Hay un espacio en el que el ser es un relato. Quiénes somos es una idea. A veces le llamamos a eso nuestra historia, y se la contamos a otros de las más diversas maneras. Hay una forma en la que nosotros nos percibimos, y eso tiene un peso sobre lo que hacemos. El deporte es un escenario donde las narrativas se construyen todo el tiempo, se hacen y se deshacen. E importan.

En actividades en las que la performance está enmarcada en momentos muy puntuales, los relatos de esas instancias están cargados de expectativa, de tensión, entreverados con el deseo inmenso de competir para triunfar.

Nicole termina la regata y agacha la cabeza. El cuarto puesto sabe a poco. La desazón de la joven Yarzón tiene nombre de libro. Ella es la que no consigue rendir como quisiera. Esa narrativa, cuenta Nicole, se la escribió una y otra vez a sí misma. “Lo hago bien en los entrenamientos, tengo los mejores registros, pero luego en las competencias no consigo mi mejor rendimiento”, cuenta al terminar esa participación en el single peso ligero. Se siente frustrada, sabe que no ganó, pero peor aún, sabe que no tuvo una participación a la altura de lo que ella puede conseguir.

Querer es poder, dicen. Discutible. Pero aun dando la idea por buena, la pregunta se impone: Si es fuerte la voluntad, ¿cuán poderosa será la duda? Cuando esta se instala, la confianza merma, la capacidad de producir desde el goce y el disfrute se ve amenazada y entonces Nicole se alinea en la partida de una regata cualquiera y experimenta una y otra vez, según cuenta ella misma, esa sensación de que hoy tampoco será posible triunfar.

Conversa tras el mal trago. No esconde los fantasmas que la persiguen. Comparte su frustración y en el diálogo busca alguna respuesta. Por más que intenta ser optimista, una vez más repasa experiencias. “A veces un día me pasa esto, me mentalizo para el día siguiente y vuelvo a darme contra la pared, y al día siguiente lo mismo”, dice anticipando lo que siente que podría pasarle al día siguiente. Pregunto: “¿Y si las paredes contra las que chocás no existen?”. “No lo había pensado; creo que me voy a quedar pensando en eso hoy”, dice Yarzón.

El remo es un deporte sin obstáculos, es un deporte de gestos poderosos, potentes, precisos, para un desempeño suave, armónico y veloz. Felipe Klüver describió su disfrute meses atrás en Galicia: “Sentir el agua correr por abajo [del bote] es algo increíble”. Sin embargo, la metáfora del obstáculo a superar se apodera del discurso del deporte. ¿Por qué pensar un obstáculo donde hay 2.000 metros de agua sin ninguno? Para Nicole, cada regata en Asunción es un obstáculo más a superar. Hasta que el martes se levanta con otra idea. “Me preparé en la línea de largada y pensé: no existen las paredes”, comenta. Y si no hay pared contra la que chocar, entonces no hay golpe posible, nada puede hacerle daño ese día. Será su gran momento. Una regata más de tantas, un desenlace que podía haber sido frustrante esta vez se convirtió en un momentazo de los Juegos Sudamericanos. Rema a la par con Tatiana Seijas, compañera que meses atrás consiguió ser una de las primeras mujeres uruguayas en acceder a una final en un Mundial, cuando lo hizo en la categoría sub 23.

Pasan los primeros metros, vienen adelante. Dejan atrás al bote de Chile, con Isidora Niemeyer, quinta en una Copa del Mundo. Pelean el primer lugar contra Argentina, pero terminan segundas. Nicole cruzó la línea de meta y se dejó caer hacia atrás. El gesto es de agotamiento, pero de satisfacción. Se vació en la pista. Con Seijas se convirtieron en las primeras uruguayas medallistas de plata en unos Juegos Sudamericanos. Hasta ahora, todas las mujeres medallistas habían sido de bronce. Yarzón dejó su Canadá natal y se mudó de país para perseguir un sueño que regata tras regata se le escapaba. Ese día no se le escapó. La medalla de plata ya reposa colgada en su cuello y hay en su abrazo con Tatiana alivio y emoción.

La historia de Nicole es una del par de decenas de historias que componen esta selección uruguaya de campeones. Hoy la cuento así, como la historia de la deportista que, en un momento determinante, decidió definir su experiencia de otra manera, cambiar su perspectiva y dejar de pegarse la cabeza contra los muros imaginarios. Lo logró.

En las historias que cuento, habitualmente no incluyo la mía, pero eso también puede cambiar de un día para otro. A la orilla del río, miro a Nicole y Tatiana cruzar la línea de meta. Lo que recuerdo es la emoción, porque desde el día anterior le deseé a Nicole su éxito. Esta vez, apreté el puño y festejé.

Facundo Castro, desde Asunción.