El fútbol como elemento de competición colectiva es un deporte que admite innumerables variables en el juego. Si bien aparentemente todo estriba en la alineación elegida y en la forma de juego apoyada en la táctica y la estrategia ensayadas para cada uno de los partidos, se sabe que, más allá de esas macrovariables, hay otras que son determinantes, por ejemplo, las que arrancan después del puntapié inicial. Ahí está la exposición de aciertos y fallas, la de los aceitados movimientos colectivos, las de la brillantez u opacidad de los desempeños individuales en esas dos horas del día, lo que a su vez tiene inúmeras subvariables en el individuo y en el colectivo, y ni hablar las acciones en las que se puntúa a través del gol, donde el sentido mayor de la contienda va cambiando de acuerdo a cómo está siendo el resultado del partido.
Desde que el 26 de octubre de 1863 en la Freemason’s Tavern de Londres, Ebenezer Morley y un grupo de personas decidieron que –como ya pasaba con el críquet– aquel juego debía tener reglas fijas y unificadas que se usaran en todos los campos de Londres y de las ciudades y universidades donde se jugara, nació el fútbol global, bastante parecido al que conocemos hoy. También, desde aquel día, existe por lo menos una decisión de alguien antes de que empiece el partido: elegir los 11 que juegan.
De ahí para adelante, y con notable desarrollo en el Río de la Plata, y en Uruguay particularmente, esas decisiones pasaron a ser un componente técnico del juego. Las estrategias se fueron afinando y de ahí las formas de juego de los equipos, de las ligas, de la sociedad futbolera que tomaba como coprotagonista secundario los usos y actos de los futbolistas que ya actuaban en competencias institucionalizadas.
En Uruguay, por ejemplo, muchos futbolistas, a imagen y semejanza de José Nasazzi, jugaban de back escoba, el nombre inicial del líbero, el que ideó El Terrible antes del cambio de la regla 11, cuando se necesitaban tres jugadores para quedar habilitado. Ahí ya había alguien que elegía quiénes jugaban, en qué lugares del campo lo hacían, y de qué forma lo hacían.
Las elecciones
El fútbol es de los futbolistas, sí, pero a esos 11 futbolistas que están en una cancha una mañana de Moirones o una noche de Doha los elige alguien que los encuadra y les sugiere establecerse de determinada manera en el campo, y que les otorga presuntas respuestas correctas ante problemas o inconvenientes que generará el rival.
159 años después de la reunión en la Freemason’s Tavern, el fútbol tiene un registro de competición de alta competencia que encuentra cada cuatro años a las 32 mejores selecciones de futbolistas del mundo para enfrentarse en un torneo en el que la élite futbolística encuentra a través de un formato de competencia reglado e imperfecto al mejor del mundo. Las decisiones, determinaciones y opiniones de los cuerpos técnicos trascienden notoriamente la exposición individual de los futbolistas durante las dos horas de un día de partido.
Diego Alonso llegó a ser el entrenador principal de Uruguay después de una controvertida acción de despido de Óscar Washington Tabárez, que durante 15 años había gestado un estado excepcional dentro del fútbol uruguayo para selecciones. A Tabárez no lo echaron ni por su forma de juego, ni por su promoción y elección de futbolistas, ni por los resultados. Mucho menos lo echaron por Diego Alonso, que nada tenía que ver y al que contrataron cuando el cargo estaba largamente acéfalo.
Alonso no es comparable con Tabárez, pero por una razón lógica elige una enorme mayoría de los mismos futbolistas que convocaba el Maestro. Alonso no tiene un discurso como el de Tabárez, porque son dos personas distintas, seguramente con una filosofía de vida también distinta, y porque además Alonso no es la secuencia de la dirección técnica de Tabárez.
Entonces, el entrenador actual, luego de una enorme gestión en los últimos cuatro partidos de los 16 de la eliminatoria, lanza el mensaje público de que Uruguay llega a Qatar a ser campeón del mundo, contrastando con el antecedente de una postura muy distante del Maestro en los tres mundiales anteriores, incapaz de tales manifestaciones.
El plantel, absolutamente preparado para pensar y actuar en una materia en la que son completamente idóneos, y la masa crítica representada por la afición futbolera toman el mensaje de una manera, mientras otros escuchan lo que quieren escuchar.
Ir de campeón
Uruguay ha tenido dos malas presentaciones en el Mundial. Totalmente aceptable en la competición de élite, en la que es esperable que la buena condición técnica colectiva e individual pueda superar y dejar abajo a sus oponentes, en un grupo de altísima paridad y buenos desarrollos técnicos y estratégicos, sin contar la excepcionalidad de la forma física; eso sucede.
El problema pasa a ser cuando se pone en cuestión la forma de dar la competencia y la elección de sus protagonistas, de la estrategia, y de cómo y con quiénes desarrollarla. Esta es una opinión contrafáctica y hasta atrevida, pero no parece que haya coincidencia con la aspiración natural de ser campeón del mundo y el formato de juego ‒y por tanto, de sus futbolistas jugando en esas condiciones‒ tomado y ejecutado para enfrentar a Corea y Portugal. Es de ahí de donde seguramente surgen las ideas y declaraciones con un marcado tono de disconformidad de Edinson Cavani y José María Giménez: en relación a la forma de juego sugerida y ejecutada.
Es muy fina la demarcación entre una decisión que modifica las mejores prestaciones individuales, pero intenta reforzar las colectivas, con otra que permite a los futbolistas sus mejores expresiones, las que les vemos en sus equipos, aunque aquí jueguen con otros compañeros y con otros planteos.
La otra cuestión, también alejada de la determinante posición de venir a ganar el Mundial, son los pocos espacios de riesgo que ha tomado el entrenador con sus determinaciones iniciales, que tal vez tengan plena justificación para el encuentro inicial por donde pasa otro convoy de variables emocionales, anímicas, y de oportunidad, pero que no parecen adecuarse a la red de seguridad que le habían tejido Ghana-Corea cuando Uruguay enfrentó a Portugal y era casi lo mismo, aunque no exactamente lo mismo, empatar o perder, pero era significativamente más trascendente desde todo punto de vista arriesgar a buscar la victoria que dada la expresión futbolística lograda con Facundo Pellistri, Giorgian de Arrascaeta y Luis Suárez ‒cuando Uruguay, obligado por las circunstancias de la derrota, cambió su estructura‒ quedó demostrado que era posible.
Cualquiera de los 64 partidos de una Copa del Mundo son extremadamente difíciles, y la búsqueda del triunfo está atada a una serie de determinaciones y acciones que en los tres primeros encuentros va sujeta a la posibilidad de lograr la clasificación para seguir adelante.
Ya han pasado dos encuentros sin los resultados buscados, y sin arriesgar lo necesario para maximizar las oportunidades de victoria. Ahora Alonso debe encontrar la mejor estructura, los mejores futbolistas y la mejor forma de juego para derrotar a Ghana, que es la única forma de clasificar. No parece imposible si encuentra en la sensatez de sus determinaciones un punto de encuentro con los mejores jugadores elegidos, y un espacio donde ellos puedan dar lo mejor de su capacidad de juego. No es la actitud ni el pundonor lo único que vale. Es una competencia, y para competir dentro de la élite se precisa de los mejores, y de las mejores decisiones.