que hemos tenido con la práctica y también por cómo hemos sido formados, las lógicas de la competencia muchas veces no nos permiten ver lo colectivo ni cómo nos estamos vinculando con los otros y qué les está pasando en relación a lo que estamos haciendo. Esta cosa de “me importo yo, ganar yo, lo que quiero hacer yo”. La fuerza, ir para adelante y la bravura. ¿Qué pasa con lo que sos con las otras y los otros? Es un tema. Creo que a los adultos se nos da también eso y estamos afectados de la misma manera. Evidentemente, en algunos casos tenemos otras herramientas para pensarlo y es interesante seguir generando líneas de reflexión, pero eso está operando.