María Eugenia Cruces, capitana de Las Teras, es junto a Cecilia Verocai la primera jugadora uruguaya de rugby en firmar un contrato profesional. Lo hizo con el Calvisano de Italia, y la próxima semana viajará a Europa para aventurarse en este nuevo desafío. “La rubia”, tal como le dicen sus compañeras de equipo, tiene 28 años y comenzó a practicar rugby cuando tenía 19, un año después de haber iniciado sus estudios en la Facultad de Ciencias.
Desde niña disfrutaba de la gimnasia y del boxeo, y se animaba a practicar handball, atletismo y fútbol, hasta que ancló en una de las disciplinas más masculinizadas de todos los tiempos. Por tratarse de un deporte de “evasión y contacto”, la participación femenina en esta actividad siempre se miraba con suspicacia, pero para Maru, como le dicen sus amigos y familia, nunca fue un problema.
El nido de Las Teras
Aunque en las gradas del estadio Charrúa haya solamente fotos de Los Teros, también es la sede de Las Teras. Allí, entre jugadores de fútbol que disputan un partido amistoso, nos encontramos con María Eugenia Cruces. A unos metros de distancia, ya se puede apreciar su simpatía: me invita a pasar al gimnasio como si fuera su propia casa, y al atravesar la segunda puerta confirmo que siente al recinto ubicado en el parque Rivera como propio.
Su vínculo con el rugby llegó por invitación de una amiga. “Este deporte es para vos, tenés que probar”, escuchó la mujer de 19 años de edad cuando estaba en busca de una actividad deportiva para entrenarse, tras haber practicado tantos otros deportes. “Me gustaban todos los deportes, pero iba cambiando”, sostiene. Hasta que llegó uno en el que se quedó para siempre.
En 2013 se formó el equipo de mujeres del Círculo de Tenis de Montevideo, y a los pocos meses Maru recibió esa invitación a participar, sin imaginar que se trataba del principio de una carrera deportiva con la que forjaría su propia identidad.
Aquella amiga no hubiera sido capaz de imaginarse que estaba contribuyendo a formar a la capitana de Las Teras, y mucho menos que era responsable de poner la semilla para el primer pase al exterior de una rugbier uruguaya, nueve años después.
En la vida la atracción juega un rol fundamental. El deporte no está exento. El rugby y María Eugenia se atrajeron. Lo que a ella más le gustó de él fue la diversidad necesaria para conformar el equipo: “es lo que más importa”. “Hay jugadoras con distintas características y todas tienen para aportar. Fue el primer deporte en el que sentí que el equipo es lo que más importa. No está la posibilidad de que una estrella te salve el partido, porque otra puede errar un tacle y terminás perdiendo”.
En ese contexto de juego, en el que se le da mucha importancia a que las diferencias aporten y a construir desde las fortalezas de cada integrante, la armadora aprendió mucho sobre compromiso. Al principio le sorprendió que cuando una compañera faltaba a la práctica avisara. Ahora entiende que es algo esencial. “Yo no era de faltar a las prácticas de los deportes que hacía, pero si sucedía no se me ocurría avisar. Luego se tornó un hábito y ahora me parece lo más normal del mundo; lo entiendo y tiene mucho sentido”, cuenta.
Retribución
“Minuciosa” y “detallista” son adjetivos que encajan perfecto para definir la forma de jugar de Maru. El tiempo la fue moldeando hasta que se consolidó como 10 de apertura. Juega en la mitad de la cancha: “Desde el principio tuve cierta facilidad para ver el juego, detectar dónde estaban los espacios, tomar decisiones y tratar de jugar la pelota. No tengo tanto esa característica de agarrar la pelota y mandarme, sino más bien soy de hacer que se juegue”, explica.
Los mismos calificativos definen a la María Eugenia investigadora, porque detrás de la jugadora –o viceversa– hay una mujer de ciencia. Comenzó la Licenciatura en Bioquímica al finalizar el liceo y cuatro años después la finalizó. Además, se formó como técnica experimentadora en la Comisión Honoraria de Experimentación Animal, donde se certificó en la categoría A como cuidadora. Trabajó como becaria en la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, en proyectos de investigación y desarrollo y en estudios preclínicos de toxicidad de futuros fármacos. También fue docente de Ciencias Físicas.
Actualmente termina una maestría en biología celular y molecular y forma parte del Institut Pasteur. En 2020 fue parte del equipo de científicos voluntarios que les hicieron frente a los diagnósticos de coronavirus en los laboratorios de hospitales públicos.
Sobre tener que dejar de lado su perfil científico para dedicarse 100% al deporte, considera que la oferta llega en un momento increíble. “Estaba terminando la maestría, decidí tomarme enero para terminar la tesis y pensar cómo quería seguir y me llegó esta oportunidad, entonces puedo pausarlo sin problema”.
“Me costó creer que se estaba dando porque lo sentía como algo irreal. Es un sueño para mí verlo tan cerca y rápido, en un momento ideal, en el que no tenía que pensar en que dejaba algo por la mitad o cómo hacer”, cuenta.
Cree también que siempre tendrá un lugar como investigadora. “Se me hizo más fácil porque sé que si quiero volver no voy a tener problema. Tuve la oportunidad de conocer a un montón de gente en el instituto que me acompaña también en esto”, expresa.
Otro de sus miedos radicaba en el cambio en la modalidad, porque en Uruguay se practica la modalidad de siete jugadoras –rugby seven– y ahora pasará a jugar en la de 15 –rugby XV–. “Eso es un desafío. Me dio dudas y miedo, pero consulté con entrenadores y me dieron para adelante, me dijeron que me iba a adaptar fácil”, cuenta.
“Seguir aunque parezca que no”
Seguimos conversando sobre el piso del gimnasio del Charrúa, con algunas voces de fondo que llegan desde los vestuarios donde otras mujeres se preparan para irse tras los entrenamientos de fútbol. La charla es muy agradable: otra de las cualidades que caracterizan a la jugadora es la comunicación, por lo que el año pasado fue invitada a participar en algunas de las transmisiones del Campeonato Uruguayo de Clubes de ESPN.
El deporte le aportó “un montón de cosas para la vida, por el tiempo y la gente”, como “eso de que te caés y te tenés que levantar enseguida”. “Capaz que tuviste un golpe y te dolió, o hiciste un buen tackle y caíste muerta, pero tenés que levantarte y seguir, y cuando creés que no podés más, podés un poco más”, explica.
Eso pasa “no sólo en los partidos, sino en los campeonatos”. Desde que se formó el equipo de mujeres del Círculo de Tenis, siempre se topaba con el campeón Vaimaca y ganarle era una utopía. “No había manera; cuando recién empezamos sabíamos que no iba a ser nada fácil, pero a medida que nos fuimos acercando a su nivel, sentíamos que se estaba por dar. Pero pasaban los años, trabajábamos en todos los aspectos que creíamos necesarios para ganarles y no podíamos, no lo entendíamos”, recuerda con algo de indignación residual en su tono de voz.
“Yo pensaba que me iba a retirar y no iba a poder, pero mis compañeras nunca me dejaron bajar los brazos, hasta que el año pasado salimos campeonas invictas”, agrega. “Haber salido campeonas fue increíble, porque fue un trabajo de mucho tiempo. Para mí significó que toda la gente y el aprendizaje tuvieron sentido, me di cuenta de que en todo ese proceso gané mucho más que el título de campeona”.
Con la selección vivió algo similar, porque la evolución se dio de forma muy lenta y progresiva, hasta que el esfuerzo se transformó en resultados y Las Teras pasaron de conseguir el octavo puesto en el Sudamericano de 2019 a un cuarto puesto en el de 2020. “Eso se logró tras un sacrificio enorme; siempre entrenamos un montón y ese año por la pandemia tuvimos un montón de obstáculos, pero nunca dejamos de trabajar”, recuerda.
En muchas ocasiones de su carrera deportiva Cruces se vio obligada a no tirar la toalla, a pesar de querer hacerlo. Sobre todo por lo difícil que es practicar de manera profesional un deporte amateur, algo que hacen muchos deportistas, por más contradictorio que suene.
Su autoexigencia la hizo dudar en varias ocasiones: “Pensé en empezar a jugar como hobby, dejando la selección, por ejemplo, para sacarme esa mochila”, confiesa. Pero el hecho de haber seguido transformó el profesionalismo en realidad. La disciplina es la base del buen deportista y, sobre todo en los deportes amateur, muchos cosechan lo que siembran.
“A veces me canso porque es un sacrificio enorme”, dice, pero enseguida reflexiona: “esa palabra suena a sufrimiento y no es así, porque es lo que más me hace feliz”.
Lo merecido es deuda
Si bien la capitana de Las Teras no tenía referentes en el profesionalismo, solía visualizarse como tal. Dice que por entonces pensaba: “Cómo me gustaría dedicarme sólo a esto, llegar a ese momento del día en el que no necesite tomar tres cafés para ver si levanto”. Ahora esa utopía es su realidad.
El momento más deseado llegó. “Pienso en ir a disfrutarlo porque es una experiencia única, va a ser un sueño y hacemos mucho dentro de lo que podemos. A nivel de selección, por ejemplo, nos enfrentamos a jugadoras profesionales y hacemos mucho para acortar esa distancia, y muchas veces se hace cuesta arriba”.
La oportunidad surgió por intermedio de Cecilia Verocai, compañera de selección que juega en Argentina. Cuando averiguaba cómo hacer para jugar en Europa llegó a un contacto que le consultó por otras seleccionadas que tuvieran interés en ir a competir en Italia. Las dos figuras uruguayas no dudaron en presentarse y mostrar su currículum. Fueron aceptadas rápidamente y se les confirmó que viajarán en febrero para jugar en el mismo equipo. Así conocieron el club al que defenderán en 2022. El contrato incluye alojamiento (junto a Verocai), alimentación y transporte, además de un sueldo.
Dar el sí a la propuesta de compromiso que ese agente le planteó no fue difícil, aunque costó creer que era real. “Dudé porque jamás imaginé que podía suceder, y cuando me lo cuestioné mi familia fue la primera en incentivarme; mis padres y hermanas son mis referentes, me siguen desde siempre porque saben que es lo que más disfruto”.
El desafío es grande, porque las ligas europeas son mucho más extensas que la uruguaya. La de Italia está dividida en cuatro grupos, en los que juegan muchos equipos. Además, Calvisano tiene un buen nivel y actualmente está segundo en su serie. El desafío incluye adaptarse a un nuevo lugar e idioma. Cruces viajó a Europa, pero conocer Italia continuaba siendo una materia pendiente.
Cruces considera que la experiencia que le toca vivir suma para todo el deporte femenino uruguayo. Además, está convencida de que es el reflejo del trabajo que hizo la gente que siempre estuvo a su alrededor. “Yo logré cierto nivel de juego gracias a entrenadores, a los que me apoyan, y esto abre una puerta y esa es mi expectativa de tratar de disfrutar”.
A pesar de sus ganas de disfrutar, lo toma con gran compromiso porque representar al país supone una responsabilidad. “Daré lo máximo para que digan que las deportistas uruguayas estamos a nivel, que digan ‘podemos mirar para ahí, podemos ir a buscar’”. A las que vendrán les recomienda “que se animen a soñarlo y que lo persigan porque, aunque crean que es imposible, se puede dar, y hacer lo que aman puede resultar en grandes cosas”.
Lo que se viene es también un compromiso: “Va con mi personalidad, porque cuando tengo un desafío lo siento como una responsabilidad, pero me siento afortunada por todo lo que se me dio y ahora represento a quienes me formaron e hicieron que siga entrenando cuando ya estaba cansada, a mis compañeras que me acompañaron en cada práctica. Mi tarea ahora es hacer las cosas bien para que pongan el ojo para acá, generar contactos y aprender para aportar cuando vuelva”, dice mientras se dispone a hacerse unas fotos en las gradas del Charrúa, donde tantas veces su familia y amigos la alentaron a seguir, empujando los límites, con integridad, pasión, solidaridad, disciplina y respeto como principales herramientas.